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Cuando la tragedia se asomó a dos balcones en la Feliz

Cuando la tragedia se asomó a dos balcones en la Feliz

el Campeón (Monzón), el más exitoso boxeador argentino / web

Por Marcelo Ortale
Por Marcelo Ortale

21 de Enero de 2018 | 08:30
Edición impresa

Camilo Sánchez debe ser un periodista veterano y un escritor astuto, que convirtió dos tragedias reales en una novela entradora, muy bien escrita. Una novela rara, que se hizo un lugar entre las principales de este verano. Significa que se encuentra entre las que más interés convoca en las góndolas y vidrieras de las librerías de enero.

La novela se llama “La Feliz” (editada por Edhasa) y narra lo que ocurrió en Mar del Plata en el verano de 1988, cuando dos balcones de esa ciudad fueron escenarios trágicos. El balcón de la casa en la que estaban Carlos Monzón y su víctima, Alicia Muñiz, y siete días después, el del departamento Maral, frente al mar de Cabo Corrientes, desde donde se despeñó Alberto Olmedo.

Una novela rara porque el autor nunca los llama por su nombre y apellido a Monzón, a Olmedo o al “Facha” Martel, los tres protagonistas principales de una obra que, extrañamente, no es de ficción o es de ficción a medias. En el libro los tres se llaman, respectivamente, El Campeón, El Claun y El Langa. Ellos fueron personajes de la farándula y el deporte, sí, pero también el libro cuenta sobre los desgarradores y malogrados esfuerzos que hicieron para tratar de ser personas.

“Esto es una novela. Ficción de punta a punta. Ni verdad ni mentira; apenas un intento”, dice Sánchez en un texto introductorio del libro. No es que mienta, pero cualquiera de sus doce capítulos puede ser leído como una crónica periodística, es decir perfectamente histórica. Como una crónica impecable que incluye los sentimientos y sufrimientos de sus tres patéticos personajes, para que el lector imagine mejor qué ocurrió en esas vidas deshilachadas. El discurso narrativo de Sánchez es piadoso con los tres, sin dejar de tener también destellos irónicos.

Cabría aquí recordar que los veranos pretéritos eran casi aterradores para todas las redacciones. Porque las noticias también se iban a descansar en enero y febrero, vaya a saberse adónde. Los periodistas de antes veían al verano como al temido “desierto de Gobi” –así lo calificaban- en tributo a esa inmensa planicie vacía ubicada entre el norte de China y el sur de Mongolia. Había que cruzarlo y para ello poner al rojo las cuerdas de los violines que estiran todas las melodías.

Pero no fue un desierto el verano de 1988, bautizado el 15 de enero en las traumáticas aguas de la rebelión de Aldo Rico en la localidad correntina de Monte Caseros. El temor a un retorno de los militares agitó y activó al país democrático. Afortunadamente, tres días después Rico y su tropa carapintada se rindieron sin presentar batalla. El líder de la asonada declaró que no se arrepentía de sus actos y regaló para la historia en minúscula este enrevesado aforismo: “la duda es la jactancia de los intelectuales”.

Aún no repuesto el país de aquel sofocón, dos de los mayores ídolos populares sembrarían dolor en Mar del Plata. Y entre ellos iba y venía el Langa, amigo de los dos. “¿Qué sombra espesa los reunió, los llevó de la mano, les empujó los pasos en aquel siniestro verano del ochenta y ocho? –se pregunta Sánchez, en la primera página de su novela-. “Aún hoy, treinta años después, parece que han perdido la forma humana y persisten como leyendas, en los bares, un poco afantasmados entre la gente...Los tres habían salido del hondo bajo fondo. Subieron más alto que la noche”, agrega.

“¿Qué te puedo contar de El Langa que no sepas? Tuvo su minuto de gloria, porque estaba al lado de El Claun, porque era amigo de El Campeón. El Langa, la tercera pata del trípode trágico, era un amigo de todos en la noche. Era un busca, un actor mediocre. Pero más leal que nadie en ese clima de traición permanente. De niño, había soñado con ser el número dos de Gimnasia y Esgrima de La Plata y se sabe que vendía camisas y alhajas en Barrio Norte, desde la adolescencia. Pero el Langa no tenía pasado”, dice sobre el Facha Martel.

CAMILO SANCHEZ

Nacido y crecido en Mar del Plata, Camilo Sánchez (1958), es poeta y trabaja como periodista desde hace cuarenta años. Compartió redacciones de su ciudad y de Buenos Aires con Juan Gelman, Tomás Eloy Martínes, Osvaldo Soriano y Miguel Briante. Su primera novela, muy elogiada por la crítica, fue “La viuda de Van Gogh”. Junto con Néstor Restivo escribió “Haroldo Conti, biografía de un cazador” y, entre otras actividades profesionales, fue crítico teatral durante más de una década.

