EL MISTERIO DE LA MESA DE DINERO



NOTA I

"Tres días antes de ahorcarse me dijo que después de las elecciones la cosa iba a repuntar. En realidad no lo dijo así; él no hablaba de repuntes ni de caídas. No le gustaban esas palabras. Era un tipo campechano, medio rústico. 'La guita va a entrar, varón, quedate tranquilo'. Así me dijo, y me pidió que no preguntara. Yo le creí. Todos le creímos".
El relato pertenece a uno de los comisionistas que trabajó para la mesa de dinero de José Luis Salas. Y forma parte de una descripción entrecortada, llena de lagunas, sobre esas operaciones financieras. Porque nadie admite conocer íntegramente los detalles del circuito que Salas había hecho funcionar.
Salas era hermético. Según dicen, nunca daba demasiados detalles de sus operaciones financieras. Nunca explicitaba la clave que lo había llevado a manejar una gigantesca mesa de dinero. Pero en esos días previos a colgarse de una soga, sin embargo, en su entorno ya sabían que algo se había roto en el mecanismo que había llegado a armar. "Traigan plata fresca, la necesito", les había reclamado en los días del final.
Aparentemente, el número de depositantes en la financiera no crecía en los últimos meses al ritmo que se había hecho habitual. La promoción boca a boca del negocio de colocar dinero al 8 por ciento mensual parecía tener un límite. Las estimaciones del dinero que se movía en la financiera oscilan entre los 50 y los 100 millones. Para tener una referencia de lo que eso significa, puede mencionarse que el Banco Municipal -el que más depósitos tiene en la Región después del Provincia- concentra un volumen del orden de los 200 millones y que el BCP, cuando se derrumbó, tenía depósitos por unos 300 millones. Si las estimaciones son ajustadas, Salas había llegado a manejar un banco en negro. Pero quería seguir creciendo y pasaba todo lo contrario: se acercaban las elecciones y varios ahorristas "de años" querían ahora retirar sus capitales.
El comisionista deja de hablar y enciende el cuarto cigarrillo en menos de una hora. Está nervioso. No tanto por el recuerdo de su amigo -"el capitán", como le solía decir-, sino más bien por los tiempos que augura: "Tiempos fuleros, porque todos van a querer saber quién bancaba a José y nadie va a encontrar nada. Ni una pista, nada de nada. José se llevó el secreto a la tumba, y no hay más vueltas. Como un yabrancito platense".

En ese tono entre enigmático y misterioso que utiliza el comisionista, no queda claro -ni él acepta dar más precisiones- qué significa que "alguien lo bancaba": ¿Qué tomaba prestado el dinero?
En la falta de rastros coinciden otros comisionistas. Afirman, concretamente, que antes de matarse, Salas, usando una clave, borró absolutamente todos los registros que había en su computadora.
Pero hay quienes no piensan lo mismo. Y preguntan quién y por qué se "robó" la computadora de la casa de la madre de Salas el día en que éste apareció muerto. Señalan, con razón, que quien se la llevó era de mucha confianza de la familia, porque lo dejaron entrar a la casa aquella mañana fatídica cuando los ahorristas ya habían comenzado a arremolinarse en la puerta, donde nadie les daba, siquiera, explicaciones mínimas. Y consideran que allí, en la computadora, sigue estando el gran secreto: qué hacía Salas con el dinero de sus clientes.
El primero de los comisionistas con los que el diario habló fuma ansioso, y cuando hace silencio mira hacia los costados como buscando más aire. La charla se desarrolla en una casita de la zona norte, el mismo lugar que, cada tanto, José Luis Salas elegía para juntarse a charlar con los siete comisionistas de la financiera "Los Girasoles".
"Yo era casi un hermano para él. Pero nunca pude saber mucho; apenas algunos comentarios, nada más. José era un tipo muy reservado, y qué hacía con la plata gorda nunca se lo dijo a nadie".
El destino del dinero no era algo que Salas explicara claramente, según varios relatos coincidentes. Nadie piensa que lo haya gastado en sus gustos personales y que semejante suma haya desaparecido en una vida rumbosa. Las únicas ostentaciones conocidas eran un vehículo Mercedes Benz, una camioneta Ranger 4 x 4 y algunos viajes a Europa. Entre sus bienes, se acreditaron 16 pequeñas propiedades inmobiliarias, seis de las cuales eran terrenos sin un gran valor comercial. No eran tan austeros, en cambio, algunos comisionistas. Uno de ellos, por caso, no ocultaba el Porsche -su preferido- ni sus otros cinco vehículos importados, cada uno valuado en torno de los 100 mil dólares.
El destino del dinero es el gran enigma, aunque comenzaron a aparecer algunos datos. Para los ahorristas, funciona un pacto de silencio entre quienes sabían qué hacía Salas con la plata ajena.

