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Juan Manuel Mannarino
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¿Mito, realidad o nostalgia? Nada parece un fenómeno tan argentino, difuso en términos teóricos y prácticos como la clase media. “Durante décadas, a la hora de autodefinirse, de pararse frente al espejo y reconocerse, los argentinos se aferraron a una idea dominante, transversal, profunda y con múltiples implicancias sociales, culturales, económicas, políticas y morales: ´Somos todos clase media´”, escribe Guillermo Oliveto en su libro Clase media. Mito, realidad o nostalgia. El analista y licenciado en Administración de Empresas por la Universidad de Buenos Aires marcó que esa idea dominante tuvo un punto de quiebre en el Rodrigazo de 1975, en el cual se representó, según su punto vista, un primer cimbronazo para la clase media argentina. Luego le seguirían otros tres para completar lo que bautizó “el póquer de la degradación”. Fueron la hiperinflación de Alfonsín en 1989, la gran crisis de 2001/2002 y, finalmente, en el mismo nivel, la pandemia en 2020/2021.
En la búsqueda de mitos de origen, Oliveto recurrió a pensamientos como los de José Ortega y Gasset, que viajó tres veces (1916, 1928 y 1940) a Argentina. Lo primero que detectó el filósofo español fue una identidad en construcción, plagada de desequilibrios. Eso es lo que caracterizó desde siempre a la clase media argentina. Se dice que no hay clase media y que, en realidad, es un invento conceptual de alguna disciplina de las ciencias sociales para nombrar una nebulosa que de clase, en rigurosos términos marxistas, nada tiene. Se dice que si existe alguna clase media, se encuentra entre un sector de profesionales, un sector de pequeños empresarios y un sector de trabajadores calificados. Se dice que hay “clase media baja” y “clase media alta”. A la hora de hablar de la clase media, sin embargo, Argentina parece parar la oreja y levantar la mano. “El 60% de la población manifestó que hoy tenemos peor calidad de vida y somos más incultos y menos educados que en los años ochenta”, añade Oliveto.
Lo que no es
El centro de la política contemporánea, en efecto, es la clase media. Todos la desean, la odian, la reclaman y la culpan. “La clase media no tiene salida. Por supuesto que hay salidas individuales y algunos zafan y consiguen encontrar un camino o elegir su destino. Pero la clase media es el universo de la traición, de la trepada, de la apariencia”, analiza en crudo el escritor Guillermo Saccomanno, quien suele inspeccionarla en sus novelas. Entre los textos más citados, existe un trabajo sobre la historia de la clase media argentina del sociólogo Ezequiel Adamovsky. Dice que la clase media es una identidad. Hay un sentido de pertenencia: no es cuestión de ingresos sino de ubicación social. A su vez, la clase media no es un sujeto político sino que se trata de un estrato social homogéneo, una identidad compartida por amplios sectores. El discreto encanto de ser de clase media y poder acceder a la educación y a la cultura, escribió Adamovsky en su texto de 2009, vigente en su actualidad. “La ausencia de estudios sobre la clase media en la historiografía nacional es un punto ciego”, dijo en aquel momento.
“La clase media está en peligro. Hay que cuidarla”, lanza ahora Guillermo Oliveto. En su libro, además del análisis histórico, entran la transformación digital, la cultura de las redes sociales, la lógica algorítmica y la irrupción de la inteligencia artificial, que se hibridan con las profecías de Benjamín Solari Parravicini, el Nostradamus argentino, como con las reminiscencias del imperio romano. El hombre gris, Aristóteles, Julio César, Alberdi, Sarmiento, Menem, Freud, el marxismo y su concepción de las clases sociales, José Antonio Marina, Tomás Moro, Trump, Javier Milei y Elon Musk: todo junto en un enjambre del que emanan múltiples sentidos y significados.
Oliveto marca otro punto de ruptura: la irrupción del consumo como un factor central de la vida cotidiana en los años previos a la Segunda Guerra Mundial y especialmente en los posteriores, en la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX, de la mano del Plan Marshall, el Estado de Bienestar y la progresiva consolidación de las clases medias urbanas. “Lo primero que debo decir es que, lejos de las miradas reduccionistas, la clase media en la Argentina no es solo un lugar en la pirámide social, ni tampoco un determinado nivel o rango de ingresos. Tampoco se circunscribe meramente a una tenencia de bienes específicos relevantes. Ni siquiera es un set de costumbres y hábitos específicos, que, por supuesto, los tiene; o un acervo cultural, tan nítido como estable, que buscó siempre preservar, defendiéndolo con ferocidad”.
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Construcción simbólica
Y luego: “La clase media en la Argentina es todo esto y mucho más. Es una gran construcción simbólica, un lugar de llegada y de pertenencia. Una fuente de identidad, una aspiración, un sueño, una ilusión, una razón de ser. Una luz en la oscuridad de todos los túneles por los que ha cruzado esta sociedad golpeada y maltratada hasta el hartazgo. La clase media es, sobre todo, una historia”. Detecta que, en un plano universal, la clase media fue y es un fenómeno “de abajo hacia arriba”, una emergencia, una fuerza creciente y ascendente, que modifica todo a su paso. “Fueron los hijos, los nietos y los bisnietos de esos inmigrantes que llegaron ´con una mano atrás y otra adelante´ los que con base en el trabajo y el esfuerzo lograron conquistar un inmenso territorio físico (la octava superficie del mundo) que estaba prácticamente vacío y virgen”, traza Oliveto.
