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La indiecita que durmió 500 años y una historia de momias y sacrificios

La indiecita que durmió 500 años y una historia de momias y sacrificios
26 de Abril de 1999 | 00:00
(Por Jason Webb, del servicio de Reuters).- La indiecita inca de 500 años mantiene el rostro tranquilo. Le dieron un brebaje de maíz y se sintió adormecida por el frío y la altitud antes de que la arroparan en mantas y ropas de colores y la sepultaran viva.
Su cara es la más preservada encontrada jamás en una momia. Ella, otra niña y un niño quedaron momificados naturalmente por el frío y la escasez de oxígeno a 6.700 metros de altura en la cumbre del volcán Llullaillaco, en el noroeste de los Andes argentinos.

Los exámenes muestran que sus órganos permanecen intactos y al parecer hay sangre congelada en las venas y los restos de las últimas comidas en el sistema digestivo.
La adolescente, cuyo rostro puede ser observado entre los harapos polvorientos, tendría unos 14 años. Las mejillas están hinchadas, pero se parece mucho a los chiquillos que juegan actualmente en las calles de Salta, a los pies de la árida montaña sagrada para sus antepasados.
"Los niños ofrendados a las divinidades eran como mensajeros del mundo humano al mundo divino, el mundo de los dioses", dijo Juan Schobinger, un especialista y arqueólogo de la civilización inca de la Universidad nacional del Cuyo.
"Los adultos no se sacrificaban porque tal vez no tenían esa fuerza especial que tienen los niños", agregó.
El imperio inca fue la mayor civilización descubierta por los conquistadores españoles. En sólo 90 años se expandieron desde lo que hoy es Quito, Ecuador, en el norte, hasta Santiago de Chile en el sur.
Restos momificados de niños sacrificados yacen en las cimas de las montañas de Perú y otros lugares de los Andes desde hace medio milenio. Fueron enterrados con pequeñas cantidades de comida, cerveza de maíz y hojas de coca narcóticas para masticar en su jornada hasta los dioses.

Los acompañaban figurillas masculinas y femeninas de oro y caracoles y pequeñas estatuas de llamas.
El estado teocrático inca celebraba festivales anuales cuando los niños eran ofrecidos a los dioses para garantizar la salida del sol y las cosechas. Los niños eran traídos de las provincias lejanas para participar en las ceremonias y regresaban a las montañas próximas a sus hogares para los sacrificios.
Schobinger cree que los jóvenes a veces eran seleccionados y preparados con años de anticipación.
El encontró el cuerpo momificado de un niño de siete años cerca del pico helado de la montaña más alta de las Américas, el Aconcagua, en la frontera entre Argentina y Chile. Se comprobó que no había ingerido otra cosa que maíz en los dos últimos años de su vida, probablemente una preparación ritual.
"El maíz tenía su simbolismo. Todo está impregnado por un simbolismo que no conocemos en detalle", explicó Schobinger.
El cráneo de la momia del Aconcagua está expuesto y presenta una grieta causada por el fuerte golpe que la mató, y se puede observar el cerebro contraído. Sin embargo, el rostro del niño está contorsionado como en una expresión de temor.
Ser sacrificado era un gran honor para los incas. Sus ceremonias eran humanas en comparación con los sangrientos ritos de los aztecas de México, que impactaron hasta a los propios españoles con sus sacrificios de prisioneros de guerra.
Un cronista español registró una historia oral de un famoso sacrificio hecho por el jefe de un valle de Perú que ofreció a su hija al emperador. La adolescente fue rebautizada Tantacagua, o maíz amarillo, por el propio emperador.

"Se cuenta que hicieron toda una ceremonia, le pusieron los mejores vestidos, hicieron una cámara sepulcral especial y la enterraron viva. Desde ese momento, ese lugar queda como una Huaca, un lugar sagrado venerado por toda la gente, que dice que aquí hay alguien que no ha muerto, que todavía sigue viva en el más allá", dijo Schobinger.
Los arqueólogos consideran que las víctimas fueron conducidas en una procesión de varios días hasta el lugar del sacrificio. Un científico que participó en la expedición al Llullaillaco, uno de los volcanes más altos del mundo, casi fallece de edema pulmonar a causa de la altitud, pero los Incas carecían de equipos y llevaban cargas pesadas y en ocasiones piedras.
Las víctimas probablemente fueron ofrecidas al Dios Sol, que se asociaba con el propio emperador, pero las montañas también se veneraban como dioses (apus, en lengua quechua, que aún se habla en los Andes).
Una de las niñas del Llullaillaco tiene el cráneo deformado artificialmente desde el nacimiento para que tomara la forma cónica de la montaña. También se han encontrado otros cráneos deformados en forma de montañas en los Andes.
LA FIEBRE DEL ORO AUN AFECTA A LOS INCAS
La misma fiebre de oro que llevó a los españoles a destruir a los incas todavía hace peligrar sus lugares sagrados.
Los buscadores de tesoros desafían las nieves y las alturas para saquear los sitios incas e incluso utilizan explosivos para hurgar en el terreno congelado en busca de estatuillas de oro que venden a los coleccionistas.
Los arqueólogos encontraron una momia congelada en un bloque de hielo en el volcán Quehuar. Sin equipos para trasladarla, la dejaron allí para una expedición posterior.
El sitio, sin embargo, fue destrozado por buscadores de tesoros poco después y a su regreso encontraron las orejas de la momia incrustadas en una pared por la fuerza de la dinamita, dijo María Constanza Ceruti, una integrante del equipo del Llullaillaco.
Los pueblos de los Andes sufren a veces de discriminación en sus países, pero las viejas creencias persisten en las apartadas aldeas de las montañas del norte de Argentina, mezcladas con un catolicismo fervoroso.
Las gentes de los campos aún escalan las montañas para ofrecer comidas y granos a los dioses incas.
Un anciano de Salta aseguró que también hay sacrificios humanos. Los jefes de una plantación de azúcar matan y devoran a uno de los obreros anualmente para garantizar una buena cosecha.
"Es porque tienen pactos con el diablo", dijo el anciano a un periodista.
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