“Léxico familiar”: el idioma secreto de Natalia Ginzburg
Edición Impresa | 25 de Mayo de 2025 | 04:05

“Me gusta pensar que va a leerse como una novela, y que se le pedirá todo lo que solemos pedirle a la ficción”, decía Natalia Ginzburg sobre Léxico familiar, obra publicada en 1969. Y tenía razón. Aunque el libro esté basado en hechos reales -su infancia, su familia, sus amistades-, se impone con la fuerza de una obra literaria. Una novela sin trama ni artificio técnico, donde los diálogos, las costumbres y las anécdotas se ordenan como piezas de un mosaico que reconstruye una época.
La familia Levi, protagonista coral del libro, es una familia judía, laica y antifascista que vivió en Turín entre 1930 y 1950. Allí transcurre la vida de Natalia, una de las hijas del profesor Giuseppe Levi, científico de genio y carácter feroces. A su lado, la madre, delicada y sensible, y una serie de hermanos, tíos, amigos y figuras del mundo intelectual italiano -entre ellos Cesare Pavese y Elio Vittorini- que pueblan las páginas con la misma naturalidad con la que irrumpían en la casa familiar.
Pero “Léxico familiar” no es una crónica histórica, ni una novela política, ni un diario íntimo. Es, sobre todo, un ejercicio de escucha. Natalia Ginzburg escribe como si recordara en voz alta, como si repitiera frases oídas en la infancia. Las palabras que se decían en su casa, como expresiones, exclamaciones y hasta fórmulas, se convierten en un idioma secreto, compartido solo por quienes vivieron allí. Y es en ese léxico privado donde se ancla la identidad de una familia, y también la del país que la rodea.
En un tono austero, sin adornos, Ginzburg va hilando escenas familiares, paseos por Turín, viajes forzados, discusiones ideológicas, silencios de posguerra. El libro avanza sin estridencias, con una contención que evita el dramatismo incluso cuando narra episodios trágicos: el destierro junto a su marido Leone Ginzburg, encarcelado y muerto por el régimen fascista; el suicidio de Pavese; la violencia del contexto político. Aun así, el libro nunca pierde su luminosidad. Cada recuerdo está atravesado por una ternura que desarma.
Leída hoy, “Léxico familiar” conmueve por su honestidad radical. No hay grandilocuencia ni juicio. Hay memoria. Y en la memoria, como bien sabía Ginzburg, se mezclan lo banal y lo trascendente. Por eso puede hablar con la misma intensidad de un abrigo nuevo, de una conversación trivial o de la muerte de un ser querido. Todo pertenece al mismo territorio: el de lo vivido y recordado, que nunca es exactamente igual a lo que fue.
La autora de “Las pequeñas virtudes” (1962) y “Nuestros ayeres” (1952) convierte esa mirada atenta y melancólica en un estilo. Su prosa es directa, limpia, sin gestos ampulosos. Pero debajo de esa aparente simplicidad hay una profundidad que se filtra lentamente, como una lluvia fina que cala hondo. Leerla es como escuchar a alguien que habla de cosas pequeñas para decir cosas grandes.
Esta es una de las obras más singulares de la literatura europea del siglo XX. Una novela sin ficción, una autobiografía sin vanidad, un homenaje a la palabra como refugio y como legado.
Editorial: Lumen
Páginas: 272
Precio: $36.999
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