En entrevistas ha dicho que, si le preguntaran, elegiría a Edgar Bayley, Enrique Molina, René Char, Peter Handke y Andrés Rivera como su delantera ideal de escritores. En la última página de su novela “La Feliz” realiza un listado “variopinto”, sobre las que denomina como “voces disfuminadas” que influyeron sobre su obra, tales como las de Olga Orozco, Virulazo, Majarah, Gelman, Troilo, Bioy Casares, Marilé Staiolo, Rubén Tizziani, Cherquis Bialo, Carlos Castañeda, Althuser, Tununa, García Marquez...

Algunos críticos aludieron asimismo a reminiscencias en su novela del Borges de “Historia Universal de la Infamia”. Otros creen ver la presencia dinámica de Truman Capote, por la fidelidad y sinceridad del retrato de sus personajes, pero fundamentalmente por la presencia de un estilo narrativo que le hace difícil al lector –si no imposible- abandonar la lectura, ya que un poderoso núcleo de atención se enhebra con otro hasta convencer de que lo que más conviene es seguir leyendo.

MAR DEL PLATA 88

“El mundo no es sino un espectáculo centelleante y vacío. ¿Cuáles fueron los indicios que avecinaban la tragedia en aquel verano del ochenta y ocho? ¿Qué cosas la habían trazado en el aire? ¿El Campeón, que aún intentaba recomponer su historia familiar trunca con la Rubia? ¿El Langa, que en esos días se creía capaz de todo entre las celebridades y le prestó la casa y trazó la estrategia del reencuentro que terminó tan mal? ¿El Claun que no quería más, que ese verano buscaba desesperadamente un cambio de frente en su vida trajinada?” son los interrogantes que se plantean en el capítulo tres.

La propia novela despeja parte de esos enigmas y el autor, en una entrevista reciente que le hizo la agencia Infobae, alude al significado que, con el tiempo, adquirieron esos casos trágicos de 1988. Especialmente, el de Olmedo: “En la historia de Mar del Plata la muerte de Olmedo fue una bisagra, se acabó el glamour. Llegaba a su fin la primavera alfonsinista y estaba la híper ahí nomás, el caudillo riojano estaba armando la década del ‘90 que terminó en 2001 con más de 30 muertos porque en la Argentina las décadas no duran diez años. El Claun, que para mí es nuestro gran mito nacional después de Gardel, murió, literalmente, como se ve en su última foto, con las botas puestas”.

LAS DESCRIPCIONES

Al Campeón (Monzón), lo describe así cuando ya estaba en la cárcel de Santa Fe, cumpliendo su condena y trabajando como encuadernador: “En un momento de la tarde, no siempre, a veces, El Campeón afinaba el ojo, caía profundamente en lo que estaba haciendo. Era como envolverse en una avenida silenciosa, en una especie de sueño y el pegamento entonces se deslizaba justo por encima del lomo reparado del libro y pasaba, de revés, el estilete, de uno y otro lado, firme y con la precisión justa...Era aquella concentración que aparecía cuando llevaba a Mantequilla contra las cuerdas, ese cubano del exilio, guapo y engreído, que salía pegando hacia adelante, cuando parecía muerto, cuando parecía que no quería más...”

Del Claun (Olmedo) dice lo siguiente: “Venía cascoteado El Claun este verano de los balcones asesinos. Con un humor de perros que no siempre lograba disimular. Obesionado por los vaivenes del desamor y de traición contra la Morocha que, tras siete años de idilio público y mucho flash con sonrisa siempre lista en las revistas del corazón, se había descarriado. Ahora, en los últimos meses, El Claun y la Morocha salían en los diarios y no por trabajo, por cuestiones de intimidad salían y eso lo avergonzaba un montón, le quemaba la cabeza”.

Con ganas de viajar, el Claun, a Paris. Cansado de verse en las marquesinas de los teatros. Desesperado por pegar un viraje. Por convertirse en un actor serio, dramático. Al final describe la muerte: “El Claun tuvo una mala noche, eso es todo. Se pasó de largo”.

¿Y qué ocurrió con el Langa? “Le pasó de todo en menos de tres semanas. En su casa alquilada en la Feliz, el Campeón mató a la Rubia. Después despidió al Claun en el Restaurante Hamburgo, como cualquier otra noche y el amigo se mató, al rato, en una pirueta de lo más tonta. El Langa aparecía, en las primeras entrevistas tras el verano del ochenta y ocho, como un compendio de dar explicaciones. Un canchero en retirada. Una fiera buscando, demasiado tarde, borrar sus huellas en la llanura”.

En realidad, lo que la novela de Camilo Sánchez reconstruye es la patética fragilidad de ese castillo que vemos por la televisión, eso que se llama farándula y que atrae todos los días la atención de millones de personas. Pero no importa casi nada, en realidad, que de tanto en tanto el castillo se desmorone y deje ver lo peor. Porque la función debe continuar y es necesario que la gente se sienta feliz. Feliz como Mar del Plata.

 

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