No son solo ellos: somos nosotros

Carlos Barolo

No es la primera vez que lo decimos. En marzo pasado, EL DIA ya había puntualizado sobre los escándalos políticos en la nota titulada “El increíble show de la política contribuye a la pobreza del país”. Y lo que vimos el miércoles en el Congreso es apenas otro capítulo de ese mismo espectáculo lamentable.

Otra vez, la Cámara baja quedó envuelta en una situación lamentable. La sesión terminó con gritos, insultos y empujones, en un clima que rozó la violencia física. Diputados transformados en barrabravas, dispuestos a pelearse a las trompadas en el recinto, que debería ser el templo de la democracia. Bochornoso. Pero sería demasiado cómodo pensar que la culpa es solo de ellos.

La verdad, aunque incomode, es que los argentinos también tenemos responsabilidad en este desastre. Nos gobiernan políticos que protagonizan escándalos, que pierden el control y se convierten en personajes de reality shows, porque nosotros mismos los ponemos allí. O peor: porque a veces ni siquiera nos tomamos el trabajo de elegir. Las bajas participaciones en las elecciones de los últimos años -desde las legislativas de 2021 hasta las nacionales de 2023 y las provinciales de 2025- reflejan un desinterés preocupante por lo público y por la calidad de nuestra representación.

Y no es solo desinterés. Es también desesperanza. Muchos sienten que nada cambia, que da lo mismo quién gane. Ese es el caldo de cultivo perfecto para el hartazgo, el voto bronca o, directamente, para quedarse en casa el día de la elección. Y cada vez que hacemos eso, abrimos la puerta a que quienes llegan al poder no tengan la legitimidad ni el control social que deberían tener.

Una larga lista de papelones

Mientras tanto, la lista de papelones políticos sigue creciendo. No es la primera vez que vemos a legisladores gritarse en el recinto como si estuvieran en la popular de una cancha. Basta recordar en 2020 cuando, en plena pandemia, un diputado apareció besando (y algo más) a su pareja durante una sesión virtual transmitida en vivo. O el escándalo de los “vacunatorios VIP”, donde funcionarios, dirigentes y amigos del poder recibieron dosis de vacunas antes que médicos y mayores en riesgo. O las visitas clandestinas a Olivos durante la cuarentena, los audios filtrados de ministros insultando a gobernadores o periodistas, las denuncias de sobresueldos, los sobresueldos en organismos públicos o las valijas con dinero.

Podríamos seguir: los papelones de funcionarios internacionales que viajan con gastos millonarios mientras piden ajuste en casa; los diputados que se ausentan sistemáticamente de las sesiones o que cobran dietas y asesores por cargos que ni pisan sus oficinas. O los escándalos en provincias, donde legislaturas o concejos deliberantes terminan a los golpes, con concejales trepados a las bancas para insultarse. La política argentina se ha vuelto, muchas veces, una puesta en escena que roza lo grotesco.

Votar sin convicción

No es solo culpa de los políticos. Es nuestra culpa también. Porque votamos sin informarnos, porque vamos a las urnas con bronca o con indiferencia, porque elegimos “al menos malo” sin exigir proyectos, ideas ni coherencia. Porque confundimos la política con el espectáculo y premiamos al que grita más fuerte, o al que aparece en TikTok bailando y diciendo frases hechas. Porque nos resignamos y decimos “son todos iguales” y abandonamos la tarea de exigir y controlar.

Y porque, además, hemos tolerado durante décadas prácticas políticas que ya deberían parecernos inadmisibles. Clientelismo, promesas vacías, candidatos que no pisan el Congreso, funcionarios enriquecidos de la noche a la mañana. No exigimos explicaciones, ni balances, ni resultados. Ni de los oficialismos ni de las oposiciones. Al contrario: muchas veces, nos fanatizamos, defendemos a políticos como si fueran ídolos de fútbol, y dejamos pasar todo lo que no deberíamos dejar pasar.

La crisis real sigue sin resolverse

Mientras tanto, los problemas de fondo siguen sin resolverse. Pero en lugar de exigir representantes serios, preparados y respetuosos de las instituciones, elegimos mirar para otro lado. Y así seguimos atrapados en el mismo círculo vicioso.

La pobreza baja, pero sigue siendo escandalosa. La inflación cae, pero muy lejos el ideal. La educación y la salud pública atraviesan crisis estructurales. La inseguridad crece y la justicia está sumida en su propia maraña de internas y politización. Pero pareciera que la agenda política gira más alrededor de chicanas, peleas en redes y discursos altisonantes que de soluciones concretas. Mientras tanto, millones de argentinos siguen sin perspectivas reales de progreso.

No podemos seguir culpando siempre a “la clase política” como si fuera algo externo a nosotros. Los diputados que el miércoles casi se agarran a trompadas llegaron allí con votos. Con nuestros votos. O con nuestras ausencias.

Si queremos un país mejor, necesitamos asumir nuestra parte de responsabilidad. Informarnos, participar, comprometernos. Romper la comodidad del voto resignado y dejar de elegir al menos malo por descarte. Exigir integridad, honestidad y capacidad. Porque si no lo hacemos, seguiremos teniendo un Congreso que se comporta como un ring, y políticos que nos avergüenzan, mientras la Argentina sigue perdiendo tiempo y oportunidades.

Y, sobre todo, entender que la política no es un show para entretenernos ni un campo de batalla para que otros se insulten en nuestro nombre. Es la herramienta que define cómo vivimos, qué futuro tienen nuestros hijos, y si el país va a dejar de dar vueltas en círculos. Ojalá el bochorno del Congreso sirva al menos para despertarnos del letargo. Porque la democracia no se defiende sola. Y lo que vimos en el Congreso es la prueba más dolorosa de que, si seguimos votando como hasta ahora -o, peor aún, no votando-, el show de los escándalos no va a terminar nunca.

Escándalo en Diputados

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