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Tras algunos años donde las películas de superhéroes coparon los cines y la retórica del MeToo cargó al erotismo de culpa, películas y series buscan recuperar el poder de la imagen sensual
En 2013, Abdellatif Kechiche filmó “La vida de Adéle”: basada en una novela gráfica, la película relataba una historia de amor condenada por la clase social. Las protagonistas, Emma, una muchacha de clase media intelectual y magnético pelo azulado, enamoraba a una joven ingenua de clase popular, Adéle. La naturaleza del romance quedaba clara: Kechiche filmó algunas de las escenas más calientes de la historia del cine para mostrar la piel, la irresistible atracción que unía a ambas protagonistas. Pero el amor no triunfaba sobre toda diferencia social cuando, al bajar de la cama, las diferencias de intereses se hacían evidentes.
La película fue aplaudida por la crítica y figuró en casi todos los rankings de lo mejor del año. Y Kechiche, envalentonado, la sucedió con “Mektoub, My Love”, primera parte de una trilogía sobre el amor en la juventud. El amor sudado, el del deseo salaz, el de la lujuria desatada, el de los cuerpos. “Pelo con pelo”, diría Diego.
“Fair play”, una de sexo y poder, se puede ver en Netflix
“Mektoub” ya no gustó tanto. Y camino a su secuela, emergieron acusaciones contra el director: al parecer, el set había sido un descontrol, pasado de alcohol, y la actriz principal, Ophelie Bau, empujada a realizar varias de las escenas. Muchos recordaron que las protagonistas de “Adéle” habían realizado declaraciones similares. Era 2019: la secuela se estrenó en Cannes, fue criticada, en el marco de la ola creciente de denuncias por los abusos de poder en los rodajes. Nunca se vio en cines. Kechiche no estrenó, desde entonces, nada nuevo.
¿Cancelado? ¿Lo merece Kechiche? No importa tanto como el síntoma: el sexo en el cine quedó en el último lustro teñido de sospecha.
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Claro, la historia del cine muestra decenas de escenas que lejos de avanzar la trama fueron solamente dispositivos para mostrar mujeres desnudas. Mujeres, casi nunca hombres. El aclamado Bernardo Bertolucci contó alguna vez que la famosa escena de la manteca en “Último tango en París” no fue consensuada: las alarmas en torno a esa declaración se encendieron años después, al calor del movimiento feminista que denunciaba todo tipo de abusos naturalizados.
En ese sentido, las acusaciones de la era MeToo no hicieron más que fortalecer esa sospecha en torno al erotismo. El sexo en el cine mainstream, el de Hollywood, el de Netflix, fue desapareciendo lentamente. En la pantalla grande, además, las películas de superhéroes “para toda la familia” dominaban la oferta. En alguna otra época, incluso esas películas se hubieran permitido una dosis de erotismo (allí está la Gatúbela de Michelle Pfeiffer en la “Batman” de Tim Burton, o hasta los pezones del Batman de George Clooney). Pero no en esta, imposible.
Numerosas propuestas llegan a la pantalla este verano con escenas de altísimo voltaje
Algunos críticos vislumbraron en este movimiento un giro hacia el puritanismo: frente a los problemas del sexo, volverlo tabú, volverlo prohibido. Si el cine educó a generaciones en torno al sexo (fue la ESI antes de la ESI, con lo problemático que eso puede resultar, desde ya), quizás era hora de volverlo una herramienta a favor. Desde 2018 en adelante, Hollywood se refirió al sexo como un problema, un mero escenario donde se desplegaban las diferencias de poder, desde películas retratando casos resonantes de la era MeToo hasta series trágicas que lidiaban con el abuso sexual. El poder erótico del sexo, la líbido del cine, atravesados por la culpa, y por lo tanto, aplastados: las producciones que no hacían referencia a las problemáticas en torno a lo sexual, se preguntaban qué era adecuado retratar, y qué no, a la luz de estos nuevos debates. Un giro conservador.
