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La Ciudad |LAS NUEVAS GENERACIONES DE LAS COLECTIVIDADES

El cotidiano y tenaz desafío de preservar la tradición

Son los bisnietos de los inmigrantes que llegaron en los barcos y se asentaron en Berisso. Pese a las distancias y el tiempo, se esfuerzan por mantener vivas las costumbres que sus antepasados acunaron en países como Lituania, Armenia, Grecia, Ucrania o la ex Yugoslavia. El baile, el idioma o las comidas típicas son algunas de las armas para custodiar la tradición y luchar contra el olvido

El cotidiano y tenaz desafío de preservar la tradición

En la colectividad lituana de Berisso son los más chicos los que le dan vida y alegría a la tradición.

2 de Septiembre de 2007 | 00:00
El rajnzi que prepara Aldana Iovanovich lleva carne, cebolla, ají verde, panceta y condimentos. Es una receta tradicional de la ex Yugoslavia y uno de los platos más típicos de la reciente separada Montenegro. Cuando ella lo cocina, sin embargo, no siente nostalgia por la vieja tierra de los eslavos del sur ni añora los aires cálidos de los Balcanes. Es que Aldana tiene apenas 22 años y lo único que sabe de la tierra de sus bisabuelos es lo que le cuentan en la familia o lo que lee con pasión en los libros de historia. "Ya la voy a conocer -dice confiada-. Ni bien me reciba de abogada voy a ir para allá". Por ahora, y mientras espera que llegue ese día, Aldana es una de las tantas chicas que mantienen las costumbres que sus antepasados trajeron en los barcos. Y un detalle: desde hace casi un año, es también la presidenta más joven en la historia de la Asociación de Entidades Extranjeras de Berisso.

"Y además soy la primera mujer que ocupa el cargo", agrega con una sonrisa repleta de orgullo. Desde ese puesto, reservado durante 28 años sólo a personas mayores, Aldana Iovanovich tomó hace poco la decisión de fundar la subcomisión de jóvenes para colaborar con la clásica fiesta del inmigrante que arranca hoy. Y el dato no es menor: revela un fenómeno creciente en el universo heterogéneo y tradicional de las colectividades extranjeras: el de los chicos que se aferran a sus orígenes y luchan por continuar la cultura que sus bisabuelos trajeron arropada del viejo mundo.

Bailes, comidas típicas, encuentros culturales o clases de idioma son algunas de las herramientas de las que se valen las nuevas generaciones para tender lazos con su pasado de sangre y, al mismo tiempo, construir una férrea muralla que le impida el paso al olvido.

"Ahora son los jóvenes los que tienen que continuar las tradiciones que trajeron nuestros padres", dice Ana Semenas, integrante de la colectividad lituana de Berisso y uno de los referentes de esa orilla a la hora de preservar usos y costumbres traídos de afuera. Los padres de Ana llegaron a estas costas en 1934, cuando en las calles berissenses parecían hablarse todas las lenguas y las banderas de una y otra patria se mezclaban como si Berisso fuera una Babel vernácula y más doméstica. Lejos de esos tiempos, sin embargo, allí siguen conviviendo 19 colectividades nucleadas en la asociación que ahora preside Iovanovich.

"En nuestra colectividad seremos unos 80 socios -apunta Semenas-, pero las personas que se acercan son mucho más si tenemos en cuenta los que vienen a los grupos de baile. Pero son los más chicos los que le dan vida a nuestra cultura. Nacieron acá y nunca conocieron Lituania, pero sin embargo aman esa patria por una razón muy sencilla: la llevan en la sangre".

