Una serie de época pero salida de la época

En una maratón de domingo con lluvia sin ganas de salir del sillón, la primera temporada de “Las chicas del cable”, el debut en producción española de Netflix, se desarrollaba expectante. La historia mecha los deseos de independencia de un grupo de mujeres que viven en un mundo de hombres, con una historia de amor o, para decir verdad, es al revés: una historia de amor en medio de una época en la que las mujeres comenzaban a revelarse contra el machismo. Sin embargo, a la par de impecables decorados y vestuarios que nos sitúan en la pomposa Madrid de fines de los años veinte, hay algo que hace ruido: la música.

En un recurso jugado, y que ya se ha visto en otras grandes producciones del cine y la tevé (El Gran Gatsby, Moulin Rouge, María Antonieta), la serie incluye música que no se acerca, ni un poco, a la que se escuchaba en la primera mitad del siglo XX. Detectado y superado ese desfase, que nos lleva a ubicar en un mismo plano a hermosas señoritas de pelo corto, con cintas en el cabello, y con vestidos más bien holgados con pedrería bailando con hombres ataviados con chaqué y chalecos cruzados una canción que fusiona el indie con la electrónica y el pop, quedan dos opciones: continuar mirando o desistir. Nosotros seguimos adelante.

Firmada por Bambú Producciones, la misma que llevó a cabo otros exitosos proyectos como “Velvet” o “El Gran Hotel” -las dos incluidas en el catálogo de Netflix-, “Las chicas del cable” incluye las actuaciones de Maggie Civantos como Angeles (Vis a vis), Ana Polvorosa como Sara (Aída) y una chica Almodóvar y reina de las revistas como Blanca Suárez en la piel de Lidia. También participan Ana Fernández como Carlota (Los protegidos), Nadia de Santiago como Marga (Amar es para siempre) y Martiño Rivas como Don Carlos y Yon González como Don Francisco, que ya trabajaron juntos en El internado junto con Suárez.

La historia es sencilla: el nuevo edificio de la Compañía Telefónica Nacional de España se está por inaugurar en la Gran Vía de Madrid, y hay trece vacantes al que aspiran más de 300 mujeres. Los puestos son para trabajar como operadoras telefónicas, lo que popularmente se conoció como las “chicas del cable”: un trabajo en una empresa que representaba, en aquella época, la única posibilidad de progreso y modernidad para las mujeres.

En la compañía, que luego se convertiría en la mundialmente conocida Telefónica, ya trabaja Angeles, una experimentada y leal empleada, casada y con una hija. Su vida, al parecer modelo, comienza a derrumbarse cuando conoce una faceta desconocida de su marido, quien le exige que deje de trabajar porque ni él ni su pequeña hija se merecen el “destrato” que implica no tenerla a tiempo completo en casa, oficiando de esposa y madre.

Angeles no tardará en hacer migas con las aspirantes Lidia, Marga y Carlota, tres de las que llegan a la empresa con diferentes ilusiones: la primera, y la más rebelde de las tres, con un plan no muy honesto con el que busca liberarse de fantasmas del pasado para poder cumplir con su gran sueño: viajar a Argentina; la segunda, y la más naif y conservadora, con el deseo de triunfar en la gran capital tras toda una vida de pueblo; y la tercera, y la más liberal e irónica, con la intención de cortar con la sumisión de un padre de familia acomodado que ha vivido siempre en función del qué dirán.

La amistad es un gran motor de la trama, que también habla de los sueños, los recuerdos, las mentiras, los sentimientos, el pasado, la familia, la pérdida y el amor; tópicos que llevan por nombre cada uno de los ocho capítulos de 50/55 minutos que integran la primera temporada de la producción que, a menos de un mes de su estreno, ya confirmó su segunda entrega.

Y el relato se va ajustando a la par de hechos históricos conocidos, aunque poco desarrollados, como la primera llamada interoceánica entre Alfonso XIII y Calvin Coolidge como ya lo hiciera otra de las grandes series de Netflix, “The Crown”. Se hace referencia a los avances tecnológicos de la época, con la creación de la máquina que haría prescindir de las chicas del cable. Y también se habla de las escuchas de las comunicaciones entre abonados, una herramienta de poder para los dueños de la telefónica con la que negociaban beneficios con el Rey a cambio de la información ilegalmente obtenida.