Recuerdos de la Argentina del Centenario

A horas de que se cumpla 200 años de la Revolución de Mayo, cinco platenses que ya cumplieron los 100 recuerdan el país de 1910. Los cambios en las costumbres, sus recuerdos de la Nación que comenzaba a transitar el siglo XX y las historias que conservan de una ciudad recién fundada

"Un lugar próspero y prometedor"

Con 100 años cumplidos en agosto del año pasado, Ramón Tau es recordado por su trabajo como médico y formador de médicos. Como docente instruyó a personalidades de la talla de René Favaloro y durante toda su carrera se ocupó de tareas solidarias.

Actualmente, con la tardecita, Ramón Tau se entrega a una de las actividades que más lo entretienen: jugar al ludo, hacer crucigramas. Y una vez por semana se sigue reuniendo con los integrantes de la Sociedad Vicentina, una entidad benéfica que funciona en el marco de la iglesia de San José y que fue fundada por sus familiares a principios del siglo XX.

Miembro de una familia de cristianos libaneses que llegaron a la Argentina huyendo de la persecución religiosa de los turcos, Tau recuerda al país del Centenario como "un lugar próspero y prometedor", donde poder volver a empezar. La casa de la familia era, por entonces el ámbito de reunión de los libaneses que llegaban a La Plata y que lo hacían para quedarse.

La vocación religiosa es una constante de su vida y los vecinos lo recuerdan hasta hace poco tiempo regresando de misa por las tardes. Su otra preocupación desde siempre es la pobreza. Cuando los miembros de la Sociedad Vicentina se reúnen y les cuentan la marcha de sus actividades hasta el día de hoy, Tau deja de lado el ludo y los crucigramas y escucha con atención.

De la diferencia entre aquella y esta Argentina, le cuesta aceptar los cambios morales. La apertura sexual, los desnudos por televisión, son cosas que no acepta y que cuestiona.

Nacido el 31 de agosto de 1909, Tau se graduó de médico en 1936. Ejercióen consultorios de La Plata, Berisso y Ensenada.

Como titular de la cátedra de Clínica Médica en la Universidad de La Plata fue profesor de miles de médicos, alternó esa actividad como jefe de sala del Policlínico General San Martín y director del Hospital San Juan de Dios.

En 1941 se casó con Angelita Mansur y formó un hogar en el que nacieron 8 hijos, 21 nietos y 13 bisnietos.

A todos ellos les supo tramsmitir el amor por el país que recibió a los inmigrantes libaneses, por el estudio y por el trabajo.

Memorias de un país que ya no está

Cándida Carvallo de Varela nació un 19 de marzo de 1905 en Santa María, un pueblo de Galicia, en la provincia española de Lugo. Llegó a estas tierras en el año 29, cuando la Ciudad era un páramo de palacios oficiales y calles que alternaban entre el adoquín y la tierra y la catedral platense había llegado a la mitad de su edificación. Hoy, 105 años después de su nacimiento, esta vecina centenaria está radicada en Ensenada desde hace décadas y, ayudada por sus dos hijos y su nuera, abriga los recuerdos de una región donde el esplendor por la actividad portuaria era moneda corriente y la actividad fabril parecía que jamás se detendría.

Los tiempos cambiaron pero Cándida aún mantiene su rostro apacible y sereno como si guardara el secreto para mantenerse entera pese al paso del tiempo. Y no es caprichosa la afirmación: ya cuando estaba por cumplir los 100 su médica de cabecera lo anticipó: "esta mujer va a vivir varios años más". La predicción de la especialista se cumple con asistencia perfecta, porque Cándida Carvallo de Varela, una apreciada vecina del barrio Cambaceres de Ensenada, llegó hace poco a los 105 años de edad y representa todo un récord de longevidad en la Región.

"Mi madre siempre nos contó cómo era la ciudad cuando ella era joven -cuenta José Carlos Varela, uno de sus hijos-. Mi padre trabajaba en el puerto y ella era ama de casa, pero en aquellos años todo era muy distinto. El puerto le daba otra vida a la región y el país era una potencia que hoy ya no es. Era un país muy distinto al actual. Tenía poco más de cien años de vida pero estaba lleno de oportunidades para los que vivían acá y los que venían de afuera. Mi madre fue un ejemplo de esa Argentina centenaria. Vino sin nada y, de la nada, logró formar una familia".

