“Desvelos de verano”, una obra incómoda de Martín Kohan

En este libro de cuentos, el autor afila la prosa para construir trece historias que arden en la penumbra del calor y la tensión estival

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El verano es, en estos cuentos de Martín Kohan, mucho más que una estación. Es una atmósfera, una condición existencial, un escenario donde el mundo parece derretirse y endurecerse bajo el sol.

“Desvelos de verano”, su último libro de cuentos, trabaja con ese clima y lo convierte en lenguaje: sofocante, dilatado, punzante. Como si el calor no solo transpirara desde los cuerpos de los personajes, sino también desde las páginas mismas.

En estos trece relatos hay algo uniforme pero inquietante. Kohan prescinde aquí de la irreverencia que a veces atraviesa su obra y opta por una sobriedad que no es recato, sino cálculo. El estilo es seco y filoso, como si cada palabra fuera tallada con esmero para no decir de más, pero siempre para sugerir algo más. Hay un arte de la omisión que no es vacío, sino tensión. Lo que no se dice se arrastra como un animal dormido bajo la cama, como la noche que no cede o el deseo que no encuentra desahogo.

 

El ambiente, el calor agobiante y la pulsión del paso del tiempo son los protagonistas

 

El verano -ese verano- es un actor principal. Pero no uno jubiloso, sino más bien harto de sí mismo. Un verano que se vive como encierro incluso al aire libre, que entumece más que libera. En cuentos como “El desvelado”, “El ahogado” o “Enfrente”, se despliegan escenas de mínima acción, casi anodinas en apariencia, pero cargadas de un fondo ominoso. El relato de un marido que no puede dormir y empieza a espiar, sin querer queriendo, los rituales nocturnos de su esposa. La historia de un pescador que se topa con una zapatilla flotante y se hunde, junto con su caña, en una inquietud sin nombre. La mirada de un hombre que observa a su vecina desde la reposera, amparado por una frase tan ambigua como el calor: “el verano es la estación de los cuerpos”.

Cada cuento es breve, casi aforístico, pero no por eso ligero. Todo lo contrario: son textos densos, cargados de un espesor que no proviene de lo que se acumula, sino de lo que se retiene. Es notable el modo en que se trabaja la oralidad, el uso repetido de ciertas expresiones, frases que se reiteran como un mantra que no calma, sino que incrementa la ansiedad. Hay un ritmo interno que no es musicalidad, sino latido. Y ese pulso —ese desvelo— se transmite al lector, que llega al final de cada cuento con la respiración alterada, como si también hubiera estado en vela, en un calor de pueblo donde no corre una brisa.

“Desvelos de verano” es un libro sobre lo que no sucede pero podría suceder en cualquier momento. Un ejercicio de contención narrativa que demuestra cómo la literatura puede hacer mucho con poco. No hay aquí grandes gestas, ni tramas explosivas, ni clímax ruidosos. Hay, en cambio, una atención casi obsesiva por el detalle, una forma de mirar y escribir que se demora en el gesto, en la espera, en el sopor. Y es en ese detenimiento donde se aloja la potencia.

Este libro se lee con lentitud porque cada cuento necesita su pausa; y que se relee, porque algo queda vibrando después. El verano, después de todo, no termina nunca del todo: siempre hay una chicharra que sigue gritando cuando ya nadie la escucha.

Desvelos de verano
MARTÍN KOHAN
Editorial: Random House
Páginas: 128
Precio: $25.999
Martín Kohan
Desvelos de verano

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