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Por MARIANO SPEZZAPRIA
Twitter: @mnspezzapria
La coronación del Papa Francisco sigue conmoviendo a la política argentina, pese a que ya se confirmó que no viajará al país antes de las elecciones de octubre. El sacudón, sin embargo, poco tiene que ver con los dirigentes y se debe, más bien, al impacto social que tuvo la asunción de Jorge Bergoglio al frente del Vaticano. La Semana Santa se aproxima y trae consigo el espíritu de la reconciliación, incluso en este lugar del mundo peligrosamente acostumbrado a las peleas estériles y facciosas.
La primera en darse cuenta de ello fue Cristina Kirchner. La Presidenta estuvo rápida de reflejos y no solamente acudió a la cita con el Papa en Roma, sino que a su regreso a Buenos Aires le dio un giro notable a su discurso político, a tono con el lema de Paz y Bien de los franciscanos. Antes, había ordenado a sus seguidores que dejaran de cuestionar al Papa -que en la mayoría de los casos recibió críticas injustas-, una instrucción que la tropa oficialista acató sin chistar pese a que bordeó el ridículo.
Sin embargo, el vuelco discursivo de la Presidenta debería ir acompañado de gestos concretos para no caer como una presa fácil de quienes piensan que su actitud es un mero intento de apropiación política del ´efecto Francisco´. Un amague de apertura se produjo cuando Graciela Fernández Meijide fue invitada a un acto oficial de conmemoración del 24 de Marzo. La dirigente, reconocida por su labor en la CONADEP, no es una voz asimilable al kirchnerismo en materia de derechos humanos.
Aunque esa invitación, cursada por el secretario Oscar Parrilli, contrastó con el vacío que la Casa Rosada le hizo a Mauricio Macri al no sumarlo a la delegación oficial que acompañó a la Presidenta al Vaticano, pese a que Bergoglio fue durante años el obispo de la Ciudad de Buenos Aires. El grueso error de protocolo fue subsanado por el propio Papa Francisco, quien mandó a buscar al jefe de Gobierno porteño para saludarlo y darle un trato similar al de cientos de presidentes que le estrecharon la mano.
Buena parte de la oposición, que levanta la guardia como por acto reflejo luego de tantas muestras de beligerancia por parte del Gobierno, piensa que la Presidenta inauguró con la visita a Bergoglio un período más apacible, aunque atribuyen el cambio sólo al inicio efectivo del año electoral y no a una voluntad real de Cristina Kirchner de propiciar una reconciliación. No obstante, la jefa de Estado tiene otros motivos para descomprimir el frente político, en momentos en que reaparecen los problemas económicos.
AUMENTA EL RUIDO ECONoMICO
Ni bien se bajó del avión que la trajo de Roma, la mandataria convocó de urgencia a su Gabinete económico a la quinta de Olivos. La escapada del dólar paralelo, que anduvo cerca de los nueve pesos y acrecentó peligrosamente la brecha con la cotización oficial de la divisa norteamericana, encendió luces amarillas en el Gobierno. Claro que la primera reacción, casi intuitiva, fue denunciar un intento de “golpe financiero”, pero luego las autoridades emprendieron una revisión de razones mucho más profundas.
Todas ellas están vinculadas al escenario económico que posibilita que algunos actores del mercado financiero hagan negocios especulativos con el tipo de cambio. Por eso la Presidenta encargó al viceministro Axel Kicillof la redacción de un informe que incluya las variables más críticas del modelo, como la emisión monetaria, el déficit fiscal y el proceso inflacionario. La pérdida de reservas del Banco Central, cuya titular Mercedes Marcó del Pont fue puesta en entredicho, también preocupa al Gobierno.
El cuadro se ve agravado por una notoria falta de coordinación: el anuncio del jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, de un aumento en el recargo a los pagos en dólares con tarjeta de crédito en el exterior -que catapultó al dólar paralelo- habría tomado por sorpresa a más de un funcionario del ala económica. De hecho Guillermo Moreno se lo facturó abiertamente, así como también cuestionó a Marcó del Pont. Luego hizo las llamadas de rigor para “planchar” la cotización del “blue” hasta pasada la Semana Santa.
