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La Ciudad |EVENTOS SOCIALES, ROMANCES, RITUALES Y MUCHO MÁS

Como todo cementerio, el de La Plata tiene sus historias verdaderas y mitos

Pasan las generaciones y las numerosas y extrañas leyendas de la necrópolis local perduran y hasta han sido objeto de investigaciones, algunas de las cuales se publicaron, como el libro que la Municipalidad editó con un trabajo de profesionales de la UNLP

Como todo cementerio, el de La Plata tiene sus historias verdaderas y mitos

La construcción del cementerio estuvo estrechamente relacionada con el diseño de La Plata

19 de Noviembre de 2024 | 00:48
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Desde siempre, en todo el mundo, los cementerios han sido y son ámbitos envueltos en historias de diverso tipo, aunque en su mayoría de terror y misterio. Y es por eso que el de nuestra ciudad se destaca, porque más allá de las clásicas narraciones que infunden miedo, también presenta una larga serie de hechos reales que, no obstante, cuestan creer.

Muchas de esas historias y mitos son ampliamente conocidos, otros no tanto, y algunos han tenido hasta ahora poca difusión. Claro que durante el transcurso de las décadas se han ido olvidando algunas leyendas que en su tiempo dieron origen a generalizados comentarios y opiniones en los más diversos ámbitos de la sociedad platense.

En los últimos años comenzaron a organizarse visitas guiadas al Cementerio, incluso algunas nocturnas, durante cuyo transcurso, que generalmente tienen una duración de dos horas, los guías de turismo reviven hasta el detalle de una buena cantidad de historias, algunas de las cuales explican ciertas características que pueden observarse en el “campo santo” local.

Por otra parte, antes de adentrarnos en tema, hay que destacar un importante dato histórico sobre las dos ubicaciones que tuvo el Cementerio de La Plata ya que el primero, a partir de la fundación misma de nuestra ciudad, se ubicó en una zona descampada de la localidad de Tolosa hasta su posterior y definitivo traslado a 72 y 131.

 

El Cementerio fue declarado Patrimonio Histórico y Arquitectónico

 

A principios de la década de 1930 fue bendecida la iglesia del Cementerio de La Plata, con la obra aún inconclusa. El templo, de estilo neorrománico diseñado por el arquitecto Roberto Ciocchini está en 131 y 72. Inicialmente se le impuso el nombre de “Iglesia de Jesús Crucificado” durante una ceremonia en la que se estrenó la campana donada por la familia de Domingo Tortonese.

El 15 de julio de 2018 el Cementerio de nuestra ciudad fue declarado Patrimonio Histórico y Arquitectónico de La Plata mediante la aprobación, por parte del Concejo Deliberante, de la Ordenanza Municipal 11.672.

LA UBICACIÓN ORIGINAL

Hay que recordar que Tolosa era una pequeña villa levantada años antes de la fundación de la nueva capital de la provincia de Buenos Aires, habitada en su mayoría por empleados ferroviarios y sus familias, dado que allí funcionaban los talleres del Ferrocarril General Roca.

De modo que previamente a la fundación platense, los tolosanos ya contaban con una pequeña necrópolis, la que fue ampliada a partir de noviembre de 1882 para albergar a los cuerpos de los primeros pobladores platenses, la mayoría de los cuales eran obreros extranjeros, que fallecieron en los albores de la recién nacida ciudad.

Si bien se trataba, como se dijo, de una zona descampada, en los documentos oficiales redactados años después, se ubicaba al primer cementerio platense en un sector delimitado por las actuales calles 523, 525, 118 y 120.

El cementerio definitivo comenzó a construirse a principios de diciembre de 1886 con una fachada amplia sobre 131 y paredes laterales simples tanto por la calle 72 como por la 76. La necrópolis quedó oficialmente inaugurada poco menos de tres meses después, el primero de febrero de 1887.

Le corresponde el diseño al ingeniero Pedro Benoit, quien replicó en el trazado de la necrópolis las características de la ciudad de La Plata con calles ortogonales, diagonales, plazas y plazoletas.​ También, al igual que en el caso urbano platense, las calles del Cementerio están profusamente arboladas con arces, tilos, plátanos, abetos, falsos abetos, cipreses, cedros, ficus, enebros, fresnos y sauces, entre otras especies.

