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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

La resurrección de El Costa, el bar de los que “humillaron” a Vilas y a Maradona

Después de otro cierre que parecía definitivo, regresó el emblemático reducto ciudadano. Mil y una anécdotas. Y la revelación de un secreto de 60 años

La resurrección de El Costa, el bar de los que “humillaron” a Vilas y a Maradona

Nunca se había revelado el secreto del café de El Costa. Era hora

Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

13 de Marzo de 2022 | 02:52
Edición impresa

 

“Si decís que está quemado, te hago otro”.

La paró con el pecho y la puso bajo la suela del botín derecho. El petiso de rulitos salió a marcarlo con las piernas tan abiertas que fue una descarada invitación al caño. Y se lo comió nomás. Uno de esos caños que despiertan el “uh” de propios y extraños. Pero en la corrida se le acabó la cancha y tuvo que frenar y enganchar para adentro. Y ahí estaba otra vez el petiso de rulitos. En los ojos le ardía la bronca por el desaire, por el caño que se había comido. Entonces arrastró la punta del botín y levantó la pelota en la medida justa y necesaria para que el petiso de rulitos esta vez se comiera un sombrero. Un sombrero de esos que también invitan al “uh” de propios y de extraños.

En apenas unos años el desairado petiso de rulitos se convertiría en el mejor jugador de fútbol del mundo. Sí. ¿Quién otro que Diego Armando Maradona?

Juan Polimeni, es “El Biyu”. Lo es para los amigos de El Costa, los compañeros de trabajo en Gobernación y hasta para los funcionarios que atiende y ha atendido en sus años de mozo. Ha contado decenas, a lo mejor cientos de veces cómo fue que siendo un pibe de las inferiores de Gimnasia le hizo comer un caño y un sombrero a Maradona.

“Lo tengo de testigo a Mariano Pomerich que ese día jugó conmigo ese partido contra Los Cebollitas”, aclara el Biyu antes que a su alrededor florezcan las risitas. Pero la mesa le cree porque acaso conoce esa impronta impredecible, irreverente y hasta un poco mágica de El Costa y sus clientes-personajes.

Maradona y Vilas, presentes en las historias de El Costa

EL BAR DE LOS CUATRO TURNOS

El Biyu es una postal viviente del bar platense que bien podría considerarse más emblemático, más lleno de historias, de anécdotas, de personajes de novela. Un mojón en la cultura popular platense, esa que se escribe en la calle y en cualquiera de esos cuatro turnos de parroquianos, aunque últimamente solo queden tres porque el último, el del crepúsculo al amanecer, ya no tenga cabida en estos tiempos.

“Históricamente fue así: a la mañana los médicos por el café antes de ir al hospital; al mediodía los comerciantes de la zona; a la tarde los judiciales y a la noche los noctámbulos”, explican.

Venerado como un templo y denostado como “un antro” El Costa Azul o simplemente El Costa, no es un bar de La Plata: es La Plata. Por sus venas corre el jugo de una ciudad que lo vio morir tantas veces como resucitar. Por caso, hace unos meses nomás y después de un cierre que parecía el final, El Costa volvió, el pasado 1º de octubre de 2021. Logró acomodar su nueva vida en un local de 9 entre 48 y 49.

“Espero que esta sea la última mudanza hasta los próximos 40 años”, dice uno de los socios “sobrevivientes” del bar nacido en 1962.

“Lo fundó El Tacho Vennini, que había sido un jugador que Estudiantes vendió a River. Fue en un local en 49 entre 7 y 8, al fondo de una galería que ya no existe. Compartía el espacio con una peluquería y con el Hawai, que era una whiskería o, para ser sinceros, era un cabaret”.

EL LIBRO GORDO

Los “históricos” del Costa coinciden en que fue el ambiente del rugby el primero en adoptarlo como su lugar pero que de a poco el abanico se abrió al fútbol y al ambiente de todas las profesiones, oficios y hasta “desocupaciones” posibles.

En las mesas de El Costa se asegura que se han vendido mansiones y pocilgas, departamentos que se podían ver y tocar y otros en la inquietante ilusión de los proyectos. “Autos, motos, casas, negocios de todo tipo. Imaginate: abogados, gestores, médicos, de todo”.

