El cuerpo no es una máquina: vivir más y mejor depende de lo que hagas hoy
Edición Impresa | 13 de Julio de 2025 | 06:06

Agendas saturadas, pantallas omnipresentes y entornos cada vez más artificiales emergen con fuerza en las nuevas formas de entender el bienestar. Alejadas de fórmulas mágicas o promesas de resultados inmediatos, estas propuestas apuntan a un reencuentro con prácticas antiguas sostenidas hoy por la evidencia científica, en combinación con las posibilidades que ofrecen la tecnología y el autoconocimiento. Se trata, en esencia, de un cambio de paradigma: dejar de ver al cuerpo como una máquina que hay que forzar para producir más y comenzar a tratarlo como un sistema integral que necesita equilibrio, adaptación y estímulos adecuados para alcanzar su máximo potencial.
Uno de los pilares centrales de esta mirada es la incorporación de hábitos ancestrales como estrategia para contrarrestar los efectos negativos del sedentarismo, el estrés crónico y la desconexión con los ritmos naturales. Actividades tan simples como caminar descalzos sobre el pasto, exponerse a la luz solar natural, bañarse con agua fría o alimentarse según el ciclo diurno están siendo reivindicadas por sus efectos positivos sobre el sistema inmune, la energía diaria y la longevidad. Estos gestos cotidianos, que alguna vez fueron parte del modo de vida humano, hoy adquieren un nuevo valor: no como rituales nostálgicos, sino como herramientas prácticas para enfrentar los desafíos del presente.
LOS TEMAS NODALES
Uno de los conceptos clave es el de hormesis, que refiere a la exposición breve y controlada del cuerpo a estímulos intensos que, lejos de dañar, fortalecen. En este marco, prácticas como las duchas frías, los baños de hielo o los entrenamientos breves de alta intensidad se entienden como microdesafíos que estimulan procesos de adaptación, promueven la regeneración celular y aumentan la tolerancia al estrés. Este principio también se aplica al ámbito mental: así como el cuerpo se vuelve más resistente al frío o al esfuerzo físico con la práctica, también el cerebro se fortalece cuando se lo enfrenta a aprendizajes nuevos, conversaciones profundas o desafíos intelectuales.
Otro eje central tiene que ver con el respeto por los ritmos biológicos naturales. El ciclo circadiano, que regula funciones como el sueño, la digestión y la producción hormonal, suele verse alterado por los hábitos contemporáneos. Dormir poco o en horarios tardíos, comer de noche o pasar muchas horas frente a pantallas son costumbres que interfieren con este reloj interno. Volver a sincronizarse con la luz natural, evitar la comida al menos tres horas antes de dormir, priorizar el descanso nocturno entre las 22 y las 6 y cenar más liviano son algunos de los ajustes que pueden tener un impacto directo sobre la calidad del sueño, la energía diaria y la salud metabólica.
LA COMIDA Y EL EJERCICIO SON PRIMORDIALES
La alimentación también ocupa un lugar protagónico. Más allá de dietas específicas, el foco está puesto en el modo de comer: priorizar los alimentos reales, ricos en nutrientes estables como grasas buenas y proteínas de alta calidad, y evitar los picos de glucosa que generan subidas y bajadas bruscas de energía y ánimo. Complementos como la glutamina, el colágeno, la vitamina C o la creatina son utilizados para potenciar la vitalidad, pero siempre dentro de un esquema más amplio que contempla la comida como un combustible estratégico que debe acompañar los ritmos naturales del cuerpo.
En esta visión integral del bienestar, el movimiento físico no se limita al gimnasio o a la clase de yoga. Aparece un concepto revelador: el sedentarismo encubierto, que señala que una persona puede realizar actividad física a diario y, sin embargo, ser sedentaria si pasa el resto del tiempo en estado de quietud prolongada. Así, se propone incorporar pausas activas cada una o dos horas, especialmente durante la jornada laboral, con ejercicios simples pero vigorosos que reactiven la circulación, la musculatura y la atención. Saltar la soga, hacer flexiones o sentadillas en pocos minutos puede marcar la diferencia entre un día agotador y uno con energía sostenida.
El bienestar emocional también tiene su espacio. Frente a la tendencia de suprimir o medicar las emociones incómodas, se plantea la importancia de permitirnos sentir, sin juzgar ni intentar “hackear” lo que nos pasa. Las emociones, se sostiene, no son el problema: el problema es reprimirlas o instalarnos indefinidamente en ellas. Aceptarlas, transitarlas y darles un sentido es parte de la autorregulación emocional y de un equilibrio que se construye, también, desde el cuerpo. La tristeza, por ejemplo, puede amplificarse sanamente con música que acompañe ese estado, generando un alivio posterior; lo mismo sucede con el enojo o la angustia, cuando se los deja fluir en lugar de contenerlos con miedo o vergüenza.
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