Lido Iacopetti: adiós al pintor popular que soñó una Nueva Imaginación
Edición Impresa | 14 de Octubre de 2024 | 02:37

Lido Iacopetti no vivió del arte: vivió para el arte. Subordinó casi todo en su vida a su obra, excepto la que decía que era su gran obra, su familia: su mujer Teldy, y sus dos hijos, Flavio y Valerio. Y la pequeña Valentina, su única nieta, que iluminó los últimos años de su vida. Quizás por eso ayer se congregaron para despedir a Lido sus familiares, pero también colegas, ex alumnos, vecinos, todos llenos de admiración y cariño por el maestro.
Iacopetti, que murió a los 87 años (sus restos serán cremados hoy en Parque del Campanario, saliendo de la cochería Betti), nació en noviembre de 1936 en San Nicolás, y se mudó joven a La Plata: llegó a nuestra ciudad en 1960, donde estudió en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP La Plata con maestros como Héctor Cartier, Martínez Solimán y Ángel Osvaldo Nessi.
Ya era artista. A los 8 años, contó en una entrevista con EL DIA, empezó a escribir poesías y novelas. A los 13 empezó a pintar, para ilustrar esos escritos. A los 15 ya sabía que quería ser pintor.
“Tuve como una iluminación que me dictaba en mi conciencia de querer ser pintor, y seguí mi vocación: ese amor por el arte al que hace más de 70 años le soy fiel. Nunca abandoné esos sueños y por eso cuando leí ‘Demian’, de Hermann Hesse, comprobé por qué su caída: porque dudó. Yo nunca dudé, seguí mi camino”, contaba.
En San Nicolás hizo de todo: fue empleado, trabajó en un taller metalúrgico, aprendió contabilidad. “Nunca viví del arte, siempre para el arte”, decía: en La Plata, siguieron los sacrificios. Los primeros años llegó a deber varios meses de alquiler y a saltearse comidas para juntar el dinero. Trabajaba de día, estudiaba de noche para terminar el Bachillerato, pintaba cuando podía. Vivía a mate amargo, llegó a pesar 55 kilos.
En 1966 se graduó en el profesorado de Historia de las Artes Plásticas y comenzó a ejercer la docencia. Para entonces, ya era un reconocido artista: en esos años colaboró con “Diagonal cero”, la revista experimental creada por Edgardo Antonio Vigo, y había ganado el premio en el Salón Estímulo de Bellas Artes de la Provincia en 1965 por “El beso”, primera obra donde en su firma aparece la “T” de su pareja. También realizó exposiciones individuales en diversas instituciones de Buenos Aires: la mítica galería Lirolay, epicentro de la vanguardia porteña de la primera mitad de los 60, o la galería Carmen Waugh. En esta última llevó adelante las “Ofrendas ambulantes”: regalaba una serie de dibujos elaborados sobre papeles plegados.
“Nunca viví del arte, siempre para el arte”, contaba Iacopetti, que llegó a la Ciudad en 1960
Era el principio de un giro para Iacopetti: quería hacer un arte popular, al alcance de todos, ampliar y democratizar el arte, su arte, abrir los espacios por donde circulaban sus obras. Durante la década del 70, en vez de exponer en grandes museos o galerías de moda, realizó exhibiciones en espacios no tradicionales como la Rotisería Carioca, Joyería y Relojería Núñez, Muebles Norte, Gong Sport, Óptica La Plata, Zapatería Carlos, Restaurant La Parrilla y otros comercios de la ciudad.
Su objetivo era que su obra llegara al ciudadano común y que no quedase encerrada en un público selecto, porque su objetivo era un arte transformador: Lido decía que su gran sueño era “poder ver un mundo mucho mejor: viví esencialmente para ello”.
“No puedo decir que se haya logrado, hay muchos aspectos que se han deteriorado y otros siguen siendo tan salvajes como en cierta época de la historia”, se resignaba. “A veces me siento un Quijote luchando contra los molinos de viento. Pero mientras haya una lucecita, hay esperanza y no la pierdo. Ha sido, a pesar de todo, una vida bella”.
Por eso, sus obras proponen una Nueva Imaginación, eje central de su obra: una búsqueda de un conocimiento esencial y universal que desafiaba las convenciones formales del mundo artístico. Sus imágenes buscaban “plasmar el símbolo universal que nos represente a todos , sin sectarismo ni divisionismo, sin avasalladores ni avasallados; sin explotadores ni explotados. Crear un mundo donde la armonía interna del ser se identifique con el cosmos, porque esa identificación permite la comprensión y cuanto más se comprende más se ama”.
“No se adecuan”, decía en 1987, “al sistema de pintura convencional, son agresivas, disonantes, antiplásticas para quienes aún se manejan con una visión retrógrada y caduca. Porque es una pintura que exige una nueva actitud, es la Nueva Imaginación representativa de una nueva humanidad, floreciente, plena, proyectada. Un mundo habitado por el amor, la libertad, la dignidad, la paz, la alegría de vivir. Esos son algunos de los signos estéticos que sustentan a esta pintura, y esa es la forma, para mí, de realizarla”.
LOS ALMANAQUES
El interés de Lido por democratizar el acceso a su obra se mantuvo constante a lo largo de toda su carrera. Con ese propósito, empezó a producir desde 2003 los calendarios de Pro-Infantia, para los que hizo una pintura por trimestre que luego reproducía en formato de almanaque: estos objetos eran comercializados y los dividendos eran destinados a la Fundación para la Promoción del Bienestar del Niño en La Plata. Los almanaques conviven en las casas de todos aquellos que los compraron, y así Iacopetti pudo hacer del arte un verdadero hecho popular.
También su tarea docente tenía ese afán democratizador. Ayer, el Colegio Nacional lo despedía con dolor. Varias de sus obras fueron donadas por Iacopetti al Colegio. Y en la institución funciona, desde 2018, en la escalera central del Colegio, el espacio de arte que lleva su nombre. La placa que identifica al espacio lleva el mensaje que Lido siempre pregonó: “Una sociedad sin imaginación artística es una sociedad sin destino.”
Representado desde 2018 por la galería Aldo de Sousa, a lo largo de su carrera de artista plástico, Iacopetti recibió varias distinciones entre las que se destacan el Primer Premio Adquisición en el Salón Florencio Pérez de La Plata (1993), y, claro, la distinción que recibió en 2015, cuando fue nombrado “Pintor Popular de la Ciudad de La Plata”.
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