“Para mí era muy importante no hacer una película que fuera mojigata, porque eso sería traicionar completamente a la protagonista. Teníamos que estar seguros de que Emma (Stone) no tenía que avergonzarse de su cuerpo, de la desnudez, de participar en esas escenas, y ella lo entendió enseguida”
Yorgos Lanthimos,
sobre ”Pobres criaturas”
Pero, como todo fenómeno, no se trata de algo tan lineal. Es cierto: el sexo ha ido perdiendo imagen al lado de las nuevas olas. Ya nada queda en el mainstream, por ejemplo, de ese Netflix que jugaba a ser osado con palpitantes escenas de sexo. Pero, en paralelo, explica Jeff Scheible, profesor titular de Estudios Cinematográficos en el King’s College de Londres, “desde el nuevo milenio, con internet, la pornografía y los cuerpos desnudos son más visibles, omnipresentes y fáciles de ver que nunca, por lo que es posible que la desnudez y las escenas de sexo ya no vayan acompañadas de la emoción que antes las acompañaba”. Al mismo tiempo, diversos estudios han puesto de manifiesto que la generación actual de universitarios practica menos sexo real que nunca, afirma. Son tiempos contradictorios, desconcertantes.
Pero la historia, se sabe, es un péndulo: y si el cambio de posición llevaba antes décadas, ahora es cuestión de un puñado de años, bajo este régimen de aceleración de los discursos y debates en las redes sociales. Así, el mainstream cinematográfico parece estar celebrando ahora el regreso del sexo a la pantalla. Con furia.
Para muchos críticos que ya escriben la historia, el punto de quiebre será “Pobres criaturas”: con fecha de estreno en Argentina para el 25 de enero, la película de Yorgos Lanthimos ya suena para el Oscar, con una historia sobre una joven, Bella, que vuelve a la vida gracias a un científico y desde entonces se dedica a explorar desaforadamente sus libertades y sus apetitos.
Es una película de una nueva era: las escenas de altísimo voltaje contaron con el absoluto consenso y deseo de contar esa historia de su actriz protagónica, Emma Stone, que es además su productora; en el set, además, estuvo presente una coordinadora de intimidad, para asegurar que cada coreografía sexual fuera cómoda para los actores involucrados.
Pero también es una película que busca devolver al sexo su naturaleza primitiva y liberadora en la pantalla: su erotismo, su vorágine, esa confusión que ejerce sobre los sentidos, eso que parece haber quedado fuera de toda discusión.
El erotismo como una fuerza disruptiva en un cine sanitizado en exceso. En “Pobres criaturas” hay masturbación, escenas de sexo para ponerse colorados (pero a la vez, reírse) y desnudos frontales. Es una película apoyada por un estudio gigante de Hollywood, Fox (¡de la Disney!). “Es raro, ¿verdad? ¿Por qué no hay sexo en las películas?”, bromeó el director Lanthimos en una rueda de prensa en el festival de cine de Venecia. Pero explicó que “para mí era muy importante no hacer una película que fuera mojigata, porque eso sería traicionar completamente a la protagonista. Teníamos que estar seguros de que Emma no tenía que avergonzarse de su cuerpo, de la desnudez, de participar en esas escenas, y ella lo entendió enseguida”.
La vergüenza de los cuerpo parece en la antítesis del cine: ¿no tiene la imagen cinematográfica, inherentemente voyeur, algo erótico? ¿No ha sido el cine un vehículo para capturar lo sensual, lo sensorial? Problemático, desde ya, borrar el sexo parece reducir escandalosamente el potencial del cine. El péndulo parece intentar recobrar esa potencia: allí están entre las candidatas al Oscar el erótico romance de Paul Mescal y Andrew Scott en “All of us strangers”, o la danza de cuerpos entre Adele Exarchopoulos (la protagonista de “La vida de Adéle”), Franz Rogowski y Ben Wishaw en “Passages”, que también retrata lo intrincado, lo caprichoso y volátil del deseo.