En el año del bicentenario argentino, esta vecina platense de 105 años anda con el ánimo algo apocado pero su legado de anécdotas se mantiene vivo gracias al relato de sus hijos. "Ella fue protagonista de una época de esplendor para toda la región -comenta José Carlos-. Mi madre me contó varias veces sobre los elevadores de grano que había en el puerto y de la actividad incesante que traían los barcos. Fue la época en que la ciudad se empezó a llenar de inmigrantes, y tanto Ensenada como Berisso ayudaron a que La Plata fuera integrando a su vida distintas culturas llegadas de otros países. La ciudad ya tenía sus primeros autos y los italianos y españoles trabajaban en el comercio".

Esta bisabuela de origen gallego pero "más argentina que el churrasco", según la definió su hijo José, recibió su último cumpleaños con todo el amor de su familia y con un regalo que se destacó del resto: un pasacalle pedido por su bisnieto Tomás en el que el nene de cinco años le expresó todo su cariño. Fue tal la fiesta que ella misma decidió pasar el gran acontecimiento en compañía de sus hijos, sus dos nietos -Fabián y Fernando- y sus cinco bisnietos.

La vecina que superó por mucho la casi inalcanzable barrera centenaria, todavía guarda fotos y recuerdos de aquella llegada a nuestro país y, más puntualmente, a una ciudad que tenía por aquel entonces nada más que 47 años de vida. Llegó ya casada con Antonio Varela, también gallego y con quien tomó el barco que la trajo a la Argentina, "la tierra prometida" al decir por los familiares que se habían radicado en este país años antes y que le hablaban de grandes posibilidades de crecimiento.

La pareja vivió un breve tiempo en la capital federal y como Antonio consiguió trabajo en la flota de YPF, en uno de los embarcos, terminó en el puerto de Ensenada. Al hombre le gustó lo que vio y convenció a Cándida para radicarse a esta región. Con el hijo mayor -Héctor- ya nacido, los tres se instalaron en Berisso, donde estuvieron ocho meses. Llegaron los tiempos del progreso y la familia pudo adquirir un terreno en el barrio del Club Cambaceres y hacerse la anhelada casa. En ese hogar la mujer acompañó a su marido, crió a sus dos hijos y permaneció hasta los 100 años, cuando -viuda hacía mucho tiempo- un problema en la cadera la obligó a mudarse junto a José y su nuera, Hortencia.

Cándida, resalta José, tuvo una vida muy activa. Excelente cocinera y eficiente ama de casa, fue la que llevó adelante la crianza de los hijos. Por las largas ausencias de su marido, que pasaba mucho tiempo embarcado, esta mujer de caracter fuerte y decidida apuntaló a los dos para que pudieran estudiar y enfrentar las dificultades de la vida.

"Mi madre conoció otra ciudad -resume ahora José-. Había una actividad económica incesante y el puerto era un faro para todos los extranjeros que veían acá posibilidad de crecimiento. Y esta tierra, pese a todo, no la defraudó. Porque acá pudo continuar su vida y acaso lograr lo que ella más deseaba: poder formar una familia".

"Un lugar del que nadie quería irse"

"La Argentina de cuando yo era chico era un lugar del que nadie quería irse. Ni los argentinos ni los extranjeros que llegaban de los rincones más alejados del mundo buscando acá oportunidades que en otros sitios no tenían".
El que habla es Angel Poratti, quien a los 102 años reconoce que nunca se imaginó que iba a ser testigo del bicentenario de ese país. Y cuando lo dice se emociona, recuerda a gente de su generación que ya no está y agradece a sus familiares y a todos los que lo cuidan para que, a su edad, siga haciendo cosas insospechadas. Como hacer ejercicio en bicicleta.

