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Séptimo Día |SIGLO XIX - XX

A sable, espada o con pistolas

Auge y decadencia del duelo de honor en América. Los escritores duelistas. Un reciente pedido de Mujica, ex presidente de Uruguay. Los casos notables de Alfredo Palacios y Lucio V. Mansilla

A sable, espada o con pistolas

Por MARCELO ORTALE

3 de Septiembre de 2017 | 08:38
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Hace pocas semanas el uruguayo José “Pepe” Mujica sorprendió a las dos orillas al reclamar contra la derogación de la ley de “duelos de honor” en su país, que regulaba esos desafíos a primera sangre o a muerte. Lo que pedía, se aclara, era que volvieran a tener vigencia.

“Hablar es facilísimo en este país. Hay cosas que hay que resolver de otra manera”, afirmó el ex presidente, cuyo gobierno estaba siendo cuestionado y denunciado por supuestas irregularidades. No es raro lo de Mujica: Uruguay debe ser el único país del mundo que, en 1953, transmitió por radio desde el Aeródromo Boiso Lanza las alternativas del duelo de honor que mantuvieron Alfeo Brum, entonces presidente del Senado y el periodista Ulises Pereyra Reverbel.

Los chicos y jóvenes no saben qué significa un duelo de honor. Esa “otra manera” de la que habló Mujica alude a cuando las personas, para defender su honra, se enfrentaban a sable, espada o con pistolas, con padrinos y leyes que regulaban el combate. Que estuvo muy de moda en nuestras tierras en el siglo XIX y que perduró hasta el primer medio siglo del XX.

Todo es curioso, llamativo y hasta contradictorio en el tema de los duelos. En primer lugar existe una corriente de pensamiento, predominantemente de izquierda –aunque la mayoría de las otras tendencias políticas y de las religiones también los rechazaron- que condenó a los duelos de honor y los repudió por considerarlos actos burgueses. Lo curioso es que fueron muchos los altos dirigentes e intelectuales socialistas y marxistas que acudieron al duelo como forma de resolver ofensas.

No hace muchas décadas, un prominente marxista como Salvador Allende, luego presidente de Chile, se batió a duelo en Santiago el 6 de agosto de 1952. Fue el último lance caballeresco registrado en la historia de ese país. El entonces senador Raúl Rettig se sintió ofendido por una exposición en el recinto del también legislador Allende y lo retó a duelo. En el campo de honor, ambos dispararon sus revólveres pero fallaron sus tiros.

En la Argentina, el último duelista por excelencia fue el socialista Alfredo Palacios, un buen esgrimista que echó por la borda las prevenciones ideológicas y se batió cuantas veces pudo. En 1915 el Partido Socialista lo expulsó por haberse batido a duelo con el diputado radical Horacio Oyhanarte, algo que no le impidió en absoluto seguir citándose a la madrugada con sucesivos desafiantes para ver quién tallaba más.

Otro dirigente de extracción y alcances populares como Hipólito Yrigoyen, luego presidente de la República en dos períodos, se batió a espada limpia con el fogoso Lisandro de la Torre. Don Hipólito no tenía conocimiento alguno de esgrima y contrató a un profesor para esa ocasión. En cambio, Lisandro era un espadachín consumado. Sin embargo, Yrigoyen lo hirió en el antebrazo, en las dos mejillas y en la nariz, de modo que De la Torre se vio obligado a usar barba para cubrir las cicatrices.

En la Argentina, el último duelista por excelencia fue el socialista Alfredo Palacios, un buen esgrimista que echó por la borda las prevenciones ideológicas y se batió cuantas veces pudo

Otra paradoja relacionada a los duelos de honor es que sólo podían librarlos los varones adultos, no así las mujeres, los niños y las personas de edad muy avanzada. Pero ocurre que la mejor bibliografía sobre los duelos corresponde a obras escritas por mujeres. Se habla aquí de las muy consultadas argentinas Sandra Gayol y Marta Solís, así como de la española especialista en ceremonial María Gómez Requejo.

Según Gayol en la Argentina se libró un total de 2417 duelos entre 1869 y 1971, cuando en este año se disputó el último lance en el país. La mayoría de los participantes fueron políticos, pero el escritor Lucio V. López, autor de La Gran Aldea, murió de un balazo recibido en un duelo con el coronel Carlos Sarmiento.

En una entrevista ofrecida en junio pasado en La Nación, la investigadora Gayol sostuvo que “lejos de ser un resabio extemporáneo y marginal de la Argentina moderna, los duelos fueron, por el contrario, parte esencial del proceso de construcción de la modernidad”.