En el libro gordo de las habladurías sobre las cosas que se han visto y oído en El Costa se cuenta que una mañana un mozo oyó de refilón a dos parroquianos negociar la venta de un riñón.

“Además, pensá: tenés dos”, dicen que lo tranquilizaba uno al otro.

En 2012 la otra mudanza llevó al Costa al “de arriba”, como quedó bautizado el local de 48 esquina 8, en los altos de una galería. Tan escondido había quedado el lugar que había quienes se jugaban apuestas a ver en cuánto tiempo iba a bajar la cortina por falta de clientela. Pero esa vez, como a lo largo de su historia ciudadana, El Costa resistió, respaldado por una clientela fiel a la que a esta altura no dudan en llamar que es como “una familia, un club de amigos” de los que por nada cambiarían al Costa.

Cuando se acabaron los tomatazos siguieron los baldazos de agua

 

TRES TIROS

Amigos y socios, algunos que ya no están, integran la lista de la épica ciudadana y bien platense del Costa.

“Siempre nos preguntamos lo mismo: ¿cómo es posible que con tantos años, tanta historia El Costa nunca haya tenido la tranquilidad del local propio”, reflexiona hoy uno de los que quedaron aguantando los trapos del emblemático bar. La pregunta no tiene respuesta y acaso el asunto tenga que ver con el ADN del lugar. “Y mirá que hubo épocas en que salían créditos, que la cosa andaba bien. El Costa ha llegado a vender como 1.300 cafés por día”.

A Martín Potenza le dicen Cocoon, como cargada por aquella taquillera película ochentosa en que un grupo de ancianos recobra la energías de la juventud cuando se meten clandestinamente a una piscina donde unos extraterrestres habían escondido unas piedras mágicas. Le dicen Cocoon entonces porque es un tipo de más de 50 años con el aspecto de uno de menos de 30. Es uno de los que por estos días celebra el regreso de El Costa y se permite contar cómo fue aquella primera mañana del último cierre.

“Parecíamos parias, dábamos vueltas y vueltas. Ya sabíamos que el bar cerraba pero hasta que no lo vimos no pudimos aceptarlo. Fue un dolor muy grande”.

El Costa, como se dijo, regresó el 1 de octubre de 2021, hace poco más de cinco meses. “Consiguieron un nuevo local a través de un cliente y van a acomodar un entrepiso, arriba, para el invierno”, se oye decir.

Si el rugby fue punto de referencia para El Costa, el fútbol también lo fue.

En aquel principio de los 80 en que los hinchas de Estudiantes sentían que si comían una aceituna y tiraban el carozo, les crecía un rosal y a los de Gimnasia todo les costaba sangre y sudor para volver a Primera, los ánimos futboleros solían estar caldeados. Y en ese contexto se recuerda una discusión entre un tripero y un pincha que terminó en una pelea de película de cowboys, siguió en la calle y hubo que parar el tránsito.

“Acá han habido y hay discusiones memorables pero siempre se convivió. Hubieron algunas que otras peleas que quedaron en la historia como cuando se agarraron Simón Pomerich y el Gordo Valentini. Era como una pelea de osos”, se ríe hoy un testigo ocular.

En el local de 48 entre 8 y 9 que los habitués llaman “el de allá abajo”, parroquianos y vecinos escribieron algunos capítulos desopilantes, impensados para estos tiempos.

“Se había puesto de moda esa pirotecnia de tres tiros que venía en un tubo que se sostenía con la mano y una tarde de fin de año los muchachos empezaron a tirar y los vecinos le contestaban con tomatazos. Fue una guerra eso. Cuando se quedaron sin tomates empezaron a tirarles agua”.

Los baldazos del vecindario fueron durante mucho tiempo un clásico. “Pensá que El Costa estaba abierto las 24 horas, de lunes a lunes, todo el año. Y en verano a la noche, a la madrugada, los que se quedaban hablaban fuerte, se reían. Y de los balcones de los edificios venían los baldazos”.

El Biyu

VILAS, ANDÁ A BUSCARLA

Cuentan que una madrugada durante la dictadura, una patrulla de policías y militares irrumpió con toda la intención de cerrar El Costa. “No podía ser, decían, que un bar estuviese abierto toda la noche”.

