Cada vez más niños platenses son víctimas o testigos de delitos

A fines de los años 90, una película italiana escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni se impuso con una historia que contraponía el horror profundo del nazismo con el amor de un padre, que apelaba a la imaginación para salvar a su hijo del espanto a fuerza de relatos y de juegos.

Casi 30 años después, salvando las distancias de tiempo, lugar y sucesos, muchas familias argentinas tienen que echar mano a distintos recursos para resguardar a sus hijos más pequeños de un peligro que se volvió tan cotidiano como implacable: la inseguridad.

Eso les pasó a Walter Romero Gauna y a su esposa, quienes hace justo un año se mudaron con sus dos hijos del barrio El Churrasco a una casa en Ringuelet, en busca de vivir más tranquilos. Sin embargo, en este lapso de tiempo sufrieron ya dos asaltos; el primero y más violento fue un día antes de instalarse en su nueva vivienda, cuando, a plena luz del día, la mujer paró en una farmacia para hacer unas compras y quedó en mitad de un robo a mano armada que involucró a su hija menor, entonces de 3 años. Los ladrones no solamente exhibieron un arma, sino que además encañonaron a la pequeña para conseguir lo que querían. Hace pocas semanas, la familia volvió a ser blanco del delito: delincuentes entraron en su propiedad de 5 bis y 517 cuando ellos no estaban y, literalmente, los desvalijaron. Entre las cosas que se llevaron estaba el juguete favorito de la niña.

“Lo que más sentimos es tristeza”, reconoce Romero Gauna, que es periodista y lamenta, además de las pérdidas económicas en tiempos tan duros, haber recibido un sacudón que los obliga a reestructurar su casa y sus vidas.

“Empezamos a pensar en poner puertas blindadas, alarmas; es una situación que no te deja en paz”, dice, siempre con el foco puesto en sus dos hijos, el varón de 16 años y la nena de 4, que “ya pasó por otra situación” sumamente grave el 29 de julio del 2022, a las 5 de la tarde, en aquella farmacia de Ringuelet.

“Ahora estamos tratando de que viva en una película, porque intentamos no contarle, pero ella igual percibe y hace algunas preguntas; queremos disfrazárselo para que trate de vivir una vida más o menos normal”, asegura Walter, admitiendo que se trata de “una situación bastante triste en lo familiar”.

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La psicodramatista especializada en Familia, Diana Bonsignore (MP 50477) considera que la mejor manera de abordar esta problemática con los niños es “hablar sin aterrarlos, como si fuera un cuento, pero es importante que el adulto que lo haga no tenga miedo, porque los chicos captan su emoción y copian”. En definitiva, remarca que el mensaje sería “cuidado sí; miedo no, frente a los riesgos reales que sufrimos en la sociedad”.

Con respecto a la edad más conveniente para iniciar esta conversación sobre prevención y delito, considera la profesional que lo más conveniente es “charlarlo desde que son pequeños”.

“Si manejan el lenguaje no abstracto, pueden dibujar y, a través de eso, podemos ver cómo se sienten, qué necesitan, y comunicarnos. A veces, el juego y el dibujo, depende de la edad, son más importantes que el lenguaje hablado, igual que el psicodrama o el juego dramático con muñecos”, agrega Bonsignore.

Romero Gauna y su familia disfrutaban de un cumpleaños cuando, a la 1 de la mañana, les avisaron que delincuentes habían entrado en su casa. Al llegar la encontraron dada vuelta y semivacía. Entre las tantas cosas que se llevaron los intrusos estaba la bicicleta que los compañeritos de jardín le regalaron a su hija en marzo, por su cumpleaños.

“Era su juguete preferido, salíamos a dar la vuelta manzana con la bicicleta y por suerte no preguntó por ella porque nosotros andamos a las corridas y no tuvimos tiempo de salir a pasear”, explica Walter, y se conmueve al apuntar lo que pasó justo después de que los padres del jardín se enteraron del robo: “Nos esperaron en la puerta (de la escuela) para decirnos que le regalaban de vuelta la bicicleta y lo hicieron”. El periodista y su mujer no sólo agradecieron el gesto por la disposición de esas familias a incurrir en un gasto imprevisto, sino, sobre todo, “las lágrimas de los padres y las madres cuando nos dieron la noticia”. Esos gestos buenos, cuenta Walter, amortiguaron el peso de las sensaciones amargas y las repentinas ganas de abandonar para siempre la Ciudad. “Yo soy re platense”, resalta el periodista, “y amo a mi ciudad, pero te juro que lo estamos pensando”.

En semejante montaña rusa, la familia recibió ayuda profesional luego de los dos robos. “Más allá de algunas falencias, como la falta de luminarias led y una cámara en una esquina en la que todos los vecinos fueron asaltados; rescato el servicio de psicología del municipio”, señaló Romero Gauna; “nos llamaban y nos daban consejos todos los días y semanalmente, preguntándonos cómo estaba nuestra hija y conteniendo a mi esposa”.

