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Opinión |Editorial

¿Libreros que censuran o que lanzan convocatorias para quemar libros?

¿Libreros que censuran o que lanzan convocatorias para quemar libros?
16 de Marzo de 2021 | 03:42
Edición impresa

Hace unos días una librería porteña “escrachó” el libro de Mauricio Macri y anunció que no va a venderlo, invocando no sólo una posición ideológica contraria a la del ex presidente sino el derecho de elegir qué vender y qué no. “Somos de la escuela de Osvaldo Bayer, de Fabián Polosecki, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”, comenzó diciendo el hilo de Twitter de esa librería ubicado en el microcentro de la Ciudad de Buenos Aires. El texto fue acompañado por una imagen violenta: un tomatazo contra la tapa del libro “Primer Tiempo” que muestra la imagen del ex presidente de la República.

A esa actitud se sumaron réplicas similares de algunas otras librerías en el país, mientras -como suele ocurrir siempre que se desatan estas torpes cacerías- las ventas on line de “Primer Tiempo” aumentaron en forma exponencial y, tal como trascendió, el equipo de prensa de Macri, además de agradecer la promoción gratuita, prepara la presentación que tendrá lugar este jueves en el Centro de Convenciones y Exposiciones.

El hecho de que existan librerías que boicotean libros -en lugar de fomentar la lectura y darle espacio a todas las posturas y al libre pensamiento- constituye un fenómeno inquisitorial digno de figurar en el “reino del revés”, imaginado por aquella renovadora de la literatura que fue María Elena Walsh y que formuló un irónico inventario de absurdos.

Cabe señalar que estas verdaderas proclamas de algunos libreros se conocieron días después de que se supiera que otra librería, ubicada en Villa Crespo, convocó para “incendiar” libros y publicaciones de Beatriz Sarlo, a partir de la polémica que se originó por el tema de las vacunaciones VIP. Imposible no recordar, en este caso, la actitud de algunos dictadores -como la de Adolfo Hitler- cuando ordenó quemar los libros que no respondieran a la ideología nazi.

Pero tampoco todo se inició con Sarlo o con el libro de Macri. Meses atrás, tal como se reseñó en medios periodísticos, el ensayista y periodista Marcelo Gioffré, coautor con Juan José Sebreli de “Desobediencia civil y libertad responsable”, señaló que habían tenido una experiencia similar con este título en algunas librerías porteñas. “Algunas personas iban a pedirlo y no solo lo tenían escondido sino que además trataban de disuadirlas para que compraran otro”, informó. Según expresó, el periodista Osvaldo Bazán había vivido una experiencia parecida con su ensayo “Seamos libres”, donde hace críticas al Gobierno nacional y a intelectuales, periodistas y empresarios que apoyan el modelo político del Frente de Todos.

Pocos días atrás dijo Sebrelli a un matutino metropolitano: “La quema de los libros por parte de Hitler fue un acto simbólico. Todas las dictaduras prohíben libros. Las dictaduras militares argentinas prohibieron libros de Antonio Di Benedetto, de Blas Matamoro, de Renato Pellegrini, de Álvaro Yunque y hasta algunos libros míos. En el caso de Carlos Correas, le hicieron una querella penal y lo procesaron. Lo mismo con la quema de la Biblioteca Socialista de la Casa del Pueblo. Durante la época de Perón, llegó a prohibirse El crimen de la guerra, de Juan Bautista Alberdi”.

Bien se conoce que el libro enfrenta, como nunca antes, un contexto de circunstancias desfavorables. El fotocopiado de páginas, capítulos o volúmenes enteros que permiten que un estudiante pueda hasta graduarse en tal o cual disciplina o, ahora, el simple navegar por los ámbitos de Internet que suelen realizarse para satisfacer distintas expectativas, todo incide negativamente como para garantizarle al libro una segura sobrevida en el mercado del conocimiento o de la cultura. Este desafío reclama de editores, libreros y autores mucha imaginación y muchos esfuerzos para poder enfrentarlo.

Sin embargo, no son, seguramente, estas actitudes irracionales y nada democráticas las fórmulas a seguir. Está claro que, más allá de una cuestión de mercado, existe un persistente acto de fe en las bondades de la lectura de libros por parte de los escritores y lectores. Pero hay un punto de comprensión, si se quiere sagrado, consistente en que el libro marca la soberanía del pensamiento, ya sea creativo como de interpretación.

El libro sigue captando el interés de la humanidad porque refleja el criterio de cada autor y, además, por ser un acto de aprehensión individual que consolida la conciencia de los valores de millones de personas, empezando por el de la libertad.

 

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