En medio de estas fricciones internas, el Gobierno también discute una paulatina devaluación del peso argentino, para revalorizar al dólar oficial. No es un secreto a esta altura de las circunstancias que sectores empresarios -tanto de la rama industrial como la agropecuaria- la están reclamando como una condición necesaria para mejorar la competitividad. Otros, en cambio, advierten que una devaluación beneficiaría principalmente a quienes fueron acaparando divisas mediante una aceitada fuga de capitales.
El tema es por demás delicado, a tal punto que un comentario del técnico de Boca, Carlos Bianchi, quien dijo entre risas que “con lo que subió el dólar nos tendríamos que ir todos de la Argentina”, provocó el fastidio de la Casa Rosada, donde se estaría preparando el terreno para un anuncio relevante, como el desdoblamiento del tipo de cambio en tres o cuatro estamentos, para atender al mismo tiempo las necesidades de los sectores económicos y las recurrentes urgencias fiscales del Estado.
EL LABORATORIO ELECTORAL
Mientras crece la impresión de que la falta de asistencia nacional a la provincia de Buenos Aires se debe -además de los motivos políticos conocidos- a que la situación financiera de la gestión kirchnerista no atraviesa un período de bonanza, el territorio bonaerense se convirtió en una suerte de laboratorio electoral donde se ensayan las fórmulas más variadas de cara a los comicios legislativos de octubre. El último movimiento lo hicieron los antikirchneristas de La Juan Domingo con Alberto Fernández.
El ex jefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner es tal vez uno de los dirigentes que más enojo provoca en la Presidenta, porque se convirtió en un duro crítico de su gestión pese a que fue uno de los fundadores del proyecto político que gobierna el país desde hace casi diez años. Encima, Fernández apoyó la candidatura presidencial de Daniel Scioli de cara al recambio de 2015, lo que obligó al Gobernador a ratificar su alineamiento con la jefa de Estado en palabras de Alberto Pérez, su mano derecha.
Aunque en el kirchnerismo cada vez creen menos en la posibilidad de que Scioli pueda ser el heredero político de Cristina. En los últimos días incluso tomó forma la versión de que la Presidenta preferiría impulsar una fórmula propia -integrada por el gobernador entrerriano Sergio Urribarri y el influyente secretario Carlos Zanini- antes que darle su apoyo al bonaerense. Todo esto, claro, si el oficialismo no logra imponer la reforma constitucional en 2014 y se ve frustrada la continuidad de la actual mandataria.
La interna peronista vuelve a cobrar fuerza, pese a que la estructura partidaria se encuentra paralizada por orden presidencial. Una cena que compartieron días atrás el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, el ex ministro Roberto Lavagna y el jefe de la CGT Azopardo, Hugo Moyano, hizo sonar las alarmas del kirchnerismo. No es para menos: se comienza a verificar una acción unificadora en el justicialismo disidente, que no mucho tiempo atrás estaba sumido en el desaliento y la fragmentación.
También en ese marco se sucedieron encuentros de De la Sota con los bonaerenses Gerónimo Venegas y Jesús Cariglino, ambos cercanos a Eduardo Duhalde en su momento, aunque ahora más reacios a que el ex presidente recupere protagonismo. “Las urnas ya hablaron”, deslizaron cerca de uno de ellos. Ajeno a estos comentarios, el último caudillo que tuvo la Provincia se empapó del espíritu de reconciliación que propagó el Papa Francisco y fue a visitar a quien fuera su enemigo acérrimo, Carlos Menem.
No faltó quien recordara, tras esa visita, todo lo que hizo el riojano para bloquear el ascenso del bonaerense como su heredero en la conducción del peronismo. Historias del pasado que regresan para explicar y justificar, casi como un increíble salto temporal, la traumática relación política y económica entre la Nación y la Provincia más importante del país.
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