Su última visita a la Ciudad, presagio de su aciago final
Edición Impresa | 2 de Septiembre de 2022 | 03:09

Había llegado el 8 de junio de 1996 y lo primero que hizo al bajar del avión fue viajar hasta la Casa de Gobierno bonaerense para, con el entonces gobernador Duhalde, anunciar el lanzamiento del FischerRandom, una variante del juego creada por él. Venía invitado por el Instituto Bonaerense del Deporte y se anunciaba como una visita histórica. Pero a la indiferencia que surgió en torno a su figura se le sumó el hecho de que al genial Bobby, el impetuoso y paranoico Bobby, ya se le hacían evidentes las señales enfermizas que iban a terminar, doce años después, en la postal de sus últimos días como un ciruja descarriado en Reikiavik.
Sin variar jamás la expresión distante, Fischer no comenzó hablando de lo que todos esperaban que hablase sino que lo hizo con una denuncia. Fue algo inesperado: denunciaba haber sido víctima de una falsificación y del robo de la propiedad intelectual que tenía de su libro “Mis mejores 60 partidas”, editado hacía ya más de veinticinco años.
Luego de esa conferencia, en la que poco y nada se habló del FischerRandom, todo pareció seguir barranca abajo en la que sería la última visita de Fischer a la Argentina. No sólo se suspendió el torneo que había previsto en el Pasaje Dardo Rocha sino que, quienes lo trajeron, comprendieron que el norteamericano no estaba del todo ubicado en tiempo y espacio. Si bien sabían de sus rasgos paranoicos e iracundos, nadie esperaba que se presentara tan intolerante y bramando un antisemitismo y un odio que lo hacían ver como una especie de caricatura rabiosa de sí mismo. Furioso contra los Estados Unidos e Israel, de quienes decía que habían creado fuerzas especiales para perseguirlo, Fischer al final se peleó con todos y quedó recluido en un hotel de Recoleta. En su gesto serio, inconmovible, ya se le insinuaban los rasgos desorbitados que terminaría mostrando en Reikiavik, la ciudad que lo vio convertirse en el más grande de todos los tiempos y la que, con la ironía despiadada del destino, lo vería también perderse para siempre en la locura y el adiós.
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