El Gobierno en su hora más difícil

LA PRESIDENTA AL SALIR ESTA SEMANA DE LA FUNDACIÓN FAVALORO, DONDE SE SOMETIÓ A NUEVOS ESTUDIOS TRAS LA CIRUGÍA CRANEANA

Por MARIANO SPEZZAPRIA

Twitter: @mnspezzapria

Cristina Kirchner no estará en el búnker oficialista esta noche. La Presidenta sigue guardando un estricto reposo luego de la operación a la que fue sometida en el cráneo. Aunque se enterará del resultado de las elecciones en la quinta de Olivos, su forzada salida del centro de la escena se convirtió en un dilema político irresoluble para el Gobierno, que no tiene reemplazo para su liderazgo y está surcado por internas que se agudizan ante la inminente derrota electoral.

La reciente estatización de la línea Sarmiento del ferrocarril las puso en evidencia: el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, admitió que no consultó la medida con el vicepresidente Amado Boudou ni con el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina. El único funcionario que tuvo un anticipo fue el secretario Legal y Técnico, Carlos Zanini. Ninguno de los tres, sin embargo, tiene entidad política propia sino que el poder que ostentan emana de la figura presidencial.

Randazzo estuvo a punto de ser candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires, hasta que el choque de trenes en Castelar lo dejó fuera de carrera. Desde entonces inició una cruzada contra los maquinistas nucleados en el gremio de La Fraternidad, que hace rato abandonaron la CGT oficialista. También apuntó contra empresarios favorecidos anteriormente por el propio Gobierno y la factura que le pasan es muy abultada: “Si esto sale mal, me tengo que ir”, se autosentenció.

EL TRIANGULO

Pero el problema del Gobierno no es Randazzo -que por otra parte puede exhibir una cuota de gestión de la que otros ministros carecen- sino el triángulo sinuoso sobre el que deberá hacer equilibrio desde el primer minuto de mañana: en las puntas de la base de esa figura se encuentran el resultado electoral adverso y la incertidumbre que se cierne sobre el curso de la economía. Arriba se ubica la propia Presidenta, cuya ausencia obligada aumenta la percepción del vacío de poder.

Frente a esta situación, que para el kirchnerismo adquiere ribetes de dramatismo, el discurso oficial ya está preparado: “Esta es una elección de medio término en la que no hay transferencia de poder. Cristina sigue siendo Presidenta y el que gana sólo es diputado”, dijo un funcionario consultado por este columnista. La referencia fue para Sergio Massa, que en las últimas horas de este domingo saldrá a plantar la bandera de un proyecto nacional, más allá de los límites de la Provincia.

El líder del Frente Renovador sabe que el Gobierno maneja encuestas que lo dan 10 puntos arriba del candidato oficialista Martín Insaurralde, aunque les pidió a sus colaboradores un último esfuerzo para estirar aún más esa brecha, ajustando la fiscalización en La Matanza y Lomas de Zamora. Es que Massa entiende que esta es la oportunidad para matar dos pájaros de un tiro: imprimirle fecha de vencimiento al kirchnerismo y poner en jaque el proyecto presidencial de Daniel Scioli.

Por eso se involucra en los más mínimos detalles: desde los afiches que se pegarán mañana a primera hora para agradecer a sus votantes, pasando por el orden de aparición de los candidatos de su lista en el búnker de Tigre una vez cerrados los comicios. Hasta llegó a preguntar a sus ex compañeros de la escuela secundaria -con quienes jugó al fútbol el viernes por la noche- si en su discurso debía mencionar a Néstor Kirchner, en el tercer aniversario de su fallecimiento.

LA CONTIENDA CON SCIOLI

Pero Massa ya no parece considerar al kirchnerismo como un adversario realmente peligroso. En cambio, se muestra más intransigente con Scioli, a quien observa como un contendiente directo de cara a las elecciones de 2015. Lo mismo piensan en el entorno del Gobernador: “Daniel gana en cualquier escenario dentro del PJ, por ponerse al frente y no especular sabiendo que íbamos a perder. Su actitud política va a ser valorada por los gobernadores y Cristina”, razonan allí.

Scioli afrontará un escenario escarpado en los dos últimos años de gestión, con el massismo pisándole los talones en la Legislatura bonaerense y el kirchnerismo duro tratando de imponer otro candidato para la sucesión presidencial, como el entrerriano Sergio Urribarri. Sin embargo, al ponerse el traje de “garante de la gobernabilidad” podría recuperar predicamento popular, apuntalando a un Gobierno y a una Presidenta que quedarán notoriamente debilitados.

La contraindicación de esa estrategia es evidente: Scioli quedará atado así a la suerte que pueda correr la Casa Rosada, sobre todo en materia económica, en un escenario que plantea incertidumbre frente a la ostensible caída de las reservas del Banco Central y a la consecuente presión que existe sobre el tipo de cambio, que llevó al dólar blue a cotizar por encima de los 10 pesos la semana que pasó. A su vez, la espiral inflacionaria provoca estragos en el bolsillo de los trabajadores.

De allí que el Gobierno se verá obligado a abordar seriamente el grave problema del aumento de precios una vez superado el cimbronazo electoral, si es que no quiere perder también al núcleo duro del 25% de los votantes que aún le presta su apoyo. Aunque recuperó algunos puntos por la negociación con el Ciadi y el Banco Mundial, no tendría Hernán Lorenzino el perfil adecuado para encarar esa tarea, que requiere de un ministro de Economía con otras características personales.

Lorenzino reporta en forma directa a Amado Boudou, quien a su vez se encuentra acotado en sus funciones a cargo del Poder Ejecutivo en reemplazo de Cristina. El Vicepresidente no cuenta con la simpatía de Máximo Kirchner, quien le hizo la cruz por un comentario despectivo sobre su madre y que llegó a sus oídos por medio de los servicios de inteligencia. Aunque el hijo de la Presidenta no maneja los hilos en el Gobierno, como se especuló dado su mal trance de salud.

Es más, son reiterados los comentarios sobre la actitud de Máximo tendiente a preservar a su madre incluso por encima de las necesidades gubernamentales, algo que no había logrado hacer con Néstor Kirchner cuando su salud entró en un proceso de deterioro que antecedió a la muerte. En medio de una oleada de rumores que mezclan la medicina y la política, no son pocos los dirigentes que ven como una posibilidad la convocatoria a elecciones anticipadas el año que viene.

Se trata de un análisis prematuro, basado en la falta de liderazgo de Boudou y de la titular provisional del Senado, Beatriz Rojkés de Alperovich, tercera en la línea de sucesión presidencial. No se encuentra en la misma situación Julián Domínguez, el presidente de la Cámara de Diputados, el próximo eslabón de esa cadena institucional, cuya figura cuenta con el beneplácito tanto del oficialismo -por su lealtad a Cristina- como de la oposición, que destaca su vocación dialoguista.

Semejante cuadro de situación no hace más que certificar que el Gobierno kirchnerista se encuentra ante su hora más difícil. Mucho más complicada, por cierto, que la que determinó su derrota en las elecciones legislativas de 2009, de la que salió adelante con fuerza, convicción e ideas que descolocaron a la oposición. Pero en esta oportunidad su horizonte político está demasiado cerca y no logra garantizar -en lo económico- un futuro que los argentinos perciban como promisorio.