Uno de los duelos más inusuales de que se tenga memoria ocurrió en París y en 1808, cuando dos franceses decidieron enfrentarse a muerte, cada uno como tripulante de un globo aerostático. Los dos serenos vehículos navegaron sobre miles de parisienses que miraban hacia el cielo, mientras cada uno de los caballeros procuraba pinchar el globo del oponente a balazos. Lo cierto es que uno de los globos fue derribado y en la caída se mató no sólo el desafiante, sino el padrino que lo acompañaba.

DUELOS CRIOLLOS

En nuestras tierras también se practicó y en forma intensa el llamado duelo criollo, que se estilaba sólo entre varones, sin reglas escritas, aunque se respetaban códigos tácitos. El gaucho en las llanuras y el malevo en los suburbios de la ciudad fueron los protagonistas de esta práctica que se libraba, habitualmente, con armas blancas.

Se dice que siguió las técnicas del duelo popular de Andalucía. Los contendientes esgrimían el cuchillo en una mano –con la que finteaban- y la otra la envolvían en sus ponchos, que actuaban como escudos o elementos de distracción para el rival.

En el duelo europeo, para el reto inicial hacía falta una cachetada o un guantazo en la cara dado por uno al otro oponente. Aquí, en el duelo criollo, el disparador consistía literalmente en mojarle la oreja al rival. El retador mojaba su mano con su saliva y la pasaba por la oreja del adversario, que habitualmente, considerándose ya retado, se le venía al humo, economizando padrinos.

Dos de los más grandes escritores argentinos –José Hernández y Jorge Luis Borges- llenaron sus estrofas épicas y sus cuentos con estos duelos criollos. En el caso del Martín Fierro hay un duelo atípico, entre el protagonista de la historia y un indio. El feroz combate entre el gaucho con facón y el indio con boleadoras se extiende por muy extensas y dramáticas 43 estrofas, es decir a lo largo de 258 versos. Después Fierro lidiará con el moreno.

Son también muchos y certeros los duelos de Borges, algunos de ellos casi sugeridos como el del Hombre de la esquina rosada. El coraje y la rutina de los malevos de Borges no necesita palabras, con una mirada o un silencio basta para ver quién de los dos se irá con la muerte encima.

EL GRAN DUELISTA

Otro escritor de relieve, Lucio Victorino Mansilla, fue un duelista vitalicio, con más de diecisiete lances disputados. Uno de ellos contra otra escritor, José Mármol, a quien desafió en un teatro, frente a un público de más de mil quinientas personas. Sin embargo, Mármol, amenazado, hizo uso de su poder político y ordenó que lo destierren, de modo que Mansilla debió vivir tres años fuera de Buenos Aires, la mayor parte de ese tiempo en Paraná que era capital de la Confederación Argentina.

Mansilla era tan peleador que Aristóbulo del Valle escribió una vez sobre él: “Mansilla, cuando va por la calle, se sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, le mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio...”

Aquí, en el duelo criollo, el disparador consistía literalmente en mojarle la oreja al rival

En una oportunidad un periodista de “El Nacional” publicó un escrito no insidioso, algo irónico, en donde criticó el sombrero de Mansilla. El escritor le mandó los padrinos al director del diario y, éste, Pantaleón Gómez, aceptó el lance, a pesar de no haber escrito él esa columna.

El duelo se realizó a pistola. A la voz de “¡fuego!” del director del lance, Pantaleón Gómez disparó hacia el suelo diciendo: “Yo no mato a un hombre de ta...”, pero no acabó de pronunciar la palabra “talento” porque cayó atravesado por la bala que disparó Mansilla.

Mansilla era tan peleador que Aristóbulo del Valle escribió una vez sobre él: “Mansilla, cuando va por la calle, se sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, le mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio...”

El poeta ruso Pushkin se batió a duelo quince veces. Fueron duelistas escritores como Merimée, Dumas, Chejov, Mauppasant, Dickens, Nabokov, Marcel Proust y entre nosotros se jugó a suerte y verdad Ernesto Jauretche que a los 70 años de edad, cuando el código de honor lo liberaba, fue al campo de combate acompañado por su padrino, Oscar Alende, a batirse a duelo con un militar. También se batieron Frondizi, Cooke, Sanmartino y Eduardo Colom.

Esos tiempos ya pasaron. Ya no hay más duelos. Son anacrónicos. Nadie pelea por una injuria, por el honor de una mujer, por la limpieza de su nombre, por el valor de una idea. En general, se piensa que es mejor así.

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