Dolor por la muerte de Carlos Cantirán

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La radio está de luto. Ese silencio que a veces dice más que las palabras se apoderó del estudio de FM La Redonda 100.3, donde Carlos Cantirán (60) supo ser indispensable de cada programa aunque su voz no saliera al aire. Cuando se conoció la noticia de su fallecimiento, una oleada de tristeza recorrió los pasillos de la emisora, las redes de colegas y el corazón de oyentes que, aunque no lo conocían en persona, alguna vez sintieron nombrar por los conductores la frase “Dale Carlitos, vamos a la tanda”, o en cada canción elegida, en cada momento que él, sin micrófono, ayudaba a construir.

Carlitos, como lo llamaban todos, fue parte de La Redonda desde sus inicios. Había llegado al canal Televisión Selectiva en noviembre de 1992, pero fue en agosto de 1997 cuando empezó a tallar su carrera como operador técnico de la emisora que marcó un antes y un después en la radiofonía deportiva platense. La suya no era solo una tarea técnica. Era una pasión discreta, una entrega constante al aire que otros ponían, pero que él hacía posible.

Porque ser operador de radio es ser el pulso del programa. Es estar detrás de las consolas, de los cables, de las perillas, cuidando cada detalle para que el oyente sienta una experiencia fluida, sin interferencias, sin vacíos. Es quien musicaliza, quien sube la cortina al comienzo y baja el telón al final. Pero Carlos hacía todo eso con una calidez difícil de explicar: no solo ponía música, ponía el alma. No solo conectaba llamados, conectaba emociones.

Cada fin de semana, cuando muchos descansaban, él estaba ahí, bancando las transmisiones deportivas, haciendo que la radio estuviera viva y palpitante. Nunca reclamaba protagonismo, pero era fundamental. Y eso lo sabían todos en La Redonda, donde pasó por cada éxito, cada desafío, cada jornada que quedaba en la memoria radial de la Ciudad.

“Sin Carlitos, muchos programas no hubieran salido al aire”, repetían quienes compartieron años de trabajo con el hombre de Los Hornos. No era una frase hecha. Era una verdad dolorosa que se pronunció entre lágrimas, abrazos y recuerdos. Su partida deja un vacío enorme.

No solo por lo que hacía, sino por lo que era. Una buena persona, un compañero leal, alguien que siempre estaba. “Muñe, muñe”, aún se escucha de fondo.

Carlos Héctor Cantirán supo ser esa figura tan propia de la radio: esencial pero invisible. Fanático del automovilismo, hasta sus últimos días no se perdía ninguna carrera y menos las de Colapinto.

 

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