Algunos comisionistas se encierran en la versión de que el dinero era depositado en el exterior, de allí Salas pagaba las comisiones y sus propios "gastos". Y nada más. Aseguran que no hacía negocios, que no la reciclaba.
Pero los ahorristas no creen la historia de que absolutamente nadie más conocía el circuito ni la versión del "no había nada más". Saben, por otra parte, que ningún depósito en el exterior puede justificar una ganancia como la que Salas prometía a quienes ponían el dinero en sus manos. Se dicen a sí mismos: "quien montara un mecanismo semejante, sabría desde el principio que un día le iba a explotar. ¿Y eso hubiera podido hacer, intencionalmente y desde el comienzo Salas, un hombre que cuando el problema le estalló se quitó la vida?". Es muy difícil que alguien trabaje empeñosamente y durante años para su propio suicidio, explican los psicólogos.
Profesionales que han analizado el caso, y que reunieron información sobre cómo funcionaba el circuito, manejan indicios firmes para creer que Salas prestaba dinero a presuntos empresarios y falsos influyentes, muchos de ellos en aprietos, a tasas aún más altas que las que pagaba a los ahorristas. Que ése era el negocio. Ya está hecho el "identikit" de esos tomadores de fondos: sus cosas no andaban bien al punto de no poder tomar créditos en los bancos, pero movían todavía muchísimo dinero, porque de lo contrario Salas no les hubiese prestado, les prestaba a tipos "fuertes", que se hacían notar.
Creen además, que probablemente esos tomadores de préstamos -embarcados en verdaderas aventuras antieconómicas- le pueden haber prometido a Salas influencias políticas y más clientes grandes. Quizá -además del compromiso de devolverle el dinero; cosa que no habrían hecho- le hayan prometido negocios que tampoco se hicieron.
Quienes manejan estos indicios, tienen una explicación para el dramático final: "En los últimos tiempos, algunos de esos grandes tomadores de préstamos se cayeron o llegaron a situaciones asfixiantes en las que todavía agonizan. No pagaron. Salas supo que nunca lo iban a hacer. Y encima se acercaron las elecciones, unos cuantos ahorristas fueron ganados por la incertidumbre y quisieron tener su dinero en casa. Así se cortó la cadena".
En otro punto en que coinciden todos -los que investigan el caso en representación de los ahorristas y aún los del pacto de silencio- es que, pese al quiebre y la caída, parte del dinero tiene que estar todavía depositado en el exterior.

Hay constancias -afirman en algunos círculos- de que Salas y algunos de los comisionistas viajaban con frecuencia a Estados Unidos y Uruguay. Y nadie duda de que esas salidas tenían que ver con la colocación de sumas que en bancos del país hubiesen sido detectadas por la DGI y Salas no hubiera podido justificar con su modesto campito en Corrientes, pomposamente denominado Estancia La Tranquerita pero en rigor "una chacrita"; herencia recibida por la vía de la familia paterna.
Sin embargo, todos admiten también que debe ser un monto exiguo, que no alcanzaba, por ejemplo, para cubrir la demanda de los ahorristas que de repente exigieron reunirse con sus capitales por la llegada de las elecciones. "Si Salas no prestara el dinero -razonan-, lo tendría en depósitos o en inversiones (inmuebles, autos, acciones, etc.). Y por lo tanto, hubiera intentado devolver la plata a los ahorristas, aunque tuviera que negociar para hacerlo en cuotas, dentro de un tiempo, a medida que fuera vendiendo cosas. Habría tenido una salida, sin llegar al extremo de matarse". Conclusión: está claro que se suicidó porque una parte del dinero no la tenía él, ni en efectivo ni en bienes. La tienen algunos tomadores de préstamos que no cumplieron.
* * *
En una ciudad tan castigada por las caídas de financieras y bancos y agentes de Bolsa que se fugaron con la plata de cientos de platenses, ¿cómo pudo funcionar un sistema basado en darle los ahorros a un particular, sin garantías oficiales, a tasas a todas luces "imposibles", disparatadas? Este es el otro gran dilema de la historia de la mesa de dinero.

