Jacques Lacan, de carne y hueso

Notas biográficas y anécdotas, por Jacques-Alain Miller

En "Vida de Lacan", el psicoanalista Jacques-Alain Miller se dedica a recrear el "personaje" de Jacques Lacan, descartando el protocolo biográfico tanto como la clásica colección de anécdotas.

El libro, editado por el sello Grama, está escrito "para la opinión pública", según reza el subtítulo, que funciona como un anzuelo para los interesados en la historia de la cultura de la que el autor de los "Escritos" es una pieza fundamental.

"Las anécdotas lacanianas son todas verdaderas -afirma-, incluso las que son falsas ya que en buena doctrina, la verdad se distingue de la exactitud y tiene estructura de ficción".

Y agrega que "todo lo que corre por ahí sobre el personaje de Lacan, de lo visto, de lo oído, o de lo forjado, de lo inventado, o simplemente malentendido, todo lo que lo difama o lo adula, converge para pintar al hombre de deseo, de pulsión, incluso, que era".

DISCIPULO Y YERNO

Miller es psicoanalista; dirige el departamento de psicoanálisis de París VIII; es director del Instituto del Campo Freudiano; en 1992, fundó la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), que presidió hasta el 2002.

Es el responsable del establecimiento del texto de los seminarios de Lacan, de los cuales ya hay quince publicados. Desde 1981 dicta un curso anual bajo el título general "La orientación lacaniana".

Entre sus libros figuran "Matemas I y II", "El hueso de un análisis", "Conferencias porteñas I, II y III", "Lakant", "La transferencia negativa", "Biología lacaniana y acontecimiento del cuerpo", "De mujeres y semblantes", "Extimidad" y "La erótica del tiempo".

El especialista fue discípulo de Louis Althusser, Michel Foucault y Roland Barthes; tuvo una actuación notoria durante los episodios del mayo francés y como buena parte de la intelectualidad parisina de la época, del anarquismo más o menos inofensivo, pasó, de inmediato, a un maoismo radical.

Entonces, abandonó el psicoanálisis. Pero retornó después de esa experiencia y con sus camaradas de ruta (Michel Tort, Jean-Claude Milner, Eric Laurent, Francois Regnault) fundó los Cahier`s pour l`analyse, que en la Argentina leía Oscar Masotta.

Miller fue acusado por la vieja guardia lacaniana de extremista de izquierda, de intentar cooptar la estructura de la Escuela Freudiana de París, pero eso no le impidió casarse con Judith, la hija de Lacan, y convertirse en albacea de su herencia.

HISTORIAS COTIDIANAS

Cuenta: "A ustedes no les ha sucedido conducir un coche con Lacan al lado como pasajero, pero tienen que saber que si había algo que le resultaba absolutamente intolerable era tener que detenerse en los semáforos en rojo".

"Yo no llegaba a saltármelo con él, como lo hacía él cada vez que conducía, intentaba tener siempre el semáforo en verde. Pero, una vez, yendo por los quais, no lejos de la rue de Lille, resulta que tropiezo con un semáforo en rojo".

Miller continúa: "Lacan tenía entonces 75, 76 años. Abre la puerta, pone el pie en el suelo, sube la acera y continúa caminando solo, arremetiendo con la cabeza gacha, como era su costumbre".

"Conseguí, al otro lado del semáforo, que volviera a subir al coche. Pero ese comportamiento aparentemente irracional muestra bien que su `a-pesar-de-la-ley` no era sólo una fórmula: había en él como una intolerancia pura y simple a la señal stop en tanto tal. Allí estaba, se podría decir, su imposible de soportar, su real, el de él".

Ese capricho sin justificación ilustra bien el aserto de su propia cosecha: no es loco quien quiere. De la misma manera, puede decirse "no es Lacan quien quiere", a pesar de los cientos de clones que proliferan imitando un estilo inimitable.

"No es Lacan quien quiere, menos mal. Pero no es Lacan quien quiere, y muchos no se lo han perdonado. Y además, eran otros tiempos (...) Lacan tampoco se drogó nunca, ni para probar -se lo pregunté", apunta Miller.

Y nunca, prosigue, "trataba bruscamente a las mujeres. No las llamaba tampoco 'las buenas mujeres', como se hacía en casa de los Sartre-Beauvoir", como inmunizarse imaginariamente de la mala fe con la que trataban a la servidumbre. Lacan era un hombre de deseo".

"Algunos se complacían en atribuirle bajas pasiones que son, lo juraría, las suyas propias: fortuna, notoriedad, poder. Pero todo eso cae por su propio peso para el hombre de deseo: son medios de deseo, no es su deseo".

Finalmente, "Lacan encarnaba lo que hay de enigmático, de poco tranquilizador, incluso de inhumano en el deseo, y sigue siendo todavía hoy un enigma. Al menos uno. Al menos uno en este mundo uniformado", concluye Miller, su yerno y discípulo.

Pablo E. Chacón

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