“JUGUETES QUE MANCHAN LA ROPA”

La pareja siempre evitó exponer a la niña a historias de violencia en la televisión o las redes: “Si veíamos una película y alguien hería o mataba a otro, cambiábamos rápidamente. Si llegaba a verlo, le decíamos que era un juguete que tira una tinta que mancha la ropa”.

El problema surgió cuando la chiquita tuvo un arma de verdad muy cerca de su cara. “Preguntaba por qué los que habían entrado a robar en la farmacia tenían ese juguete que mancha la ropa y por qué le habían sacado el teléfono a la mamá. Tratamos de responderle para que pudiera entender, pero no podíamos engañarla porque lo vivió. Por supuesto que tuvo miedo y preguntaba si los ladrones iban a volver. Le decíamos que no, que los había agarrado la policía, lo cual era mentira, y que no iban a venir a nuestra casa porque no sabían dónde vivimos”, lamenta Walter.

Es que, casi un año después, otros ladrones fueron a su casa y se llevaron la bicicleta que tanto le gustaba. “Tenés que generarle confianza a una nena de tres años que no puede comprender la situación como sí puede hacerlo mi hijo de 16. Optamos por tratar de que esté lo más alejada posible del tema para que tenga una infancia medianamente feliz”, remata Romero Gauna, aunque en estos días la notaron “muy caprichosa, con berrinches y llantos, porque los chicos son muy perceptivos”.

EL ROL DE LOS DOCENTES

Bonsignore recomienda acompañar a los niños, en el proceso de contarles el peligro y también en sus actividades diarias. “A diferencia de otras épocas, hay que estar siempre con ellos; hay muchas situaciones que antes no se daban y que a lo mejor el papá adulto no conoce, si se crió en un barrio donde los chicos jugaban en la calle. En la actualidad tienen que estar supervisados por un adulto”.

“Lo que les contamos a los chicos depende no solo de la edad, sino también de las características de esos chicos y los docentes tendrían que estar preparados para ello”, sugiere la profesional, convencida de la necesidad de “unir los criterios de la escuela con los de los padres”.

Sí recomienda ser cuidadoso del contacto que los menores tengan con los medios de comunicación, por el tipo de tratamiento que éstos puedan hacer de la temática. “No es conveniente que un chico se entere de los delitos por los medios de difusión, sino por personas que estén preparadas para comunicárselo. Y sería ideal que fueran los docentes”, considera.

“Optamos por tratar de que esté lo más alejada posible del tema para que tenga una infancia medianamente feliz”

¿Qué sucede cuando un menor es víctima o testigo directo de un asalto? “En estos casos la ayuda profesional sería lo ideal”, asegura Bonsignore, porque con esa asistencia “pueden elaborar lo que les produjo el conflicto, por ejemplo, el hecho de ver un arma. Con actividades, juegos, o juegos psicodramáticos, los chicos logran elaborar mucho mejor lo que les pasó, porque el hecho traumático puede esconderse en el inconsciente o no manifestarse en el consciente, hasta que aparece algo que lo detona de nuevo”.

En los últimos años crecieron exponencialmente los asaltos a niños y adolescentes en inmediaciones de las escuelas o clubes, a pesar de algunas herramientas que se crearon para evitar esta modalidad, como los corredores seguros. Los delincuentes los encañonan, agreden o reducen con amenazas para quitarles sus pertenencias, que suelen reducirse a un poco de dinero en efectivo, un teléfono celular, y, a veces, las zapatillas o camperas.

“TODAVÍA TIENE MIEDO, PERO SE LE VA PASANDO”

En mayo pasado, Matías, de 13 años, fue asaltado por tres delincuentes armados con cuchillos, cuando llegaba a su casa de Los Hornos después de bajar del micro en 144 y 77. Lo golpearon, lo tiraron al piso y le robaron varias pertenencias, pero lo que más lamentó fue el robo de su teléfono, porque era su herramienta más importante para la escuela. “Allí guardaba mucho material escolar y eso lo puso muy mal. Es un chico muy comprometido con sus estudios”, contó su tía, Avelina Espinoza Romero, quien en aquel momento lanzó una campaña para conseguir fondos y reponerle el celular, ya que su hermana es madre soltera y “no trabaja porque tiene otro hijo discapacitado, con parálisis, que necesita atención permanente”.

A casi tres meses de aquel episodio, cuenta Avelina que “cambiamos algunas cosas” de la rutina familiar, en particular lo que tiene que ver con el traslado de Matías desde su casa a la escuela: “Si mi hermana no lo puede ir a buscar a la parada, se va conmigo a mi casa”, explica. El día del hecho la mamá no pudo acompañarlo porque el hermanito estaba convulsionando.

Apunta su tía que Matías, “gracias a Dios, está bien y de a poco se le está yendo el miedo; todavía no del todo, pero ya no es tanto como al principio”. Considera Avelina que mucho tuvo que ver con ese avance “la ayuda psicológica que recibió en el colegio Liceo Mercante, donde tuvo mucha contención y apoyo. Lo vamos llevando de a poco y va a ir mejorando”, confía.