“Le ganó 6-1, 6-2, 6-3 y si viene te lo hago contar por él que hace un rato andaba por acá”

 

La casualidad quiso que en una mesa, de charla con otros habitués, estaba el entonces juez federal Polo Russo, el mismo al que del Almacén San José fueron a pedir ayuda la noche en que metieron presa a Mercedes Sosa.

“Cuando Polo se presentó como juez federal el que estaba a cargo del operativo le decía: ‘pero doctor, a usted le parece un bar abierto toda la noche’. Y Russo le dijo mándese a mudar”.

Con solo pronunciar sus nombres florecen anécdotas sobre decenas y decenas de clientes. Y en la línea del que “humilló a Maradona”, cuentan que “Martín Hernandorena le ganó a Guillermo Vilas. Lo mató: fue 6-1; 6-2- 6-3 en un torneo juvenil. Si llega a venir te lo hago contar por él, hace un rato andaba por acá”.

Dos, tres y hasta cuatro generaciones compartieron y siguen compartiendo esa costumbre de no cambiar a El Costa por ningún otro

Nombres y anécdotas son la misma cosa en las mesas de El Costa. “El Chanfle Tolosa Paz se aparecía con un paquete de sal y empezaba a hacer cruces porque decía que había que limpiar las malas ondas. Otro día se enojó porque pidió una botella de champán a las 10 de la mañana y dijo que no podía ser que no estuviese bien frío, lo quería helado”.

Personajes sin nombre o con nombres que es mejor mantener en reserva, como, cuentan, el abogado aquel que había encontrado la forma de tomarse un café y medio. “Le daba un sorbo y cuando lo tenía por la mitad decía: ‘che, me parece que se te quemó’. Y como acá el café siempre fue algo sagrado le decíamos bueno, ya te hago otro. Y se tomaba uno y medio”.

En el tiempo en que el café se pagaba con monedas y las monedas se dejaban sobre la mesa, como propina, había uno que disimuladamente agregaba sus monedas a la propina que había quedado en la mesa y con eso pagaba su café. “Se hacía el distraído y con el dedo meñique iba a contando las monedas que había y él agregaba lo que faltaba. O sea: se robaba la propina que habían dejado”.

DIVISIONES INFERIORES

Un recién llegado pregunta qué son las “Divisiones Inferiores del Costa” a las que recurrentemente se menciona en las charlas. “Son los muchachos jóvenes, de otra generación que vienen al bar y se mezclan con los veteranos. Es un proceso que se ha ido dando y se da espontáneamente”.

Para describir a “Las inferiores” podría decirse que son parroquianos de poco más de 30 años que comparten mesa con veteranos que hasta los doblan en edad. Para explicar ese fenómeno hay varias teorías, siempre desplegadas entre cafés, vasitos con soda y algún que otro vermú.

“Muchos amigos me preguntan por qué voy a un bar de gente grande. Y yo les digo que me gusta juntarme con gente de la que se pueda aprender y tuve la suerte de que un amigo, Ricardo Stella, me trajo a El Costa y me recibieron bien y me quedé”, dice Esteban “Panchito” Ferrer, medio en broma pero en el fondo muy en serio.

En la polémica casi cotidiana entre los veteranos y las inferiores, pareciera haber especialistas en meter púa.

“Acá han venido grandes deportistas de la Ciudad, como el Tucumano Aguirre Suárez, Dougal Montagnoli, Malbernat y todos los días viene el Bambi Flores que dice que atajó”. El ex arquero de aquel histórico equipo pincha recoge el guante: “Atajé 64 partidos, fui campeón del mundo, me retiré a los 24 años y tengo que escuchar a estos de las Inferiores. ¿Puede ser semejante falta de respeto?”, pregunta, y todos se ríen con él.

Entre realidad y fantasía hay de todo en El Costa. Aparece uno que jura haber visto a Ricardo Barreda tomando café minutos después de la masacre femicida que desató. “Lo primero que hizo fue venirse al Costa a tomarse un café, capaz que pensó que iba a ser el último de su vida”, proyecta otro parroquiano.

“Néstor Marina decía: ‘me voy a tomar un café al Torreón’ (del Monje, en Mar del Plata) y se subía a la moto y se iba a tomar un café a Mar del Plata. Gente así, un montón”, apunta otro.

Pareciera que el Bambi Flores se quedó con la sangre en el ojo por esas chicanas de “Las Inferiores del Costa”, que dicen que “dice que atajó”. Y les dispara munición gruesa. “Hace dos días que vienen y ya se creen que pueden hablar”.