¿La clase media es un constructo colectivo conservador? ¿Es aspiracional, demandante, crítica y volátil? ¿En ella se esconde una suerte ADN del ser nacional, inmodificable por definición, que ha entrado en riesgo en los últimos tiempos? ¿Es la clase media, entonces, un paraíso perdido en una suerte de agonía de la identidad nacional?
Otros pensadores dan claves para reflexionar sobre la clase media en el presente. En su editorial de julio en El Dipló, José Natanson escribió: “Con el mercado laboral segmentado y la migración interna acotada, la educación pública es –era– uno de los últimos dispositivos capaces de producir cierta movilidad social, pero encuentra cada vez más dificultades para cumplir este rol igualador. Esto hace que la clase media deserte masivamente de la escuela estatal, lo que debilita el reclamo educativo en la esfera pública y retroalimenta la crisis”. En su libro, Guillermo Oliveto recurre a antropólogos, sociólogos, economistas, psicólogos, comunicadores y métodos estadísticos. En los últimos años, asume que Argentina cambió mucho, y el futuro está más abierto de lo que estamos dispuestos a admitir. El eje educativo es un signo insoslayable.
La informalidad
“Para los jóvenes-adultos, la escuela secundaria, con su estructura infantilizante, pierde sentido. El quiebre en la relación educación-ingresos, un fenómeno relativamente nuevo, profundiza esta crisis. Por otro lado, la ausencia de rutinas laborales de los padres –uno de los efectos más negativos y menos comentados del aumento de la informalidad– desestructura a las familias, desorganiza la vida cotidiana y conspira contra horarios y calendarios”, agrega Natanson. Dado este panorama, la identidad de clase media ya no representa un imaginario que funciona como elemento organizador. En la percepción generalizada, dice Oliveto, el sujeto gregario de la clase media está en acelerada contracción y transformación. “Se reduce, se comprime, se acota, se limita. Para varios, directamente ya no existe. Especialmente si de lo que se está hablando es de los registros de los años ochenta y parte de los noventa, cuando sus integrantes podían ahorrar, proyectar, comprar una casa, vacacionar de manera previsible, crecer, progresar sobre la base del esfuerzo, educar a sus hijos y dejarles un legado patrimonial y moral. Lo que de manera informal y coloquial se ha bautizado como “la clase media Mafalda”. Flota entre los habitantes del país la idea de una degradación en etapas que terminó siendo transversal, tocando, de una u otra manera, a casi todos”.
“No voy a llegar”
Entre otros testimonios, cita a un joven de 25 años de clase media alta, al cual entrevistó: “Antes, nuestros padres ahorraban para comprarse una casa. Yo tengo días que pienso: ¿para qué ahorro? Veo el precio de una casa y salgo espantado. No voy a llegar nunca”. Pese a la volatilidad de su ensayo, en el cual hay referencias tan amplias que resulta imposible jerarquizarlas y seguir un hilo conductor, Oliveto no desconoce la polarización social. En los últimos estudios de las consultoras económicas, se ha dicho que la clase alta y media alta representa el 6% de la población, con un ingreso promedio por hogar de $20.500.000 mensuales (equivalente a 17.000 dólares): este sector concentra ingresos que superan en aproximadamente un 190% el promedio general. La clase media alta, en rigor, gana algo así como mensualmente $9.105.000 (US$7836).
La clase media, en tanto, abarca al 44% de la población y se subdivide en otros dos segmentos. El primero representa al 18% y corresponde a la media típica, con ingresos promedio de $3.122.836, es decir, unos 2.687 dólares mensuales. El segundo incluye al 26% de los hogares, que constituyen la media baja, con ingresos promedio de $1.564.000 mensuales (equivalente a 1.346 dólares). Por último, la clase baja comprende al 50% de la población total y también se divide en dos subgrupos. Allí está la clase media vulnerable (el 31%), cuyos ingresos promedio mensuales en el hogar llega a $1.120.600 (o US$964). En tanto, el 19% representa directamente los pobres, a los que les entran $585.800 (US$504) todos los meses, estimó un informe de la consultora Moiguer.
No ser pobre
Dice Oliveto que, para muchos argentinos, hoy ser clase media es ante todo no ser pobre. “¿Cómo decidiremos lo que es de valor para nosotros en una sociedad impaciente y centrada en lo inmediato? ¿Cómo perseguir metas en una economía entregada al corto plazo? ¿Cómo sostener la lealtad y el compromiso recíproco en instituciones que están en continua desintegración o reorganización?”, se pregunta, sin dar certezas ni respuestas. La clase media como arquetipo y el poder de los mitos, la amalgama simbólica, el algoritmo de la clase media argentina y sus falsas antinomias en una sociedad ultratecnologizada que acrecienta su velocidad y degradación en los diversos malestares en la cultura, al borde del quiebre emocional y la alarmante brecha social entre ricos y pobres.
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