Los 90 años de Ana Emilia Lahitte

Cada lunes se cumplía el ritual: un grupo de personas subía las escaleras y entraba al salón en el que alguien, con la presencia de una maestra de ceremonias, se encontraba en la cabecera de una mesa repleta de libros de todos los tiempos, lugares y autores. Allí se olía y rozaba la poesía bajo "la mirada experta y sabia", según dijera Giannuzzi.

El Taller finalizó hace diez años, hoy tendría treinta, habiéndose publicado 300 "Hojas de Sudestada" entre miembros y amigos del Taller y una veintena de cuadernillos.

En su casa surgieron autores como Castillo, Oteriño, Ballina, