Cordero de Dios

Por AMÍLCAR MORETTI

Película desatinada, descomedida, desubicada. Infortunada en sus propósitos. Recomendación para alertar: "Cordero de Dios" es a la cuestión de los desaparecidos políticos de la última dictadura lo que "XXY" a las nuevas opciones o propuestas de género sexual. La sola idea de comparar las 30 mil desapariciones con un secuestro extorsivo de la delincuencia actual es como comparar el genocidio de seis millones de judíos por los nazis con el asesinato común de un hebreo (o musulmán, cristiano, budista) a la vuelta de la casa de cualquier espectador, aquí o en China. Tal vez (yo) no tenga derecho a suponer que la directora Lucía Cedrón buscó con premeditación el golpe bajo del lugar común para congraciarse con festivales, públicos y productores extranjeros. Pero muchos críticos atentos sí lo sospechan y denunciaron, y calificaron lo de Cedrón como "impune" y "repudiable". Tal vez carezca de derecho (o de confesión explícita de la autora), pero coincido con esos críticos. Es lastimoso, pero también puede sospecharse que Cedrón se "ampara" en el "derecho" que le da ser víctima e implicada en el dolor, ya que su padre, Jorge Cedrón, cineasta y militante exiliado, fue asesinado en París es circunstancias nunca claras. "Cordero de Dios" es objetable sobre todo por su confusionismo, por la confusión que genera en el desprevenido. No sólo confunde su humanismo universalista artificioso y abstracto, ingenuo en el mejor de los casos. Confunde y denigra el pasado de un pensamiento y acción, y el intelecto actual, así como al mejor cine argentino de hoy, al hacer pasar un lenguaje y melodrama televisivo por una aportación formal actualizada. Si se trata de revisar de manera demoledora el pasado de padres y el presente que queda, lo de Cedrón hace ostentación de falta de vergüenza frente a indagaciones anteriores como "Los rubios" o "M", de Carri y Previdera, cineastas con padres desaparecidos.

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