Como si quisieran confirmar lo que dice Semenas, la familia Cagliardi hace un verdadero ejemplo de lo que significa custodiar la tradición lituana. El papá Ricardo preside la colectividad desde hace tres años. Germán, el hijo menor, tiene 18 años y en enero tiene programado un viaje a Alemania para aprender el idioma de sus bisabuelos. Su hermana Alejandra tiene 22 y fue reina de la colectividad, lo mismo que su otra hermana Romina, quien con 24 años se esfuerza junto a ellos por no olvidar lo que alguna vez supieron acunar sus antepasados. Bailan los temas tradicionales del folclore lituano, rezan en la mesa antes de cada comida y, cuando tienen tiempo, cocinan vrtinis, otra vieja tradición llegada de las orillas del Báltico.

"Aunque seamos argentinos y nuestra historia esté en este país, los orígenes nos llevan siempre a Lituania -asegura Romina-. Y el preservar una tradición va más allá de bailar las danzas tradicionales. Tiene que ver con lo cotidiano: aprender sobre nuestra cultura, estudiar el idioma, informarse sobre la historia y el presente de los lituanos. Y no es una obligación o un precepto que se debe cumplir. Es algo que se hace por amor".

Aldana no escucha lo que dice Romina pero coincide como si lo hiciera: "Cuidamos la tradición porque amamos la tierra de nuestros antepasados". En su caso, el amor por un país que en el mapa ya no existe no deja de resultar curioso. "Es cierto que lo que era Yugoslavia ya no está más -explica-, pero nuestra colectividad es la yugoslava porque para quienes la fundaron ese país se sigue llamando así. Mis abuelos le siguen diciendo Yugoslavia. Y tal vez no esté en un mapa, pero sí en el corazón".

Aunque su pasado de sangre diga lo contrario, lo que cuentan Romina o Aldana se parece mucho a lo que dice Pamela Vázquez, que a los 24 años es la directora del ballet infantil de la colectividad griega de Berisso. "Yo no tengo orígenes directos con la colectividad -cuenta-, pero me enganché con las costumbres y ahora me siento una más: no sólo bailo griego; también me gusta participar de las tabernas y aprender todo lo que pueda sobre la cultura helénica".

Para Elena Tourouniotis, integrante de esa colectividad desde hace años y cuyos padres llegaron del Peloponeso a mediados del siglo pasado, lo de Pamela "es un ejemplo de que se puede continuar la tradición en las nuevas generaciones. Nosotros tenemos acá más de 400 socios, pero que nadie tenga dudas de que los jóvenes son los que le dan verdadera vida a nuestra institución. Son ellos los responsables de que nuestra cultura se siga expandiendo a pesar de las distancias".

Aunque no hayan nacido en la tierra de sus antepasados y ni siquiera la conozcan, a la hora de hablar de sus orígenes todos los jóvenes se sienten parte de la patria extranjera. "Soy argentino pero también me siento lituano", apunta Juan Ignacio Fourment Kalvelis, que con 25 años es el representante de Sudamérica en la Unión Mundial de Jóvenes de la Colectividad Lituana y conduce por radio un programa de su creación: Ecos de Lituania.

"El compromiso que asumimos es defender nuestra identidad", define Kalvelis, y nada de distinto tiene a lo que, desde la presidencia de la Asociación, dice Aldana: "Es cierto que los centros tradicionales no son lo que eran en los tiempos de nuestros abuelos, cuando los más jóvenes se juntaban a jugar a las cartas y charlar. Ahora nuestras salidas pasan por otro lado: vamos a bailar y nos integramos a otros círculos. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: preservar nuestros orígenes".

Bailan con atuendos que acaso nos resultan ajenos. Conocen la historia de países a veces no tan sencillos de encontrar en el mapa. Y cocinan platos con nombres casi imposibles de pronunciar. No llegaron en los barcos ni son los hijos de aquellos primeros inmigrantes que hicieron de Berisso un rompecabezas de culturas y lenguas distintas. Son veinteañeros. Estudian. Salen a bailar. Son chicos que nacieron en este lado del mundo pero se diferencian del resto por una razón muy simple: custodian la cultura de todos aquellos que supieron forjar una identidad traída de otra patria y hoy ya no tienen voz: sus antepasados.

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