Ventanas que nos miran y nos reflejan
Por Alejandro CastañedaPor ALEJANDRO CASTAÑEDA
| 4 de Septiembre de 2010 | 00:00

EL HOMBRE DE AL LADO, de Mariano Cohn y Gastón Duprat.- Al otro, lo fabricamos nosotros. Y la escena de los títulos lo muestra: es un muro visto desde los dos lados, con un martillo que aquí abre camino y allá destroza. Como les pasará a Leonardo y Víctor, esos tipos golpeados por la vecindad.
Que esa casa, la de Curuchet, que nació para ser contemplada, se resista a la mirada del vecino, es todo un símbolo. Uno de los tantos de esta película interesante, cargada de lecturas, clara en su exposición y rica en su significado. El otro, ese es el que intimida. Los que viven allí no saben que ese hogar tiene tantas grietas. Hasta que llega el martillo del vecino. La casa luminosa, rodeada de una arboleda y una falsa mansedumbre, se sacude ante esos ruidos amenazantes. El dueño es Leonardo, un diseñador pagado de sí mismo, un pequeño crápula, que miente, se pavonea, se abusa de viejos y jovencitas y teme que alguien se asome a su vida. El que esta enfrente se hace notar de entrada: abre una ventana en la medianera "porque necesito un poco del sol que a vos te sobra", le dice. El choque clasista hace su entrada. También la violencia: flagrante en los dos marginales que entran a robar; latente y dañina en los giros de este profesor engrupido y cobarde, que no se lleva ni con su esposa ni con su hija y a quien ese vecino vino a plantarle una ventana en el medio de la vida, una ventana que aun tapada, le pide cuentas y lo intimida. Y será esa ventana la que lo pondrá frente a su propio espejo.
Filme de cámara, de escenas que siempre aportan información, concentrado, certero, lleno de apuntes reveladores y sostenido en un formidable trabajo de Spregelburd y en una firme labor de Daniel Aráoz. Aquí la casa de Curuchet no es decorado, es algo más: ayuda a entender mejor a sus personajes, define el ver y el ser visto, subraya el contraste. La película se instala allí para reflexionar sobre el miedo, la discriminación, el aislamiento, las poses de los intelectuales y la falta de solidaridad y sentimientos que trae en ese demoledor final. Y habla de las ventanas del vecino: que nos transparentan y nos reflejan, nos espían y nos revelan. Un film sugerente, inteligente y sutil. (**** MUY BUENA). Cinema City.
IRROMPIBLES DE AYER Y DE HOY
LOS INDESTRUCTIBLES, de Sylvester Stallone.- Lo mejor de esta modesta propuesta es su aire de homenaje y despedida. En lugar de efectos y grandes villanos, Stallone recurre a una barra declinante para aportar lo suyo: cuchillo, un poco de lealtad, amor o lo que sea, puñetazos y unos besos. Hasta la trama envejece: la CIA contrata una banda de mercenarios para que terminen con un dictador sudamericano. Nada de cinismo ni agentes dobles, sino los buenos a este lado, los malos allá y a pelear. Y allí van, con lo de siempre, a matar a cuántos se les cruza. Stallone cada vez habla peor, a ratos parece el Brando de "El Padrino". El resto se asocia a esta despedida heroica que quizá tenga secuela. (***)
AGENTE SALT, de Phillip Noyce.- Otra más de acción, pero con envoltura actual como corresponde: efectos especiales a granel, heroína sin alma, mucho salto y nada que huela a emociones humanas. Persecuciones, explosiones, fugas. Y Angelina Jolie, cada vez más flacucha, desperdiciando sus labios en escapadas e interrogatorios capciosos. La novedad es la reaparición de villanos rusos, unos malditos que últimamente habían perdido presencia ante la popularidad de los árabes y sus vecinos. Todo muy visto hasta una Nueva York en peligro. (** ½)
Que esa casa, la de Curuchet, que nació para ser contemplada, se resista a la mirada del vecino, es todo un símbolo. Uno de los tantos de esta película interesante, cargada de lecturas, clara en su exposición y rica en su significado. El otro, ese es el que intimida. Los que viven allí no saben que ese hogar tiene tantas grietas. Hasta que llega el martillo del vecino. La casa luminosa, rodeada de una arboleda y una falsa mansedumbre, se sacude ante esos ruidos amenazantes. El dueño es Leonardo, un diseñador pagado de sí mismo, un pequeño crápula, que miente, se pavonea, se abusa de viejos y jovencitas y teme que alguien se asome a su vida. El que esta enfrente se hace notar de entrada: abre una ventana en la medianera "porque necesito un poco del sol que a vos te sobra", le dice. El choque clasista hace su entrada. También la violencia: flagrante en los dos marginales que entran a robar; latente y dañina en los giros de este profesor engrupido y cobarde, que no se lleva ni con su esposa ni con su hija y a quien ese vecino vino a plantarle una ventana en el medio de la vida, una ventana que aun tapada, le pide cuentas y lo intimida. Y será esa ventana la que lo pondrá frente a su propio espejo.
Filme de cámara, de escenas que siempre aportan información, concentrado, certero, lleno de apuntes reveladores y sostenido en un formidable trabajo de Spregelburd y en una firme labor de Daniel Aráoz. Aquí la casa de Curuchet no es decorado, es algo más: ayuda a entender mejor a sus personajes, define el ver y el ser visto, subraya el contraste. La película se instala allí para reflexionar sobre el miedo, la discriminación, el aislamiento, las poses de los intelectuales y la falta de solidaridad y sentimientos que trae en ese demoledor final. Y habla de las ventanas del vecino: que nos transparentan y nos reflejan, nos espían y nos revelan. Un film sugerente, inteligente y sutil. (**** MUY BUENA). Cinema City.
IRROMPIBLES DE AYER Y DE HOY
LOS INDESTRUCTIBLES, de Sylvester Stallone.- Lo mejor de esta modesta propuesta es su aire de homenaje y despedida. En lugar de efectos y grandes villanos, Stallone recurre a una barra declinante para aportar lo suyo: cuchillo, un poco de lealtad, amor o lo que sea, puñetazos y unos besos. Hasta la trama envejece: la CIA contrata una banda de mercenarios para que terminen con un dictador sudamericano. Nada de cinismo ni agentes dobles, sino los buenos a este lado, los malos allá y a pelear. Y allí van, con lo de siempre, a matar a cuántos se les cruza. Stallone cada vez habla peor, a ratos parece el Brando de "El Padrino". El resto se asocia a esta despedida heroica que quizá tenga secuela. (***)
AGENTE SALT, de Phillip Noyce.- Otra más de acción, pero con envoltura actual como corresponde: efectos especiales a granel, heroína sin alma, mucho salto y nada que huela a emociones humanas. Persecuciones, explosiones, fugas. Y Angelina Jolie, cada vez más flacucha, desperdiciando sus labios en escapadas e interrogatorios capciosos. La novedad es la reaparición de villanos rusos, unos malditos que últimamente habían perdido presencia ante la popularidad de los árabes y sus vecinos. Todo muy visto hasta una Nueva York en peligro. (** ½)
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