Mariana Enríquez recomendó en Instagram la película, disponible en MUBI, “primero porque es una película de sexo y relaciones entre adultos -milagro- pero especialmente por la escena de sexo entre estos dos, Ben Whishaw y Franz Rogoswki que es un despelote insuperable e increíble entre dos actores famosos. No usaron ‘coordinador’ de intimidad, dicen que la armaron ellos, que se tenían ganas, que se recontra tocaron y que les pareció real y sí, parece real. Quedé loquita”.
El sexo ha vuelto a la pantalla, como demuestran el regreso de las comedias sexuales (“Bottoms”, en clave queer, y “No hard feelings”, con Jennifer Lawrence dándolo todo por hacer reír) o la abiertamente erótica “The Idol” (con una vuelta de tuerca para el siglo XXI: el objeto de deseo que se rebela). Lo de “Saltburn”, otra mencionada para los Oscar (estrenó esta semana en Prime Video) es directamente un escándalo: una especie de reversión de “El talentoso Sr. Ripley”, pero donde el talento de su protagonista de clase popular que se entremezcla con los ricachones es estar muy bien dotado. Como en una picaresca oscura, toma la lucha de clases en sus propias manos mientras seduce, uno a uno, a los integrantes de la mansión Saltburn que da título a la película. La relación entre sexo y poder, subvertida: la directora Emerald Fennell procuró además, para acrecentar la confusión sobre las seducciones problemáticas de su protagonista, que todo fuera condenadamente sexy.
El sexo en el cine quedó en el último lustro, bajo la era del MeToo, teñido de sospecha
Algunos se entusiasman: ocultar lo sexual o volverlo culposo no parecían un camino a abrir la discusión. Mejor, en cambio, por ejemplo, el sexo fogoso pero incomodísimo de “May, December”, la nueva película de Todd Haynes que puede verse en Netflix, pantalla que también muestra una revisión de los thrillers eróticos de los 90, “Fair Play”.
“May, December” es la historia de una pareja que se conoció cuando él, Joe, era menor de edad. Ella, Gracie, fue presa, fue un escándalo, pero luego se casaron, tuvieron hijos. Ahora una actriz, Elizabeth, los sigue para contar su historia.
La incómoda “May December”, con Natalie Portman y Julianne Moore
Y Elizabeth y Joe terminan teniendo sexo. “Es una escena de sexo explícito, pero no es del todo sexy. Elizabeth y Joe tienen dos conjuntos distintos de sentimientos y perspectivas, y el enfoque visual de la película capta esta sensación de disonancia. Hay algo concreto, incluso emocionante, en el realismo carnal de la ligera barriga de Joe y la textura de su respiración entrecortada, algo bello y trágico en la forma en que sus fantasías entrelazadas convergen y se desacoplan. Es un encuentro lleno de capas de lujuria, placer, autoengaño y decepción. Aunque el sexo es consentido, la experiencia del espectador es incómoda. Va de lo tórrido a lo desconcertante, pasando por lo alienante, de un modo que, aunque no es infrecuente en la experiencia vivida, resulta menos familiar en la pantalla”, escribió Alexandra Kleeman en The New York Times. “Sexo entre adultos”, en todas sus dimensiones, la confusión, las asimetrías, las fantasías colapsadas.
Es decir: el sexo quizás está de vuelta en la pantalla, pero consciente ahora de las políticas de los cuerpos, de su naturaleza problemática, del peso, de la carne, de una relación sexual. Una reinvención del sexo en la pantalla.
¿Una reinvención? ¿Hay algo realmente nuevo? Muchos susurran que después de las olas y las contraolas, al final, hemos vuelto al punto de partida. ¿Qué son sino los thriller eróticos de los 90, películas de altísimo voltaje sexual pero a la vez incómodas? ¿Qué ha hecho David Cronenberg a lo largo de su carrera sino indagar de manera sumamente física, transpirada, mutilada, en ese cruce entre sexo, poder, deseo, violencia?
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