La semana trágica como espacio mítico
Por JORGE MONTELEONE
| 6 de Septiembre de 2009 | 00:00

Mauricio Kartun (San Martín, 1946) es uno de los más importantes dramaturgos argentinos y sus piezas constituyen un acontecimiento cultural, no sólo porque abren una nueva dimensión para explorar el modo en que el teatro ofrece un sentido nuevo a la identidad artística de los argentinos, sino porque el autor mismo genera un espacio de reflexión de enorme alcance. El estreno reciente de "Ala de criados", que escribió y dirige en el Teatro del Pueblo, formó parte de una experiencia que Kartun puso en juego de un modo por completo original. El autor, que formó en sus talleres a dramaturgos como Daniel Veronese, Rafael Spregelburg, Alejandro Tantanian, Patricia Zangaro, Lucía Laragione, Federico León, Patrica Suárez, entre otros, ofreció un seminario al que asistieron más de cien personas vinculadas directa o indirectamente con el quehacer teatral, al que llamó "Desmontaje de Ala de criados". A lo largo de cinco clases, con una pasión teórica por el hecho artístico que no desdeñaba ni la interrogación ni el humor, Kartun reflexionó agudamente sobre el modo personal de construir una pieza dramática, a partir de su nueva obra: desde la imagen generadora y los universos ficcionales que convoca, los procesos de acopio de materiales documentales, el esquema dinámico que los organiza, la escritura misma y la proyección de los personajes, hasta su puesta efectiva con el desarrollo de los ensayos y la busca de todos los elementos que componen su materialidad escénica. Kartun relató en el desmontaje el proceso completo que lleva al montaje, como si fuese un acto crítico escenificado.
"Ala de criados" continúa su deslumbrante apuesta anterior, "El niño argentino", donde indagaba el imaginario de la oligarquía argentina en la construcción de poder político, pero articulado en primer lugar como un hecho de lenguaje y como una condensación intimista y a la vez mítica de su despliegue histórico. En este caso el contexto es el de la semana trágica de enero de 1919. En esa ocasión, con motivo de la huelga de los talleres metalúrgicos Vasena, se produjeron cruentos enfrentamientos entre los huelguistas y la Policía y el Ejército, con una feroz represión, secundada por grupos civiles autoconvocados en la "Liga Patriótica", las "guardias blancas" que persiguieron en especial a inmigrantes judíos y catalanes identificados como anarquistas, bolcheviques o "maximalistas". Kartun sitúa la escena en el ocioso veraneo en Mar del Plata de Tatana y sus primos Emilito y Pancho, cuyo abuelo, el "Tata", está participando activamente de las guardias blancas. La acción transcurre la pedana del Pigeon Club -para practicar tiro al pichón- que se hallaba entonces en el Torreón del Monje. La piedra de toque que activa los impulsos sombríos y desconocidos de esos personajes, es Pedro, un hombre a su servicio, que no se reconoce como "criado" pero cuya servidumbre va más allá de sus deberes inmediatos. No conviene revelar aspectos de la trama y del trágico final, pero la primera intención de Kartun, que era generar una escena chejoviana de personajes displicentes cuyo tiempo vacío revelara un profundo conflicto íntimo, se transforma en una aguda metáfora política donde el deseo, como fuerza destructiva, es el verdadero artífice de lo monstruoso: "Ala de criados" se vuelve, según sus palabras, un "Chejov pintarrajeado" y a la vez el espacio mítico de la historia.