Son los propios ahorristas los que tratan de darle una respuesta a esta pregunta. Hablan de un "cóctel de elementos" y admiten que jugaron un rol importante factores psicológicos. Más allá de los matices de cada historia, reconocen, en principio, que los ganó la ambición, mezclada muchas veces con la ilusión de una ganancia tan grande como fácil, con la ingenuidad de "querer creer" y "querer confiar" y con cierto desconocimiento del mercado y una falta de información sobre el enorme abismo que realmente había entre las tasas que a ellos les pagaban y las que abonaban los bancos. Otro segmento de ahorristas lo constituían los poseedores de dinero negro, plata cuyo origen no habría podido ser explicado. A ellos los ganó la comodidad de no viajar ni hasta Uruguay y, también, la tentación de la gran ganancia.
Admiten que a partir de esos factores, funcionó una suerte de "sugestión" sobre quién era Salas. Aún hoy, arruinados, muchos ahorristas siguen describiéndolo como "una buena persona y mejor amigo, muy cordial, encantador, un buen tipo que generaba una instantánea sensación de confianza".
"José Luis era católico, muy devoto. Para Semana Santa siempre viajaba a Roma. Le encantaba eso de conciliar la fe con el poderío económico. Decía que el mejor ejemplo era el Vaticano: el mundo financiero unido al mundo celestial. Sí, ahora que pienso siempre nos decía lo mismo. No por nada a veces nos llamaba cariñosamente sus apóstoles", cuenta el comisionista.
Es cierto: a José Luis Salas le fascinaba la majestuosidad del Vaticano, aunque lo disimulara con una vida de bajo perfil y actividades campestres, casi familiares. No leía mucho, es cierto, pero a sus mejores amigos les recomendaba cada tanto que leyeran el Evangelio según San Mateo.
"Nos decía que Mateo había sido recaudador de impuestos, y que nunca renunció a su actividad financiera pese a seguir los pasos de Jesús. En confianza, incluso, nos recitaba algunos pasajes del libro. O tal vez se lo inventaba todo, qué se yo. José -lo recuerda el comisionista- tenía esas cosas".
Pero Salas se encargaba de que no todo fuera mágico. Que su negocio no quedara sujeto a una cuestión de imagen de buen tipo. Consolidaba la confianza con gestos concretos. "Una vez yo necesitaba plata urgente y faltaban unos cuantos días para el vencimiento de mi depósito. Y le comenté a Salas: 'no sé qué hacer, estoy desesperado'. Me respondió: 'no te hagas problema, ¿cuánto y cuándo?'. Yo le respondí que necesitaba 40.000 dólares para dos días después. Y a los dos días Salas me puso los 40.000 dólares arriba de la mesa", cuenta un ahorrista. Y estos ejemplos abundan.

Por lo demás, durante años algunos depositantes retiraron parte del capital y dejaban el resto y los intereses. Otros retiraban cada mes el interés y dejaban el capital. Claro que muchos otros no sacaron nunca nada, pero aquellos retiros parciales -comentados en la cadena de clientes- contribuían a profundizar la confianza en Salas.
Eso no era todo, sin embargo. El toque final era el pagaré en blanco que les entrega a sus clientes. Veamos. Salas les daba a los depositantes tres documentos que llevaban, todos, los logos de Estancia La Tranquerita y Escritorio Los Girasoles: un pagaré por el monto depositado; un contrato (denominado mutuo) en el que detallaba que aquel pagaré era por el dinero que el inversor le había "prestado" a La Tranquerita; y un segundo pagaré en blanco y firmado que significaba "si yo no le cumplo, Ud. completa este documento por la cifra que se le dé la gana y me mata".

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