SUEÑOS DE FUTBOLISTA

Nacido en una Nueve de Julio que giraba en torno a la actividad rural, colmada de inmigrantes españoles e italianos, Angel (hoy Angelito para todos) acunó allí sus primeros sueños de ser jugador de fútbol, que lo acompañaron a lo largo de su vida.

Sus primeras armas como futbolista las hizo en el club Libertad de esa localidad. Lo hizo aunque su padre descreyera un poco de sus aptitudes. Nada de eso tuvo demasiado peso cuando Angelito, en su debut, pudo burlar en dos ocasiones al arquero y acreditarse los dos goles de la victoria de su equipo.

A partir de allí, su vida de trabajo fue guiada por la mágica estrella de un anhelo que, aunque nunca llegó a cumplir, lo inspiró siempre: el de jugar en la primera de Boca Juniors.

EL TRABAJO EN LA NIÑEZ

"Yo a los 8, 9 años vivía la vida de un adulto. Como muchos chicos de Nueve de Julio trabajaba en el campo y ni le cuento lo duras que eran las temporadas de cosecha. Con mi padre y mi madre nos instalábamos directamente en los campos, durmiendo en carpas, soportando el frío, las heladas y el esfuerzo", cuenta Angelito.

Con todo, la dura infancia pasada en los campos no alentaría en Poratti "ningún rencor", según indica su hijo: "todo lo que nos inculcó fue la cultura del trabajo. El no tenía mayores ambiciones y si mi madre quería comprar un televisor en colores, por ejemplo, el no entendía para qué si el blanco y negro funcionaba bien. Claro, cuando finalmente lo convencían también se entusiasmaba con la televisión en colores".

Del país del Centenario, Angel Poratti recuerda que era un país "con mucho trabajo y poca gente para hacerlo".

EL DIA QUE CORRIO DETRAS DEL PROGRESO

También recuerda que era un país con ambición de progreso. En ese sentido, todavía recuerda lo que representó para Nueve de Julio la llegada del primer automóvil.

"Fue una escena que hoy no podría creer. El auto circulando por las dos calles asfaltadas que en ese entonces tenía el pueblo, a una velocidad similar a la del trote de un hombre y todo el pueblo, fascinado corriendo detrás. Por supuesto que yo estaba ahí. Era un chico de 9 años que sentía que estaba corriendo detrás del futuro", dice Angel.

Mientras tanto, alternaba su trabajo en el campo con los entrenamientos en el club Libertad a los que iba a veces en el auto de un tío y otras veces a caballo.

Más tarde, Angel se mudaría a La Plata, donde iba a trabajar de policía primero y posteriormente como operario de Obras Sanitarias en la planta de Punta Lara.

"Trabajé en la Policía 18 años, en la montada y eran épocas distintas, donde la gente respetaba mucho a la policía y había mucha más seguridad, aunque robos también se veían, eh?", comenta.

Con el correr de los años las costumbres fueron cambiando y aún la veloz capacidad de adaptación de Poratti tuvo sus obstáculos.

Es que, de la mano de las transformaciones se fueron perdiendo hábitos como el de las reuniones familiares, el de sentarse en la vereda y hasta el de confiar en la palabra, cosas que habían sido sumamente importantes para Angel durante toda su vida.

Lo que no cambió desde entonces, y a los 102 años sigue inalterable es su amor por el fútbol. Ese que lo mantiene pendiente de la Selección en el próximo mundial.

"¿Dónde es que juegan? ¿En Sudáfrica? Yo la verdad que les tengo mucha fe. Espero que hagan un muy buen papel", dice Poratti.

"Este es un país mejor, pero sin solidaridad"

Manuela Jáuregui tarda un poquito en empezar a hablar, pero cuando lo hace, se entusiasma y no para. Dice que tiene "103 años y un mes" y que jamás imaginó que iba a vivir los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo. "Doy gracias a Dios por poder hacerlo y si eso sucede es porque mi familia me cuida mucho y bien", dice. Cuando se refiere a su familia habla de su hija Joaquina, de sus tres nietos, de sus seis bisnietos, de su tataranieta. Manuela vive pendiente de todos ellos. Se acuerda de los horarios de cada uno y si su bisnieta Evangelina se demora un poco en llegar a casa, Manuela es la primera en notarlo.

