Un amor egregio
| 27 de Mayo de 2001 | 00:00

Es amor. Y no debe existir un amor más grande -ni uno más verdadero- como el que se profesan Carlos y Cecilia. Porque una cosa es tener amor y otra muy distinta es profesarse amor. No cualquiera se profesa amor. El amor profesado es un sentimiento casi religioso que nace de la espiritualidad más ínclita. Y cuando uno dice ínclita, dice egregia, insigne, célebre, ilustre y gloriosa. No es una espiritualidad cualunque. En "El Tratado del Amor Espléndido", afirma el teólogo filipino Nelson Nutella: "la lora no es un buen ejemplo, no debéis remitiros constantemente a ella".
El amor egregio, por tanto, es disposición anímica más que ubicación instrumental. Cecilia y Carlos lo saben. Ella lo ha dicho con estas rotundas palabras, pronunciadas en el show chileno de Don Francisco: "Mis padres no sólo están de acuerdo, sino felices, lo mismo mi hermana Verónica".
Cuando el amor egregio se nutre de la savia familiar hasta alcanzar la bienaventuranza idílica de los tortolitos, provoca sin embargo reacciones, envidias y celos. Les pasó a Romeo y Julieta y a un montón de desgraciados más. El coronel Alí Seineldín, a su turno, también mostró la hilacha de manera elíptica: "Usted, Zulema, sigue siendo la primera dama". Ella, a tiempo, respondió: "Gracias, mi coronel".
En Verona o Anillaco, la historia vuelve a repetirse. Se deberá obrar con cordura para que los enamorados no sufran una vez más la incomprensión y el desdoro. En "El Tratado del Amor Espléndido" en otro de sus pasajes excelsos, afirma el esclarecido Nelson Nutella, a la sazón padre del diminuto Nelson que cada tanto visita a Susana Giménez: "No sabéis lo que cuesta romper quinotos, en especial a los amantes". No cualquiera se hace cargo de la paternidad del enanizado Nelson, por lo que las palabras de Nutella deben ser largamente meditadas en esta hora de acoso e incomprensión. Luego, y si los trasandinos se aman como dicen amarse, ¿por qué no dejarlos en paz con rencillas, causas judiciales y entuertos de familia? ¿Por qué empañar lo que es puro sentimiento y amor virtuoso? El amor insigne genera ensañamiento y maledicencia, ya está dicho. Y el vulgo insidiosamente acicateado rara vez perdona. "La Rosadita no es del papi, el papi me engañó". Ha sido veraz expresión de Zulemita y sobre este punto el analista
(*)Novelista platense.
El amor egregio, por tanto, es disposición anímica más que ubicación instrumental. Cecilia y Carlos lo saben. Ella lo ha dicho con estas rotundas palabras, pronunciadas en el show chileno de Don Francisco: "Mis padres no sólo están de acuerdo, sino felices, lo mismo mi hermana Verónica".
Cuando el amor egregio se nutre de la savia familiar hasta alcanzar la bienaventuranza idílica de los tortolitos, provoca sin embargo reacciones, envidias y celos. Les pasó a Romeo y Julieta y a un montón de desgraciados más. El coronel Alí Seineldín, a su turno, también mostró la hilacha de manera elíptica: "Usted, Zulema, sigue siendo la primera dama". Ella, a tiempo, respondió: "Gracias, mi coronel".
En Verona o Anillaco, la historia vuelve a repetirse. Se deberá obrar con cordura para que los enamorados no sufran una vez más la incomprensión y el desdoro. En "El Tratado del Amor Espléndido" en otro de sus pasajes excelsos, afirma el esclarecido Nelson Nutella, a la sazón padre del diminuto Nelson que cada tanto visita a Susana Giménez: "No sabéis lo que cuesta romper quinotos, en especial a los amantes". No cualquiera se hace cargo de la paternidad del enanizado Nelson, por lo que las palabras de Nutella deben ser largamente meditadas en esta hora de acoso e incomprensión. Luego, y si los trasandinos se aman como dicen amarse, ¿por qué no dejarlos en paz con rencillas, causas judiciales y entuertos de familia? ¿Por qué empañar lo que es puro sentimiento y amor virtuoso? El amor insigne genera ensañamiento y maledicencia, ya está dicho. Y el vulgo insidiosamente acicateado rara vez perdona. "La Rosadita no es del papi, el papi me engañó". Ha sido veraz expresión de Zulemita y sobre este punto el analista
(*)Novelista platense.
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