Los nuevos edificios y la vigencia del arte y la cultura platenses
Edición Impresa | 2 de Marzo de 2024 | 06:42

Puede decirse que hasta promediar la década del 30, el estilo arquitectónico de La Plata, definido por los fundadores y ejecutado por expertos profesionales y artesanos, era neoclásico, representado por los grandes edificios públicos como son las sedes de los tres poderes -Casa de Gobierno, la Legislatura, Tribunales- y otros grandes palacios como el de la Municipalidad o el Museo de Ciencias Naturales.
Pero también las casas familiares, aún las más humildes, apuntaban a consolidar ese neoclasicismo, que le dio a la nueva ciudad una suerte de autoridad y fidedignidad estilística pocas veces vista en otras del país.
Sin embargo, esa La Plata dominante comenzó a eclipsarse ante la irrupción de la arquitectura modernista o racionalista, con rasgos opuestos a los originales de la fundación.
Los nuevos aires de la arquitectura se hicieron sentir y en los 40 ya la influencia doctrinaria de talentos universales como Le Corbusier interrumpieron aquella integridad estilística original, para crear nuevas propuestas.
Arquitectos de vanguardia entonces como Julio Barrios y un poco más tarde, en la década del 50, Vicente Krause, entre muchos otros, trajeron corrientes arquitectónicas de vanguardia de Barcelona, Nueva York, Bilbao y otras metrópolis.
Ya no sobre los edificios públicos, sino en el universo de las viviendas privadas, estos y otros profesionales volcaron numerosos proyectos y lo hicieron con éxito, al punto de que fueron reconocidos y convocados desde diversos países de América para presentar proyectos allá.
Ellos modificaron sustancialmente la fachada y el interior de las casas, dándole por ejemplo gran importancia a la luz natural con aberturas y techos transparentes. No faltaron tampoco objeciones a la nueva arquitectura, que contrastó tan radicalmente con la impulsada por los fundadores.
GRANDES NEGOCIOS
Lo cierto es que también la arquitectura moderna se hizo cargo de la creciente proliferación de grandes locales comerciales, que se instalaron en esas décadas en la Ciudad.
A simple vuelo de pájaro puede hablarse de las casas Delmar, El Siglo, La Normal, Beige, Vos, Gath y Chaves, el Bazar X y muchos otros edificios como los de la confiterías París, La Perla, la Platense y los nuevos cines como el Rocha, Mayo, Astro y San Martín, que le dieron intensa vida al renovado centro platense.
Claro que existió a mediados de los 40 una suerte de real condicionamiento, originado por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial que, si bien se tradujo para el país en una expansión notable de sus exportaciones agroganaderas, significó también la falta de repuestos en distintas áreas y el escaso desarrollo de la industria automotriz, entre otros motivos por la ausencia de neumáticos y la escasez de combustibles.
Sin embargo, fueron años de expansión económica y la Argentina, como vino ocurriendo casi desde principios de siglo, siguió figurando en el mundo al frente de las estadísticas de las exportaciones agroganaderas.
Al mismo tiempo, la Universidad platense continuó completando su organigrama de facultades, incorporando nuevas disciplinas y contratando a los mejores profesores de América en muchas áreas del conocimiento.
Los primeros años de la década del 40 marcaron una intensificación del enfrentamiento entre los conservadores -que mantenían el gobierno a partir de elecciones cuestionadas por el fraude que, según se denunció, habían montado- y el radicalismo, con la activa presencia del socialismo como tercera fuerza. Un socialista famoso, Alfredo Palacios, sería presidente de la Universidad platense en esos años y existen anécdotas más que interesantes a partir de las ocurrencias de este político extraordinario.
VIDA CULTURAL Y ARTÍSTICA
Pero al margen de ello, es verdad que La Plata nunca dejó de darle importancia a su vida artística y cultural. En medio de una permanente agitación política, los teatros permanecieron siempre abiertos. Las noticias de EL DIA no dejaron de transmitir esa actividad.
En abril de 1943 actuaron Lopecito y su Cuarteto del 900 en el revitalizado y siempre inquieto Coliseo Podestá. Representaron “La cabalgata del tango”, una evocación de las distintas épocas musicales enhebradas desde Villoldo a Gardel, con versiones fonoeléctricas de diversas orquestas y cantores.
Luis Sandrini y Nedda Francy se presentaron después, también en el Coliseo y tuvieron gran éxito. Contingentes de porteños llegaban en micros contratados para sumarse a la platea. La obra se llamó “El diablo andaba en los choclos” y se había mantenido varios años en cartelera en la porteña calle Corrientes.
El historiador Ricardo Soler reseña que también actuó en la Ciudad la compañía teatral de María Guerrero-Díaz de Mendoza, siempre en el Coliseo. Ofreció dos obras: una versión de “Felipe Derblay o el dueño de las herrerías”, de Jorge Ohnet, y “El genio alegre”, de los hermanos Alvarez Quinteros.
En el terreno de las artes plásticas, la Escuela de Bellas Artes organizó entonces una memorable exposición de cuadros de Fernando Fader, que había surgido a la fama eclipsando en su momento a artistas de la talla de Bernaldo de Quirós y Rogelio Yrurtia.
Añade Soler que “la Biblioteca Verdi contrató al violinista norteamericano Yehudi Menuhin, que dio su concierto en el Coliseo Podestá, por estar de refacción el Teatro Argentino. Fue una fiesta de la música para el público platense, que ya en una gira anterior fuera cautivado por este artista de fama harto merecida”.
Como se dijo, el arte y la cultura nunca dejaron de figurar en la agenda platense. Actores de renombre internacional como Vittorio Gassman actuaron en el Argentino (1951), en el mismo escenario que transitó en forma breve, veinte años antes, Federico García Lorca.
Duke Ellington, Borges en varias conferencias, Ortega y Gasset, el recién Premio Nobel Juan Ramón Jiménez también a inicios de los 50, Richard Strauss con la Orquesta Filarmónica de Viena, el pianista Alejandro Brailowsky y la cantante lírica Claudia Muzio, fueron parte de los intérpretes, artistas e intelectuales que se sintieron ciertamente atraídos y no ocultaron después su admiración por nuestra ciudad.
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