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Raúl Kraiselburd
Tuve el privilegio de ser uno de los tantos testigos de la habilidad diplomática y el respeto que había generado el Presidente Carter para auditar el normal desarrollo de las elecciones presidenciales de Nicaragua y tal vez de conocer algunas intimidades debido a la amistad que me une con la familia Chamorro.
El entonces exmandatario norteamericano actuó como observador de las elecciones presidenciales en 1990. Se instaló en Managua con su esposa, con la autoridad moral que le otorgaba el haber intentado durante su presidencia la salida de Somoza para poner fin a la dictadura de Nicaragua. En esos días en Managua había decenas de delegaciones de distintos países y de organizaciones internacionales también como observadores de lograr que las elecciones se desarrollaran con toda normalidad.
Somoza había caído en 1979 a raíz de una reacción masiva de la ciudadanía por el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, director del diario La Prensa. La organización guerrillera llamada Frente Sandinista de Liberación se adjudicó el triunfo aunque todos los sectores políticos y sociales de Nicaragua contribuyeron para derrocar al dictador.
La unidad que se logró al principio para gobernar el país se fue debilitando y Violeta Chamorro que lideraba a importantes sectores de la clase media rompió relaciones con Daniel Ortega, el líder de los guerrilleros.
La crisis política hizo temer que las diferencias se zanjaran por la violencia pero el entonces expresidente Carter comenzó a mediar para que se lograra una solución pacífica.
Un año antes de las elecciones llegamos a Nicaragua, representando a la Sociedad Interamericana de Prensa a raíz de las presiones que el gobierno sandinista realizaba sobre el diario La Prensa de los Chamorro. Conocía a Violeta Chamorro quien incluso había estado de visita en mi casa de Gonnet, con su hijo Pedro Joaquín cuando realizaba una gira por América Latina para lograr el apoyo de los gobiernos democráticos a fin de que el sandinismo convocara a elecciones libres.
La división de los nicaragüenses era tal que se manifestaba también entre los hijos de Violeta: Pedro Joaquín y su hermana Cristiana eran opositores a Ortega, mientras que Carlos Chamorro era director del periódico oficial sandinista Barricada y en ese carácter fue que la delegación de la SIP lo entrevistó para conocer su opinión sobre la situación de la libertad de prensa en el país, pero se generó una discusión agresiva a pesar de haber llegado a Managua con el objetivo de dejar sentada nuestra protesta por las presiones del gobierno sobre el diario La Prensa propiedad de la familia Chamorro.
En una muy tensa situación política comenzarían las campañas partidarias, en las que desde un comienzo Carter desempeño un papel fundamental tratando de crear una situación en la que las agresiones no llegaran a ser violentas para que los comicios se desarrollaran en paz y todos aceptaran el resultado.
Tres candidatos fueron los que se presentaron, pero la polarización era total y era evidente que Violeta Chamorro o Daniel Ortega serían uno de los elegidos.
Volví a Managua en 1990, días antes de las elecciones. Por mi cercanía con los Chamorro pude conocer en profundidad las gestiones que llevaba a cabo Carter y hasta tuve el privilegio de escuchar algunas de sus opiniones.
Las encuestas daban como ganador a Daniel Ortega y Carter destino sus mayores esfuerzos para lograr un compromiso de los opositores que apenas se conociera una tendencia que indicara el posible resultado, reconocieran la victoria del sandinismo. Violeta estaba segura de triunfar y decía que todas las encuestas partieron de un error sustancial: los encuestadores eran nicaragüenses y que habían hecho sus consultas bajo un clima de temor de la población. En cambio ella confiaba en una encuesta con trabajadores de campo costarricenses, que desde hacia muchos años eran considerados “los democráticos”.
La noche de la elección, Carter llamaba a uno y a otro continuamente y cuando finalmente se supo que ganaba Violeta comenzó a tratar de que Ortega fuera hasta la casa de ella a reconocer la victoria. Parecía un objetivo imposible. El expresidente le garantizó que en la casa solo estaría Violeta y que los partidarios de ella no estarían celebrando en las inmediaciones. Luego la presidenta electa llamó por teléfono al derrotado y con el tono que Carter le aconsejara, le dijo: “Danielito, te estoy esperando para demostrar nuestra coincidencia en la búsqueda de la paz entre los nicaragüenses”. Con esas palabras que la diferencia de edad justificaban, Violeta con los oficios de Jimmy Carter recibió en su casa la felicitación del derrotado.
Sus hijos seguirían por un tiempo divididos, hasta que años después con los sandinistas en el gobierno Carlos Chamorro fue despedido del diario Barricada por sus discrepancias con Ortega, que expresaba públicamente. Pero como su madre Violeta y su hermana Claudia, debió exiliarse.
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