La pieza revela el modo en que Tatana deviene poeta paralelamente a su iniciación sexual con Pedro y, a la vez, el modo en que los pusilánimes Emilito y Pancho asumen su rol de clase dominante en una cínica y festiva asunción de exterminio. La maestría de Kartun se revela en el uso del eufemismo, en la lenta develación de lo oculto -el brutal espectáculo de la verdad a expensas de la "engañifa" como grita Pedro, ante los ojos mismos del espectador- y de las contradicciones ardientes del deseo en el ritual de la violencia -sexual, social, política-. El elenco lo asume con absoluta entrega y eficacia, habitando en una piedra gigantesca que se halla en la escena, como metonimia de las rocas oceánicas y a la vez como altar del sacrificio ritual. Uno de los mayores logros de Kartun es la recreación inventiva del lenguaje de la época, en una sutil trabajo de estilización discursiva con el anacronismo, las marcas de clase, el ritmo y la cadencia, la metáfora y lo no dicho, el humor y el patetismo. Ese lenguaje gastado y olvidado, como los objetos añosos que una y otra vez recupera del mundo para sus puestas, que renace con un fulgor del todo argentino, un brillo de sol negro, de tragedia inminente, esa torsión del idioma nacional en el teatro de Mauricio Kartun revela aquello ominoso que de otro modo no podríamos escuchar.
"Ala de criados" continúa su deslumbrante apuesta anterior, "El niño argentino", donde indagaba el imaginario de la oligarquía argentina en la construcción de poder político, pero articulado en primer lugar como un hecho de lenguaje y como una condensación intimista y a la vez mítica de su despliegue histórico. En este caso el contexto es el de la semana trágica de enero de 1919. En esa ocasión, con motivo de la huelga de los talleres metalúrgicos Vasena, se produjeron cruentos enfrentamientos entre los huelguistas y la Policía y el Ejército, con una feroz represión, secundada por grupos civiles autoconvocados en la "Liga Patriótica", las "guardias blancas" que persiguieron en especial a inmigrantes judíos y catalanes identificados como anarquistas, bolcheviques o "maximalistas". Kartun sitúa la escena en el ocioso veraneo en Mar del Plata de Tatana y sus primos Emilito y Pancho, cuyo abuelo, el "Tata", está participando activamente de las guardias blancas. La acción transcurre la pedana del Pigeon Club -para practicar tiro al pichón- que se hallaba entonces en el Torreón del Monje. La piedra de toque que activa los impulsos sombríos y desconocidos de esos personajes, es Pedro, un hombre a su servicio, que no se reconoce como "criado" pero cuya servidumbre va más allá de sus deberes inmediatos. No conviene revelar aspectos de la trama y del trágico final, pero la primera intención de Kartun, que era generar una escena chejoviana de personajes displicentes cuyo tiempo vacío revelara un profundo conflicto íntimo, se transforma en una aguda metáfora política donde el deseo, como fuerza destructiva, es el verdadero artífice de lo monstruoso: "Ala de criados" se vuelve, según sus palabras, un "Chejov pintarrajeado" y a la vez el espacio mítico de la historia.
La pieza revela el modo en que Tatana deviene poeta paralelamente a su iniciación sexual con Pedro y, a la vez, el modo en que los pusilánimes Emilito y Pancho asumen su rol de clase dominante en una cínica y festiva asunción de exterminio. La maestría de Kartun se revela en el uso del eufemismo, en la lenta develación de lo oculto -el brutal espectáculo de la verdad a expensas de la "engañifa" como grita Pedro, ante los ojos mismos del espectador- y de las contradicciones ardientes del deseo en el ritual de la violencia -sexual, social, política-. El elenco lo asume con absoluta entrega y eficacia, habitando en una piedra gigantesca que se halla en la escena, como metonimia de las rocas oceánicas y a la vez como altar del sacrificio ritual. Uno de los mayores logros de Kartun es la recreación inventiva del lenguaje de la época, en una sutil trabajo de estilización discursiva con el anacronismo, las marcas de clase, el ritmo y la cadencia, la metáfora y lo no dicho, el humor y el patetismo. Ese lenguaje gastado y olvidado, como los objetos añosos que una y otra vez recupera del mundo para sus puestas, que renace con un fulgor del todo argentino, un brillo de sol negro, de tragedia inminente, esa torsión del idioma nacional en el teatro de Mauricio Kartun revela aquello ominoso que de otro modo no podríamos escuchar.
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