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Investigadoras de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) desarrollaron un kit para el control biológico secuencial de hormigas cortadoras de hojas, que consiste en la aplicación paulatina de cebos que los insectos no reconocen como algo dañino y, por lo tanto, lo transportan al nido.
“Como las hormigas además son numerosísimas, van desde cientos de miles a millones por hormiguero y los controladores biológicos tienen un cierto tiempo de acción para crecer, desarrollarse y matar a la hormiga. El control no es rápido como con los insecticidas químicos”, señala Patricia Folgarait, docente de la Universidad e investigadora principal del Conicet, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ. Por lo tanto, como se requieren sucesivas aplicaciones para controlarlas, es necesario un producto que las engañe y no puedan asociarlo con algo dañino.
Las hormigas cortadoras de hojas constituyen los principales herbívoros en la región tropical y sus alrededores de América, y su impacto en la agricultura se estima en miles de millones de dólares cada año. Al construir su hormiguero bien protegido bajo tierra, se torna difícil la aplicación directa de venenos o pesticidas que puedan resultar en un control efectivo de toda la colonia.
El control biológico, a diferencia del químico, es mucho más específico en estos insectos. “No hay que matar a todas las hormigas porque son muy beneficiosas para el ecosistema, hay que tratar de bajar las poblaciones por debajo del nivel de daño económico de aquellas que solamente son plagas”, explica la científica.
Aunque el control biológico es una técnica muy antigua (mucho más que los insecticidas químicos), las investigadoras destacan que nadie se animaba a usarla con insectos sociales como las hormigas porque tienen una estructura social muy avanzada y, al tener superposición de generaciones –los abuelos pueden convivir con los hijos y los nietos–, se transmiten los saberes y eso aumenta la dificultad de control. Además, al tener una sociedad de castas donde cada insecto tiene una función determinada, el día a día en la vida de un hormiguero es muy eficiente.
Por otro lado, y en particular con las hormigas cortadoras de hojas, tienen inmunología social: no solo se defienden de enfermedades a nivel individual, sino que hay conductas a nivel de la colonia que, entre todas, logran disminuir el ataque de los patógenos.
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“Creo que nadie se atrevía a hacer control biológico con insectos sociales porque son increíblemente difíciles. Cuando matás a una langosta, matás a la hembra que ya no se reproduce y no genera hijos que podrían causar daño. En cambio, en la colonia podés matar 100 mil hormigas que son todas obreras y son todas femeninas, pero ninguna se reproduce. Si no matás a la reina, que es la única que se reproduce en la colonia, da lo mismo”, resalta Folgarait, doctora en Biología.
“En primer lugar, las hormigas son parte de los descomponedores principales de los ecosistemas en las que se encuentran. También son muy importantes en la remoción y la aireación de los suelos para generar tierra fértil: donde suele haber hormigueros, hay mucho crecimiento de plantas en las zonas”, cuenta a la Agencia de Noticias Científicas Daniela Goffré, investigadora de la UNQ y del Conicet que forma parte del trabajo.
Estos insectos tienen impacto positivo en la vegetación ya que generan las condiciones necesarias para que las plantas hagan fotosíntesis y generen su propio alimento. De hecho, en ciertos lugares de Venezuela la instalación de algunos arbustos depende de la existencia de hormigueros.
“Con varias hormigas ya hemos demostrado que la concentración de nutrientes en los suelos de los hormigueros es mucho más alta porque ellas sacan los nutrientes de más abajo y los guardan en sus nidos que muchas veces están por encima del suelo, lo cual también trae una serie de beneficios si el productor sabe utilizarlo”, destaca Folgarait.
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