La maldición de los Gobernadores y el rito del brujo Manuel Salazar

El conjuro realizado poco después de la fundación de La Plata por la Bruja Tolosana y la réplica, cien años después en Plaza Moreno

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En la historia de La Plata hubo dos brujos llamados Manuel, que tuvieron su cuarto de hora. Uno fue Manuel Vázquez, del que se dijo que ayudó a Estudiantes a ganar partidos importantes, allá por las décadas del ‘80-‘90. Y el otro fue Manuel Salazar, que hizo un exorcismo en un terreno ubicado en 19 y 76 -que siguió en Plaza Moreno- para romper con la secular “maldición de los Gobernadores”, según la cual ningún gobernador bonaerense llegaría jamás por las urnas a ejercer la presidencia de la Nación. Y como se verá, Salazar consiguió sus propósitos, pero a medias.

Es así que durante la noche de San Juan, del 24 de junio de 1999, el Brujo realizó maniobras propias de su secular oficio para contrarrestar la maldición y permitir que Eduardo Duhalde llegara a la Presidencia.

Y si bien Duhalde después perdió las elecciones ante Fernando De la Rúa, lo cierto es que dos años más tarde llegaría a la Presidencia a través del voto de la asamblea legislativa. No fueron las urnas, pero sí los representantes de ellas quienes lo ungieron.

Del tema se ocupó la novelista Claudia Piñeiro (Las maldiciones, Alfaguara)- que trata justamente sobre la maldición de los gobernadores y en cuyo texto La Plata es escenario central de la obra. Se trata de la también llamada “maldición de Alsina”, es decir, del extraño maleficio que desde hace más de un siglo le impidió a un total de once gobernadores bonaerenses llegar a la presidencia de la República, pese a los empeños –casi obsesivos, en algunos casos- que ellos pusieron para acceder por vía de las urnas a la Casa Rosada.

UN RITO EXTRAÑO

Todo se originó en un extraño rito vandálico que pocos días después de la fundación de La Plata realizó en la Plaza Moreno una entonces popular “Bruja Tolosana”, que con el propósito de malograr las aspiraciones presidenciales del fundador y gobernador Dardo Rocha desplegó una extraña ceremonia esotérica, en un acto en el que algunos historiadores creen ver la maliciosa mano del entonces presidente Roca, enemigo de Rocha, que optó por promover al cordobés Miguel Juárez Celman para el sillón de Rivadavia.

Detalla Piñeiro en su novela histórica lo que ocurrió esa noche frente a la piedra fundamental de la Ciudad: “Llegó frente a un grupo de enfurecidos, se pararon sobre la piedra fundacional de la Ciudad y, en medio de un extraño rito, robaron las botellas de vino y champagne que habían sido sepultadas debajo de la piedra para que fueran desenterradas un siglo más tarde cuando se festejara el Centenario”.

Un pasaje del ritual con fuego

La Bruja Tolosana, sigue describiendo, “bebió del vino robado –dicen que despreció el champagne- giró tres veces en sentido contrario a las agujas del reloj, echó distintos conjuros, maldiciones y maleficios. Y por fin cerró el rito orinando sobre la piedra de fundación de la Ciudad. Orinó a patas abiertas, como orina una mujer. Sosteniendo el vestido para que no se salpicara, doblando levemente las rodillas y sacando la cola hacia atrás, haciendo equilibrio con la bombacha a media asta. Luego invitó a la gente que la acompañaba a que diera vueltas a la piedra fundacional, tal como lo había hecho ella. La maldición quedó así consumada”, relata la narradora.

Fueron estos los gobernadores que fracasaron en su empeño democrático de llegar por las urnas a la Casa Rosada, de distintos signos políticos (conservadores, radicales intransigentes y peronistas: Marcelino Ugarte, Emilio Crotto, Manuel Fresco, Rodolfo Moreno, Domingo Mercante, Oscar Alende, Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, Felipe Solá y Daniel Scioli. Algunos perdieron en la elección general, otros fueron interceptados en las internas partidarias.

¿SALAZAR ROMPE EL CONJURO?

En esa fría noche de San Juan, el Brujo Salazar decidió realizar una suerte de “contramaldición” en un baldío ocupado por una canchita de fútbol ubicado fuera del radio céntrico. Salazar y sus colaboradores habían preparado allí una pila de cuatro metros de alto, hecha con ramas, papeles y otros desechos combustibles. En esa ocasión a quienes se acercaban a mirar les ofrecían diarios viejos para que atizaran la previsible hoguera.

La bandera bonaerense y las botellas

A las medianoche la fogata iluminó el barrio y una vez que las maderas se vieron reducidas a pequeñas brasas y cenizas hicieron una pista de 12 metros de largo por dos de ancho y los seguidores del Brujo caminaron descalzos “para limpiar sus espíritus”, dijo Salazar.

“Muchachos, esto es nuestro, es algo espiritual, es la noche de San Juan, que acá celebramos todos los años. Hay sidosos, enfermos, borrachos, drogadictos, todos caminarán por las brasas buscando a través de la Fe su curación. La política es otra cosa, eso será después, en la Plaza”. De modo que a la 1.30 se dirigieron, ahora sí, a la Plaza Moreno para “desanudar” el embrujo de la Tolosana.

 

El exorcismo fue para romper con la secular “maldición de los Gobernadores”

 

Llegaron a las 2 de la mañana y había unas 500 personas y todo el periodismo platense. El Brujo depositó cenizas traídas en cercanías de la estatua “El arquero divino” y otro montón en la piedra fundamental. Extendió en el suelo una bandera bonaerense, sobre la que colocó una veintena de botellas de sidra, champagne y vino.

El Brujo Salazar alzó las manos, miró hacia la Catedral y dijo en forma solemne: “Señor Duhalde, sea Usted bienvenido a la presidencia de la Nación”.

Acto seguido, el Brujo besó las banderas y junto a sus seguidores dio tres vueltas a la piedra fundamental –igual que lo había hecho su antecesora, la Bruja Tolosana- pero con intención contraria. Allí se detuvo y expresó a voz en cuello: “Las brujas empezaron a llorar”.

Es verdad que por las urnas todavía no llegó ningún gobernador a la Casa Rosada. También lo es que Duhalde sí se puso la banda presidencial y se apoyó sobre el bastón de mando. ¿Sigue o no sigue entonces la maldición de los Gobernadores?

Palito Ortega, Chiche Duhalde, Carlos Ruckauf y Eduardo Duhalde, en plena campaña electoral en 1999

 

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