La muerte que alteró el ritmo del país

El domingo pasado terminó un verano y empezó otro. Ese día apareció muerto el fiscal federal Alberto Nisman. Y la agenda argentina sufrió un giro dramático del que, probablemente, tardará meses en reponerse.

Nisman acababa de sacudir a la política con una fuerte acusación que involucraba a la propia Presidenta. Y lo encontraron muerto apenas unas horas antes de que presentara esa denuncia ante una comisión del Congreso. ¿Un suicidio? ¿Un crimen mafioso? Todavía no se sabe. El propio Gobierno ha alentado hipótesis muy distintas. En cualquier caso, la sola posibilidad de que alguien lo haya matado o lo haya inducido a quitarse la vida provoca un estado de estupor e incertidumbre que se puede palpar en la conversación cotidiana.

La muerte del fiscal estalló como una de esas noticias que monopolizan la atención y ocupan todo el escenario informativo. No es para menos. Demasiadas dudas alimentan una trama densa y extraña que parece extraída de una novela negra.

Enero transcurría en el país con relativa parsimonia. Las tensiones políticas no iban más allá de lo previsible. La atención de los últimos días había estado puesta en el brutal atentado de París. Fue un hecho conmocionante, pero de algún modo lejano, aunque el terrorismo es -por supuesto- un problema de todos.

En ese contexto, la denuncia de Nisman provocó un fuerte ruido político e institucional. Acusaba a la Presidenta y al Canciller de haber participado de una supuesta operación de encubrimiento de los iraníes imputados por el atentado contra la AMIA. Se basaba en escuchas telefónicas que ahora han empezado a trascender. Y en eso estaba -a punto de detallar sus pruebas ante el Congreso- cuando murió de un disparo en la cabeza. La Argentina quedó, súbitamente, sumergida en un guión policial con ribetes increíbles.

Esto ocurre en el despunte de un año singular. En octubre se votará para elegir Presidente y renovar casi toda la estructura gubernamental. El caso Nisman será, seguramente, un eje central de ese escenario electoral.

Pocos hechos, en las últimas décadas, han provocado el impacto que tiene esta extraña muerte.

Quizá los suicidios del eminente cirujano René Favaloro y del controvertido empresario Alfredo Yabrán puedan ser comparables por por la enorme repercusión que tuvieron en la sociedad argentina. Pero los contextos son incomparables. En esos casos, aunque abundaron las conjeturas, estuvo claro que se trató de suicidios. Aparecían claros los motivos ; en el caso de Favaloro -incluso- quedaron cartas como testimonios.

Pero frente a la tragedia de Nisman, todo es confusión.

En medio del desconcierto, las dudas, las contradicciones y los misterios, hay una sola cosa que podría generar cierto sosiego: la certeza que pueda construir la Justicia sobre la base de una rigurosa investigación que aporte pruebas sólidas y fundamentadas.

Hace siete días, un fiscal de la Nación que acababa de denunciar a la Presidenta apareció con un tiro en la cabeza. Por ahora, eso es lo único cierto e irrefutable.

El hecho no podía menos que alterar el pulso del país. La única esperanza que queda es la Justicia, llamada a poner claridad en medio de un caso cubierto por tinieblas.