El cementerio encierra innumerables historias que han dado mucho que hablar

UN ESPACIO SOCIAL Y ROMÁNTICO

Visto con una perspectiva actual pensar que un cementerio fuese un ámbito de socialización y hasta de encuentros románticos suena como algo, si se quiere, bastante alocado. Sin embargo, a principios del siglo pasado eso se daba en nuestra ciudad.

Los ritos funerarios de aquellos tiempos eran absolutamente distintos a los actuales; al igual que los velatorios, las inhumaciones tenían más pompa y asistencia de familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo.

Pero la mayor diferencia se daba en las visitas que miles de platenses hacían con suma frecuencia al Cementerio para llevar flores a algún sepulcro y hasta para pasar prolongados momentos junto a las tumbas de seres queridos. Esas visitas por lo general se hacían en familia y por su duración incluían una merienda.

De ese modo, y pese a lo obviamente recatado del ambiente, era frecuente encontrarse con gente conocida y también, trabar relación entre familias que acudían a tumbas y bóvedas relativamente cercanas entre sí.

Y ese fue un impensado ámbito social en el que se fueron formando muchas parejas entre jóvenes de la sociedad platense que con el tiempo se casaron y formaron sus propias familias.

La antropóloga platense Carlota Sempé escribió hace tiempo sobre este tema que “era una época en que las mujeres tenían salidas muy acotadas. No andaban solas por la calle como ahora y eran contadas las salidas que hacían en familia. En ese tiempo numerosas parejas pertenecientes a las clases acomodadas de La Plata se conocieron en el Cementerio y en el marco de estas visitas. Hasta se arreglaron casamientos en esas ocasiones”.

Una de las mejores historias del Cementerio de La Plata ya olvidada desde hace tiempo pero que en su momento causó un enorme revuelo en nuestra ciudad fue el de la aparición de una momia que, según algunos, a veces brillaba y otras emitía cierta luminosidad desde sus manos, cuestiones que se tejieron mientras el cuerpo estuvo en exhibición en la necrópolis durante algunos años de principios del siglo pasado (ver nota aparte).

HECHOS INSÓLITOS

A mediados de la década de los años ‘40 se produjo en la necrópolis local algo realmente absurdo y aberrante al mismo tiempo.

Una madrugada uno de los cuidadores nocturnos había escuchado unos sonidos extraños provenientes de la zona de nichos; munido de un farol inspeccionó el sector sin advertir nada fuera de lo normal. Pero en las primeras horas de la mañana, con la luz del día a pleno, se halló un féretro en el piso y un cadáver a varios metros arrastrado.

Se trató de un alocado intento de un hombre con facultades mentales alteradas que pretendía llevar el cuerpo de su fallecido padre a una aldea de Italia de la que el occiso era oriundo.

Por esa misma época pasó otro episodio muy comentado. Un grupo de sepultureros había cavado varias tumbas que días después serían utilizadas; uno de ellos, luego de hacer un alto para almorzar y tomar algo (bastante) de vino, se acostó a dormitar en el fondo de uno de esos pozos, pero quedó profundamente dormido.

Sus compañeros sacaron varias coronas florales de otras tumbas y las pusieron sobre la que dormía el obrero en cuestión, el que al despertarse, se levantó sacándose las flores vecinas pero causando pánico a dos mujeres de edad que se encontraban rezando junto a una tumba cercana, y que dieron fuertes alaridos para salir raudamente del lugar y contar en la administración del Cementerio lo que acababan de presenciar.

En los años sesenta falleció la dueña de un bar cercano al Cementerio y su fiel perro quedó sin dueño. Pero el animal, se pasaba todo el día echado junto a la tumba de la mujer.

Los cuidadores del lugar se encariñaron con el animal y se encargaron de alimentarlo hasta que poco más de dos años después el perro murió.

MÁS CURIOSIDADES

También hay múltiples relatos con relación a hechos supuestamente ocurridos en el cementerio platense a lo largo de las décadas. Una parte de esas narraciones es verídica mientras que ciertos hechos tenidos por ciertos, no lo son.