Cuando le preguntan cómo era el país del Centenario, dice que era un país con mucha pobreza, a pesar del progreso. Prefiere el país actual, donde desde hace tres años celebra como un reconocimiento a sus esfuerzos la obtención de una jubilación de ama de casa de la que hoy goza.

"Cuando se empezó a hablar de la jubilación para amas de casa pensé que nunca la iba a obtener, por mi edad, pero ahora la tengo y creo que todos tendrían que tener su jubilación", opina.

Es que Manuela fue ama de casa toda su vida, en una Tolosa que recuerda -en los años de su infancia- como un lugar casi rural, con unas pocas casas de vecinos muy solidarios entre sí.

Desde ese barrio salía cada día, cuando niña, y caminaba hasta la escuela Sagrada Familia, en el centro de La Plata, donde estudiaba. Allí escuchaba las historias de la Revolución de Mayo y de un país que acababa de cumplir sus primeros cien años.

LOS CAMBIOS EN LAS COSTUMBRES

Y si bien Manuela cree que el país progresó muchos desde entonces en muchos aspectos, no piensa lo mismo de las costumbres, que cree que cambiaron para mal.

Cuando se detiene en esas transformaciones dice que la que más le preocupa es la que tiene que ver con la seguridad.

"Hoy se vive con miedo, yo misma tengo miedo por las cosas que pasan, pero cuando era joven todo era distinto. No existía el miedo a los robos y cuando uno golpeaba las manos en la puerta de la casa de un vecino lo hacía mientras avanzaba y hasta la puerta no paraba. No existían rejas ni recelos y lo único que podía ponerse a la hora de dormir era un mosquitero para que no entren los mosquitos", dice.

Con todo no es la seguridad el único aspecto de la vida cotidiana que cree que cambió para mal.

"Antes la calidad humana de la gente era otra, había más preocupación por el vecino, más solidaridad", dice mientras se anima cada vez más en la charla y en la descripción de sus recuerdos.

La gente, cuenta Manuela, era entonces "más respetuosa, más cariñosa, más educada. No como hoy, que es todo un desastre". Y ejemplifica: "imagínese que antes le pasaba una cosa a un vecino y parecía que les pasaba a todos. Había mucho respeto, mucho dolor frente a la desgracia ajena. Pasaba un acontecimiento desgraciado y todo el barrio lo sentía".

Hija de un trabajador que hizo tareas de ayudante de un lechero hasta que fue contratado como peón rural en estancias del interior bonaerense, a Manuela le tocó vivir algunos aspectos negativos del lugar que la mujer ocupaba en aquel momento histórico.

"Mi padre nos llevó con él, pero como era trabajador rural no le premitían tener a sus hijas a su lado. Entonces nos mandaron de nuevo a la Plata y nos criamos con unas tías", cuenta.

Más tarde Manuela se casaría con un empleado del ferrocarril y con él tendría tres hijos. Joaquina, de 82 años, es la sobreviviente de aquel núcleo familiar y pasa sus días junto a su mamá, atenta a sus necesidades y a sus reclamos.

EL GUSTO POR LA COMIDA CASERA

"Una de las cosas que Manuela no soporta del mundo actual es la comida. No puede entender que comamos como lo hacemos y, por ejemplo, cuanod compramos pastas frescas se niega a comer o pide que le hagamos polenta. Es que para ella las pastas son caseras o no son", dice Cecilia, la nieta.

Manuela reconoce que es así y agrega que, afortunadamente y a pesar de su edad puede comer "de todo", pero lo que le gusta es la comida hecha en casa. Lo único de lo casero con lo que toma algún tipo de recaudo son los dulces. Después de eso, no se priva nada de lo que le gusta, dicen sus familiares.

"Hasta lee el diario y está más informada de lo que pasa que muchos de nosotros", apunta su nieta Cecilia.