El Bambi Flores (derecha) y su “guerra” contra las “Divisiones Inferiores” que más allá de las chicanas lo respetan y admiran

¿EL CAIRO PLATENSE?

¿Es El Costa de La Plata como El Cairo de Rosario? ¿O es al revés y el bar platense tiene, si se rasca un poco el fondo de la olla, más historias para contar? El Cairo es un bar tradicional de Rosario, inaugurado en 1943 pero inmortalizado por el escritor Roberto Fontanarrosa en su libro “La mesa de los galanes”. En los 70 fue punto de encuentro de intelectuales, artistas, músicos y sigue siendo una especie de monumento viviente. Algunos opinan que la comparación sería injusta por pretensiosa. Otros dudan.

Esa impronta del “café de barra”, donde a falta de mesas había que compartir codos y espacios, quizá haya sido una de las claves del particular estilo que ganaría con los años. Hoy tiene otra fisonomía.

Desde el blanco y negro al color, los televisores de El Costa mostraron todo lo que dejó marca en la emocionalidad de pinchas y triperos, pero también en los del rugby. “Acá vimos por primera vez a Pochola Silva con la camiseta de Los Pumas”.

En el inolvidable México 86 directamente se sacaron el televisor y las mesas a la calle y en el de Corea-Japón hubo otra vez conflicto con los vecinos.

“Los partidos se jugaban a las 2 ó 3 de la madrugada y había uno, Juanjo Valenti, que venía y hacía guiso de lentejas para combatir el frío”.

Sobre la barra de El Costa siempre hubo un teléfono. Primero de aquellos negros a disco, que se prestaba a simple solicitud y a cambio de una moneda que se depositaba en un recipiente que había sido un frasco de aceitunas. Más tarde llegó uno de esos naranjas, los “semi públicos” que ponía la compañía telefónica.

“Era el teléfono del bar. Todo mundo tenía el número y llamaba buscando a alguien. Sonaba y del otro lado se oía: ‘hola, está Galasso? ¿Le puede decir que lo llama la señora?’. Recuerdo a Gabriel como uno de los queridos amigos a los que siempre llamaban”, dice un memorioso habitué.

SE REVELA UN SECRETO

Y viene una revelación. Un secreto guardado durante 60 años. ¿De dónde viene el café que hace diferente, que algunos hasta se animan a decir adictivo, que se sirve en El Costa desde su apertura hasta estos días?.

“Hay muchos prejuicios pero para venir acá no hay que ser socio, ni amigo de nadie”

 

“Se llama Café Caxambú, lo trae al país una importadora desde 1950. Mirá que acá probamos con todas las marcas habidas y por haber. Pero a la gente no había forma de hacerle cambiar”. El nombre Caxambú alude a la ciudad brasileña situada en el Estado de Minas Gerais, cercana a Santos y la historia dice que desde allí se importaban los primeros granos que se vendieron en Argentina.

Conscientes de que hay platenses a los que El Costa no les cae bien, sus defensores aseguran que “son prejuicios, acá para venir no hay que ser socio, ni tenés que conocer a nadie ni nada. La gente viene, se toma su café y naturalmente entabla charla con alguien. No es una secta como creen algunos”.

La cosa ya prescribió y quizá por eso la cuenten: en el momento más duro de la cuarentena dicen que se taparon todas las ventanas con diarios y boliche pareció cerrado. Pero no.

Un lugar de códigos no escritos que se cumplen a rajatabla, como el de “no tocar el tema”, con un habitué que en su juventud tuvo una historia de amor con Cristina Fernández de Kirchner. “Viene siempre, se sienta en el fondo con su café. Es un amigo más del lugar. Nadie nunca le preguntó nada ni le va a preguntar. Acá es así”.

Aunque emblema del centro platense, en la historia del Costa ha tenido mucho que ver el barrio de Villa Argüello, en Berisso, en 129 entre 64 y 65, una historia que alguna vez sus protagonistas contarán.

El Biyu vuelve sobre los detalles de su caño y sombrero a Maradona. Y de vez cuando mira hacia atrás para ver si casualmente aparece su testigo de aquella pequeña gran hazaña. No será necesario.

La mesa le cree. Al fin y al cabo es una mesa de El Costa.

 

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