El joven que fue “Jesús” durante unos meses en nuestra ciudad
Edición Impresa | 19 de Noviembre de 2024 | 00:40

La Plata tuvo un “Cristito” en 1986, que convocó a multitudes por varios meses hasta que luego se eclipsó. La historia comenzó al conocerse que Silvio Mirasso, de 15 años de edad, que vivía en Melchor Romero, se despertó un día con estigmas en sus manos y pies, como las llagas de Cristo, y que había empezado a hablar en un idioma confuso que, después se supo, oscilaba entre el arameo y algunas lenguas muertas.
Se sabe que el arameo es el idioma bíblico por excelencia y que los últimos hablantes de arameo luchan para que no desaparezca la lengua en la que hablaba Jesucristo.
La repercusión fue inmediata. EL DIA se ocupó del caso y el tema evadió luego los límites platenses ya que muy pronto llegaron periodistas de Buenos Aires, de la televisión, diarios y revistas porteñas y de distintas provincias.
Había una mezcla de estupor, de asombro y también de incredulidad. Entre los visitantes llegaron figuras de la farándula como Cacho Castaña, Reina Reech, entre otras. Un equipo periodístico de una revista de Buenos Aires fue retenido en el Hospital de Melchor Romero, donde intentó entrevistar a su padre. Los periodistas hicieron la denuncia ante la Policía y así lograron salir del nosocomio. Había escándalos por todas partes.
Nutridos contingentes de personas también se acercaron hasta la casa familiar de Silvio, convertida en poco tiempo en un santuario. Allí se encontraba en su pieza, recostado y exhibía sin querer sus manos que parecían heridas por un milagro, aunque no faltaban los incrédulos e indiferentes.
Durante un largo tiempo alcanzaron a concentrarse entre 5 y 6 mil personas que desfilaban ante su lecho. Era una larga fila de varones y mujeres de toda edad, que aguardaban pacientemente el turno para verlo.
CONSEJO ECLESIÁSTICO
EL DIA consultó a distintas fuentes eclesiásticas y, entre ellas, al entonces titular de Cáritas y colaborador dominguero de este diario, monseñor Roberto Lodigiani, que dijo no haber podido realizar aún una observación personal de lo que pasaba.
Lodigiani aconsejó: “Manden al periodista más escéptico y veterano que haya en la Redacción” y de paso agregó que “a ustedes no les falta gente que sea poco creyente…”, y sugirió el nombre de uno. Allí, agregó: “Díganle que se fije bien en las llagas que tiene en sus manos y en los pies”.
Lodigiani ofreció una suerte de guía para actuar con Mirasso: “Si las llagas están abiertas… bueno… el caso sería para la Iglesia. Si en cambio, la cutícula de la piel las cubre y las supuestas heridas están cubiertas, entonces se trataría de un tema para la psiquiatría, porque estaríamos ante un episodio de delirio mental y no frente a un milagro”.
Así se hizo en la Redacción. Se envió al “veterano escéptico” con esas instrucciones. Al volver -impresionado por la multitud que estaba reunida- señaló que la familia de Silvio le había permitido estar solo, unos minutos, con el “Cristito”. Y que por consiguiente había podido comprobar la segunda opción marcada por Lodigiani.
“Las llagas están cubiertas por la piel transparente”, sintetizó el periodista. La nota, no obstante, resultó maravillosa y descriptiva del fenómeno popular que se había desatado al frente de la casa del “Cristito”, ubicada en 523 entre 167 y 168. Los visitantes ya llegaban en condición de peregrinos y devotos.
En dos o tres oportunidades, Silvio Mirasso dijo ser Jesús. Contó que en un sueño se le había aparecido Jesucristo y le había conferido esa identidad. Muchos visitantes caían arrodillados ante su presencia y le mostraban fotos de sus parientes, para que los curara de alguna enfermedad. Jamás aceptó un peso ni ningún tipo de donación.
La periodista Cintia Kemelmajer escribió el 12 de enero de 2013 un artículo que revisó la vida de Mirasso, que ya había fallecido. Entrevistó a sus padres y a muchos testigos de aquel suceso. Entre los entrevistados estuvo el sacerdote Carlos Mancuso, conocido exorcista.
“El de Mirasso fue el típico caso de delirio mesiánico”, dijo Mancuso. Y añadió Kemelmajer: “El cura que siguió de cerca el caso que sacudió a la Ciudad y salió en las noticias de la época diciendo que Silvio era “un crucifijo viviente”, interpreta ahora lo sucedido desde un tamiz diferente. “Fue único, no hubo casos semejantes, pero fue una ilusión del muchacho, que sufrió un delirio místico sin fundamento. Lo más curioso -recuerda Mancuso, el único cura exorcista de la Argentina- fue cómo la multitud le depositó sentimientos: por eso digo que no fue un fenómeno religioso, fue más un fenómeno social. Yo no vi ningún milagro, lo que puede haber pasado es que alguna persona que tenía una enfermedad psicológica o con contagio histérico se sintió curada, pero la medicina es la única que cura realmente”.
BERGOGLIO SIGUIÓ EL CASO
Entre los que se ocuparon de estudiar el extraño caso Mirasso estuvo nada menos que Jorge Bergoglio, muchos años después convertido en el hoy Papa Francisco. Bergoglio lo visitó primero en su casa. Pero tiempo después participó junto a Mancuso, otros sacerdotes, seis médicos psiquiatras y seis psicólogas de una agotadora junta médica que durante varias horas interrogó a Mirasso. Los resultados no se dieron a conocer.
A los 18 años Mirasso cambió de hogar y se fue a vivir con un amigo a una casa ubicada en La Plata. Ya había pasado el tiempo de hacer sanaciones, de deslumbrar con sus llagas, de que lo vieran como a un nuevo Jesús. Los fenómenos populares suelen ser efímeros y apagarse de un día para otro. Dicen que las llagas también resultaron efímeras, que ya no las tenía.
Mirasso ingresó en la cara oculta de la Luna. Se especuló con que lo habían llevado a “revisar” en el Vaticano. Que lo internaron un tiempo en un colegio católico platense. Fueron rumores dispersos, que no evitaron el ocaso. No había llegado a superar su juventud y de pronto alguien -también anónimo- avisó en algún lugar que Silvio Mirasso había muerto de Sida. La familia reaccionó y aseguró que se había empapado en una lluvia y que había muerto de neumonía.
Un hogar de Niños en La Plata lleva el nombre de Silvio Mirasso. Pero más allá de esa memoria, también queda su leyenda.
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