Pero, de todas formas, pasando revista a ese, podría decirse, anecdotario, hay circunstancias cuya divulgación ha sido en distintas épocas muy conocidas entre los platenses.

En ese marco, por ejemplo, se cuenta que durante casi 36 años, un hombre siempre bien vestido y que habría sido un abogado de la Ciudad, invariablemente en forma diaria y sin considerar contingencia climática alguna, llevaba una flor a la tumba de su madre. Se cuenta que eso se prolongó desde mediados de la segunda década del siglo XX hasta comienzos de los años ‘50.

Muchos concurrentes al cementerio local durante una buena parte de la década de 1960 han dado fe de haber visto los domingos junto a la tumba de su esposo, a una mujer que llevaba una radio portátil que encendía durante las transmisiones de los partidos que disputaba Gimnasia.

El cementerio de la plata supo ser un espacio para socializar

Uno de los cuidadores del lugar había referido en su momento que la mujer en cuestión le había contado que su esposo había sido un fanático tripero y que el llevar la radio para que el occiso “escuchara” los partidos del club de sus amores representaba su forma ritual de recordarlo. Además, llevaba siempre un ramo de claveles blancos.

También está la historia de un obrero del sector de maestranza de la necrópolis local que tenía una alteración de sus facultades mentales por lo cual, entre otras cosas, había tomado la costumbre de disparar al aire un tiro con un revólver que escondía entre sus ropas, toda vez que sonaba la campana de la Iglesia del Cementerio.

Las autoridades administrativas de la repartición municipal, luego de que el hecho se repitiera en tres ocasiones, obligaron al obrero a ingresar a su trabajo desarmado, pero tiempo después y tras haber cometido variados hechos, algunos de los cuales llamaron fuertemente la atención del público, el hombre de cincuenta años fue jubilado por incapacidad.

Los variados relatos con respecto a personas que presuntamente se habrían quitado la vida a través de distintos métodos junto a la tumba de sus seres queridos jamás han encontrado el correlato policial del caso.

Pero lo que sí es real es que, a lo largo de los años, fueron muchas las personas que sufrieron en el Cementerio indisposiciones de salud de distinta complejidad, supuestamente causadas por fuertes estados emocionales, debiendo ser atendidas en algunos casos en la misma necrópolis e incluso trasladadas a centros asistenciales de esa zona de nuestra ciudad.

Otro mito extendido que permanece en calidad de tal porque jamás pudo ser comprobado, cuenta que el 24 de diciembre de 1946 una mujer de unos cuarenta años ingresó a la bóveda familiar para pasar la Nochebuena con su marido que había fallecido unas semanas antes.

A partir de mediados de la década de 1990 comenzó a ser cada vez más evidente en la zona de tumbas, el hecho de que sobre las cruces se colocaran camisetas de los cuadros favoritos de los difuntos allí inhumados. Ese impensado ritual funerario, por calificarlo de alguna manera, ha ido cobrando cada vez más fuerza hasta la actualidad.

ROBOS Y EXTRAÑOS RITOS

Desde hace alrededor de veinte años, en el cementerio platense, al igual que numerosas necrópolis de nuestro país, se comenzaron a sustraer placas y otros ornamentos fúnebres de bronce.

Los primeros en convertirse en “sospechosos” de esos incalificables robos fueron los cuidadores nocturnos, en su mayoría, gente de mucha antigüedad, pero fueron precisamente esos honestos trabajadores los que en varias ocasiones lograron avisar a la policía sobre el ingreso de noche de malvivientes al camposanto, e incluso, también lograron detener a dos de ellos en sendas oportunidades.

Por otra parte, desde hace unos quince años, comenzaron a abundar denuncias y quejas vecinales, más que nada en el sector que da al lateral de la calle 76, sobre la frecuente ocurrencia de rituales de supuestas “religiones” afro-brasileñas, ceremonias nocturnas durante las cuales se degollaba a un gallo para de inmediato arrojarlo al interior del cementerio por entre las rejas de uno de los accesos.

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