La historia de Halloween

Se cuenta que fueron los druidas -que oficiaban a la manera de los chamanes entre los celtas que vivían en las actuales Irlanda, Escocia, Gales y norte de Francia- los que instalaron la creencia de que en la noche del 31 de octubre las brujas actuaban con mayor vitalidad. Por esa razón, los propios druidas adquirían, sólo durante esa noche, la capacidad de ver el futuro, mientras a su alrededor se desvanecían los límites entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Temiendo que los fantasmas de los muertos, temporariamente liberados, dedicaran esa noche a llevarse a consigo a los vivos o bien a hacer con ellos otras atrocidades, los druidas adoptaron la costumbre de convertir a esa en una jornada especial. Llamada la noche de Samhain, en ella se encendían enormes fogatas y se hacían conjuros para ahuyentar a los muertos. También la gente común tomaba sus precauciones. Puntualmente, dejaban golosinas y comida en las puertas de sus casas con la esperanza de que con eso los muertos se fueran contentos y sin molestarlos.

Algunos historiadores afirman que esa tradición hunde sus raíces en tiempos milenarios. Y asocian a la noche de Samhain con cultos romanos como la Feralia, una noche dedicada en Roma a pedir a los dioses por el descanso de los muertos a través de sacrificios y plegarias.

Lo cierto es que la creencia celta en la noche de Samhain -que no logró ser erradicada con la llegada del cristianismo- llegó más tarde a los Estados Unidos de la mano de los primeros colonos irlandeses.

Aunque las autoridades luteranas de Nueva Inglaterra inicialmente la reprimieron, la celebración se fue instalando progresivamente en ese país, aunque cambiando sustancialmente su forma: se incorporó el humor y el espíritu de celebración, dedicándose la noche a contar historias de fantasmas, hacer travesuras y bromas, bailes y disfraces. La festividad comenzó a celebrarse en la Argentina en la década de los `90.