Balance de estrenos del 2003

Mirando, recordando, cotejando y comparando, las acciones referidas por estos gerundios permitieron seleccionar una lista de diez películas, entre las conocidas en La Plata, que sobresalen sobre cerca de 150 estrenadas. Lo considerado mejor no coincide, claro, con el gusto medio de las mayorías, eso llamado "sentido común". Con previsibles diferencias y valoraciones, expertos y críticos en cambio suelen coincidir. Y allí también aparece el tema del gusto, que no existió siempre.

POR AMILCAR MORETTI


¿Por qué elegir "La flor del mal", entre las estrenadas en La Plata, como la mejor película del año? ¿Por qué no "El arca rusa", obra mayor, o "Río Místico", casi segura para algún Oscar? ¿Por qué no "Las horas", promocionada con el Oscar 2002 y con repercusión en el público, o bien "Dogville", acompañada del prestigio intelectual que se le ha conferido al danés Von Trier? ¿Por qué "La flor del mal"? Es cierto que el francés Claude Chabrol es a esta altura, con cuarenta años de carrera, un maestro mundial indiscutido, un verdadero clásico, pero acaso no puede decirse algo parecido de Clint Eastwood director, muy valorado por otra parte entre la intelectualidad y cinefilia francesas. Y en todo caso, ¿qué es un clásico (y "La flor del mal" se acercaría a serlo)? Bien, sobre los clásicos, que siempre son indómitos e incómodos (estas son dos requisitos infalibles para reconocer un clásico), se han ensayado al menos tres descripciones y las tres pueden caberle a "La flor del mal" (y no a "Dogville" o "Las horas", que, conjeturo, no tendrán descendencia ni trascendencia). Primera: un clásico es la obra que se sostiene con firmeza y permanece contra el aire de los tiempos y la moda. Segunda: un clásico se convierte en fuente inspiradora, irradiante, en que abrevan sucesores. Tercera: un clásico transfiere elementos al "sentido común" de la gente, aunque esta no lo sepa o reconozca, y por eso son clásicos Kafka, Borges o Fellini, porque en nosotros y en la realidad hay algo de kafkiano, borgeano y fellinesco.

En estas situaciones, cada fin de año, cuando se hacen balances de cine aparece el bicentenario tema del "gusto", en verdad de "los gustos", como si en materia de arte reinara la subjetividad pura y todo fuera el reino de la anarquía, de un todo vale en que la trilogía "Matrix", artefactos culturales atendibles, valieran lo mismo que "Embriagado de amor", una comedia sombría que disgustó a mucho público desprovisto del código. Existen apreciaciones personales, y también dudas, aproximaciones, presunciones y equivocaciones, pero hay en el arte una historia, una memoria, reglas y sentidos reconocibles que permiten suponer que una obra, una película, salen de lo común o sobresalen de la media. Habría que aclarar, también, que este tema del "gusto" es relativamente reciente, data de la filosofía estética del siglo XVIII, y que antes de eso no existía una cosa como "el gusto". Esto da una pauta de lo histórico y a la vez de lo incierto y poco confiable del concepto. Pero hay historia, hay clásicos y hay reglas (que deben cumplirse, o bien ser transgredidas, que para el caso es casi igual). Además, hoy "el gusto" aparece moldeado por la industria del entretenimiento y la promoción de los medios, según pautas de ganancia de dinero. Desde hace medio siglo el llamado gusto (que podría ser el gusto del "sentido común", el de las mayorías) se orienta según moldes manipulados mediáticamente.

Entre las diez películas que elegí como las mejores del año, "La flor del mal" sobresale por su estructura equilibrada y su hondo espíritu de percepción sobre los sujetos individuales y colectivos. Tiene un equilibrio, profundidad y definición que no posee, por ejemplo, "Río Místico", más ambiciosa. De las otras seleccionadas, cuatro son norteamericanas: "Lejos del paraíso", no sólo recuperación de un estilo (el de Hollywood en los 50) sino fina reflexión sobre el lenguaje del cine; "Pandillas de Nueva York", que en su espectacularidad delirante resume con precisión a la hoy más poderosa civilización; "Las confesiones del Sr. Schmidt" reconoce el fracaso de sentido de igual universo social, y "Embriagado de amor" apunta a equivalentes categorías culturales bordeline. Otra francesa fue "El adversario", implacable cuadro del estallido de la institución familiar. Sokurov con "El arca rusa" confirmó que continúa siendo uno de los principales exploradores lingüísticos del cine. El palestino Elia Suleiman con "Intervención divina" demostró cómo se hace una adaptación política nacional de la voz hegemónica de Hollywood. "El viaje de Morvern" llevó a la forma del cine la forma de sentir de los jóvenes, desperdigados, aletargados, alucinados, descreídos. Y "El hombre sin pasado", del finlandés Kaurismaki, reafirmó que gramática y sintaxis del cine mudo están intactas y sirven, curiosamente, para expresar al detalle el inicio del nuevo siglo (¿o apenas el final del viejo siglo, por aquella idea de que hoy lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer?).

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