"Náufrago": nunca se sabe lo que trae la marea

La película con Tom Hanks como un hombre abandonado en una isla durante cuatro años parece exponer, con habilidad o confusamente, varias propuestas que causan inquietud en mentalidades muy estructuradas

Por AMILCAR MORETTI
Al comienzo de "Náufrago", cuando Chuck Noland (Tom Hanks) es un obsesivo de la eficiencia de mercado, va a dar lecciones a los pobres rusos, que entre mafias, capitalismo y caos económico no pueden digerir setenta años de derrota del comunismo y aparecen como unos tipos achuchados, cabizbajos y sumisos, ignorantes e ingenuos frente a lo que significa la eficacia capitalista para obtener plusvalía. Esos minutos iniciales pueden ser interpretados primero como una visión chauvinista y hasta xenófoba, de una desagradable superioridad blanca y occidental sobre los supuestamente atrasados eslavos. Después, cuando se redondea la película y se elabora mejor el todo con el paso de los días, se empieza a sospechar que Robert Zemeckis, el director de "Náufrago", y su guionista William Broyles, fueron más sutiles que eso. Incluso -es posible- se dieron el gusto de parodiar a los norteamericanos sin que los espectadores -sobre todo los norteamericanos- se dieran cuenta. El asunto es así.
Noland ("No-Land", es decir, "No-tierra") sufre un accidente de avión y termina como único sobreviviente en una isla desierta. Durante cuatro años se las tiene que arreglar solo en un medio donde su eficacia capitalista no le sirve de nada. En la isla no hay reloj, no hay tiempo y no hay nada que hacer, salvo esforzarse para tomar jugo de los cocoteros o cazar a lanzazos algún pez, si hay suerte. El resto es quedarse con uno mismo. Con la propia conciencia. Rápidamente los hábitos urbanos eficientistas de Noland dejarán de conferirle sentido a su vida. Se mostrarán como realmente son: vacíos. Un simulacro de existencia completa. Entonces, cuando Noland regrese a la civilización mirará a su empresa y existencia anteriores con otros ojos. Confirma lo que a lo largo de cuatro años había empezado a sospechar: que la cosa no pasa por allí.
"Náufrago" desconcierta un poco al espectador pasatista, que busca sólo un entretenimiento sin ideas, porque contiene precisamente eso: algunas ideas. Primero que todo, que el discurso, hábitos y creencias que ha uniformizado el mercado es un invento, una estructura artificial, cazabobos. Después, algo más profundo. La película parece decir que el hombre está solo. Esto es, no hay Dios, o Dios no habla o bien no está interesado en el hombre común. Puede decirse que es una película agnóstica: si hay algo más allá, no puede conocerse y corresponde al orden de la fe o el miedo de cada uno. Cuando Noland entierra al piloto en la playa no lo despide con una oración al uso: dice, simplemente, "Eso es todo". Es decir, no hay otra cosa que esto, te tocó morirte y entonces todo se acabó. No hay otra cosa.
"Náufrago" deja al final un saborcito amargo en el espectador consumista. El tipo sospecha que lo han hecho dudar y, claro, acostumbrado a a no pensar como está, se revuelve un poco en la butaca. ¿Es que no hay esperanzas? ¿Esto es lo que plantea Zemeckis? No parece así. Lo que probablemente diga es que el hombre se las debe arreglar solo, aún en el caso de no tener esperanzas. Basta el deseo. Hasta podría decirse que "Náufrago" es una película optimista porque rechaza la alternativa del suicidio. Tal vez lo que quiera expresar, confusa o muy hábilmente (Zemeckis, es obvio, no es ningún tonto), es que hoy estamos más desprotegidos que nunca. Que hasta es difícil hacerse ilusiones. Pero que vale la pena resistir porque no hay mal que dure cien años. "Nunca se sabe lo que te traerá la marea", sentencia No-Land, es decir, el hombre común que hasta se ha quedado sin tierra.

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