Hay 8 de cada 10 hábitos que podemos cambiar para vivir más y mejor
Edición Impresa | 27 de Julio de 2025 | 04:32

Durante décadas se pensó que el envejecimiento era una sentencia genética ineludible. La edad, marcada en nuestro ADN, parecía determinar cuándo y cómo el cuerpo comenzaría a deteriorarse. Sin embargo, la biología moderna empezó a mostrar un panorama más esperanzador: cerca del 80 por ciento de los factores que condicionan nuestra longevidad pueden ser moldeados a través de decisiones cotidianas. No se trata de fórmulas mágicas ni de tratamientos caros, sino de ciencia aplicada al día a día, centrada en comprender cómo nuestras elecciones y entornos influyen en la manera en que envejecemos.
El ejercicio físico ocupa un lugar central en este enfoque. Pero no es solo una cuestión de sumar horas de gimnasio. Lo verdaderamente decisivo es moverse a lo largo del día. La actividad física frecuente y sostenida contrarresta el estrés oxidativo y mantiene los sistemas metabólicos en funcionamiento óptimo. El cuerpo humano, diseñado para la movilidad, responde con vitalidad cuando se lo invita a desplazarse, a estirarse, a utilizar su musculatura en tareas cotidianas. Incluso pausas breves para caminar o estirarse cada hora pueden marcar la diferencia frente al sedentarismo prolongado que impone la vida moderna.
Dormir, y hacerlo bien, es otra de las estrategias más poderosas para alargar la vida con calidad. No se trata únicamente de alcanzar una cantidad mínima de horas, sino de sostener un ritmo constante y reparador. Dormir profundamente permite al sistema inmunológico identificar y eliminar células potencialmente dañinas, previene deterioros cognitivos y ayuda a reparar los tejidos. Además, el buen descanso ordena los ritmos circadianos, ese reloj interno que regula funciones clave como la temperatura corporal, la digestión, y la producción hormonal.
La alimentación no queda atrás. La variedad es más valiosa que la restricción. Mantener una microbiota saludable —es decir, un ecosistema intestinal diverso y equilibrado— favorece la longevidad, mejora la respuesta inmunológica y reduce los niveles de inflamación crónica, uno de los grandes enemigos silenciosos del envejecimiento. Incluir alimentos fermentados, vegetales de distintos colores y legumbres no solo mejora la digestión: fortalece la comunicación entre intestino y cerebro, ayudando a sostener una salud mental firme.
Los horarios también importan. No es irrelevante cuándo comemos, dormimos o hacemos ejercicio. Nuestro cuerpo responde mejor cuando seguimos patrones regulares, alineados con los ciclos naturales de luz y oscuridad. El sistema nervioso, la digestión y hasta la producción de energía se sincronizan más eficazmente si respetamos una cierta rutina. Saltarse comidas, trasnochar o vivir en una constante desorganización horaria desajusta procesos biológicos que son mucho más frágiles de lo que imaginamos.
El componente social tiene un peso que no siempre se contempla. La interacción con otros, el contacto humano genuino y frecuente, no solo aporta bienestar emocional, sino que también estimula la reserva cognitiva. Las personas que mantienen conversaciones, que ríen, que se relacionan activamente con su entorno, presentan mejores indicadores de salud mental y física. En paralelo, permitir espacios de aburrimiento y pausa —sin estímulos constantes, sin agendas saturadas— es otra herramienta infravalorada. Es en esos momentos donde el cerebro procesa, reordena, descansa. Se trata de una regeneración silenciosa, pero imprescindible.
EJERCICIO FÍSICO REGULAR Y VARIADO
No solo se trata de hacer deporte una vez al día, sino de evitar el sedentarismo acumulado. Moverse con frecuencia a lo largo de la jornada (caminar, estirarse, subir escaleras) es clave para contrarrestar el estrés oxidativo, preservar la masa muscular, mejorar la circulación y mantener saludables órganos como el corazón y el cerebro.
SUEÑO REPARADOR Y CONTINUO
Dormir bien —idealmente al menos 7 horas seguidas por noche— es crucial. El sueño profundo refuerza el sistema inmunológico, permite la eliminación de células anómalas, fortalece las conexiones neuronales y regula funciones hormonales esenciales. Para Pazos, descansar mal equivale a envejecer más rápido.
ALIMENTACIÓN DIVERSA Y PROBIÓTICA
Una dieta rica en vegetales, legumbres, frutas, alimentos fermentados y yogur ayuda a sostener una microbiota intestinal sana. La microbiota influye directamente en la inflamación sistémica, el estado de ánimo, la función inmune y la salud cerebral. Más que contar calorías, ella promueve comer con variedad y constancia.
RITMOS CIRCADIANOS ORDENADOS
Los especialistas insisten en que no basta con comer bien y dormir bien: también hay que hacerlo en horarios regulares. Vivir alineado con el reloj biológico (comer, dormir y moverse a horas consistentes) mejora la eficiencia del metabolismo y reduce la probabilidad de enfermedades crónicas.
GESTIÓN DEL ESTRÉS Y VIDA SOCIAL ACTIVA
El contacto social frecuente mejora la salud mental y estimula la llamada reserva cognitiva, protegiendo al cerebro del deterioro. Además, aprender a frenar, aceptar el aburrimiento y no idealizar la hiperproductividad ayuda a reducir el estrés crónico, un gran acelerador del envejecimiento.
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