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El agua le arrastró la casa y se llevó para siempre a su familia

En 6 y 92, un joven perdió a su hermano y a dos abuelos que resistían el temporal sobre un techo

5 de Abril de 2013 | 00:00

Gabriel Mendoza (23) es estudiante de arquitectura pero ya no tiene fuerzas ni para reconstruir su propia casa. La furiosa correntada que arrasó con todo en la cuadra de 6 y 92 literalmente la arrancó desde sus bases y se la llevó para siempre. Al igual que a las vidas de su hermano de 18 años y de sus abuelos, quienes sobre el endeble techo de la construcción, resistían como podían los embates del temporal del martes. El agua sobrepasaba los dos metros de altura y golpeaba contra las desgastadas paredes. Hasta que un rebrote del torrente implacable se llevó a la casa y sólo dejó la muerte.

De los que estaban en la vivienda, el único que sobrevivió a esa noche de espanto fue Edgardo, un tío de Gabriel. Fue rescatado a tiempo por los vecinos de una casa lindera y se refugió con ellos en el techo de un baño, construido de cemento.

Gabriel había salido un rato antes de que el temporal golpeara con toda su fuerza. Pero la lluvia ya arreciaba al llegar a 7 y 76. Detuvo la marcha de su auto y se comunicó con su familia, para saber cómo estaban. “El último mensajito fue a las 19.30 y me dijeron que estaban bien. Pero de repente me llamaron para que vaya porque el agua ya les llegaba al pecho”, contó.

Aterrado, el estudiante retornó enseguida a su casa e intentó rescatarlos, pero “no había forma de pasar” por la fuerte correntada. Poco después, la construcción fue arrancada por el agua. Lo único que quedó en pie fue un inodoro. Los cuerpos de sus familiares aparecieron a la mañana siguiente, al bajar el agua.

“NO LO VOY A DEJAR”

En esa humilde construcción de 6 y 92, Gabriel vivía con su hermano Cristian Mendoza (18), sus abuelos Fernando Mendoza (70) y Feliciana Garay (65) y su tío Edgardo.

Cristian, quien murió durante la tormenta, había llegado meses atrás desde Paraguay, para pasar unas vacaciones. La Plata le gustó tanto, que decidió quedarse a estudiar aquí. “Se anotó en un instituto de 7 y 76, en la carrera de administración contable y se quedó con nosotros”, recordó Gabriel. Pero la tormenta se llevó todas sus ilusiones.

“Vimos cuando a la casa se la llevó el agua”, cuentan Cecilia Díaz (34) y su hijo Lautaro Díaz (15), quienes estaban refugiados en el techo de la vivienda de al lado y también se quedaron sin nada. Ellos viven con otros tres menores de 4, 6 y 9 años, a los que lograron poner a salvo. Aseguran que con esfuerzo, sus vecinos se subieron al techo con una escalera. Allí los vieron resistir, hasta que la destrucción de la casilla era inminente e intentaron rescatarlos. Al único que lograron salvar fue a Edgardo, el tío de Gabriel y Cristian e hijo de los jubilados fallecidos.

“Él vio cómo el agua se llevaba a sus padres”, contó Gabriel. “En medio de la tormenta mi hermano gritaba ‘está mi tío, no lo voy a soltar’. Y al final murió él y mi tío se salvó. Gritaban pidiendo auxilio, pero no llegó nadie”, dijo Gabriel.

Los abuelos, Fernando y Feliciana habían nacido en Paraguay, pero trabajaron toda su vida en nuestra ciudad. Sus cuerpos fueron hallados por los vecinos, cuando empezó a clarear el día y a bajar el agua. “A mi nadie me vino a preguntar qué necesito”, remarcó. Por eso pidió que quien pueda colaborar con él y sus vecinos se comunique al 486-2296.

Ayer a la tarde era uno entre los centenares de personas que movían chapas, levantaban escombros, empujaban el barro fuera de sus casas, para volver a empezar. A pocos metros, los vecinos se abalanzaban sobre los camiones para recibir la escasa ayuda que llegaba. De pronto, unos niños se acercaron corriendo y uno de ellos tendió sus manos hacia Gabriel. “’Tomá’, le dijeron, son los lentes de tu abuelo, los encontramos tirados”. Gabriel tomó el marco negro de los anteojos y lo guardó como si fuera un tesoro. Y para él lo era: es lo único que le quedó de su abuelo.

“No tengo ganas de nada”, repetía a cada instante. En sus palabras aparecía el mismo miedo de todos los afectados por la inundación: salir adelante y que “dentro de un tiempo vuelva a pasar lo mismo”. Ahora le queda un sólo deseo: “Dan ganas de rajar, lejos”.

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