"Una tierra de oportunidades"

Ernesto Cano nació un 3 de mayo de 1910, casi tres semanas antes de que la patria festejara sus primeros cien años de vida. Nacido en Puán -ciudad cercana a Bahía Blanca- pero hijo adoptivo de esta ciudad desde joven, cuando se puso de novio con quien sería su mujer y el amor de su vida, María Delia Simpson, Ernesto Cano acaba de cumplir un siglo de vida y, ahora testigo del bicentenario argentino, casi que se sonríe cuando piensa que ya pasaron cien años desde que él llegó a este mundo.

A pesar de los años, Ernesto mantiene los recuerdos intactos y exhibe una vitalidad que causa envidia. Cuenta que dos o tres veces por semana realiza trámites en el centro, que le gusta de tanto en tanto escribir poesía y que, para mantener la mente activa, suele pasar el tiempo resolviendo complicados crucigramas.

Centenario en un país bicentenario, Ernesto fue el mayor de siete hermanos con los que creció en un ambiente pueblerino. En su infancia conoció a María Delia, su compañera de juegos y la mujer a la que terminaría siguiendo hasta la ciudad de La Plata.

"Nuestros padres eran amigos y por eso estuvimos siempre cerca, luego ella se vino a vivir a La Plata y yo también me vine, acá nos casamos. Siempre fuimos muy compañeros hasta que falleció a los 93 años, la verdad es que la extraño mucho", afirma este hombre, padre de dos hijos, abuelo de nueve nietos y bisabuelo de doce bisnietos.

"En aquellos años la ciudad era muy distinta a lo que es ahora -recuerda-. Yo vivía en 4 y 60 y toda esa zona era diferente. Todo era mucho más precario y antiguo. Las cosas cambiaron demasiado, y parece mentira que haya pasado tanto tiempo. También era otro país. La Argentina del centenario era una tierra de oportunidades para todos".

Al lado de él está una de sus hijas, María Delia, quien todavía recuerda las anécdotas de su padre sobre una ciudad que recién se estaba haciendo. "A la zona de la calle sesenta papá le decía siempre `la calle de las pelucas' -cuenta ella-. Decía que en toda esa calle vivían familias muy conservadoras y que las mujeres usaban todas pelucas. Siempre me quedó grabado eso. También me habló varias veces de una ciudad mucho más tranquila, donde la gente se quedaba en la calle hasta tarde y todos se conocían".

Ernesto escucha a su hija y asiente. "Mi madre era de La Plata -aporta-, de cuando la ciudad se estaba fundando, todavía antes del centenario argentino".

Como prueba de su vitalidad, Ernesto no duda en hacer mandados por el barrio o realizar distintos trámites vinculados al Banco Nación, entidad financiera en la que trabajó toda la vida y en la que aún sigue vinculado. "Fui gerente del banco en muchísimas ciudades diferentes. Hasta trabajé en una sucursal que tenía el banco en Paraguay, pero cuando me jubilé en el año 1962, volvimos a vivir a La Plata y acá me quedé para afianzar y seguir armando la familia", agrega.

En la actualidad es presidente de la mutual del banco y por eso varias veces por semana asume el compromiso de hacer distintas diligencias vinculadas a esa actividad. "Cuando tengo que ir a firmar algún papel, mi hijo me lleva con el auto, pero yo me vuelvo en taxi para que no me tenga que esperar", sostiene.

Sus hijos María Delia y Mario Ernesto, con el que vive, son junto a sus nueve nietos el pilar afectivo que sostienen su existencia: "no puedo quejarme de nada, me quieren mucho y hasta recibí la sorpresa de que en la panadería a la que voy a comprar siempre me regalaran una torta inmensa el día que cumplí los cien años", cuenta.

Con tono de confesión dice: "no puedo correr", no obstante su paso veloz le permite llegar a donde se propone. "No tengo secretos, como de todo y pienso que los años los manda Dios, de todas maneras llevo una vida ordenada porque las locuras se pagan", afirma este vecino centenario, hijo de una platense que vivió en estas tierras cuando la ciudad ni siquiera era una ciudad y testigo actual de los 200 años que está por cumplir la patria. Ernesto lo sabe y sonríe. Y repite con gracia algo que todavía le zumba en la memoria y se hace innegable con sólo escuchar su historia: "parece mentira como pasan los años".



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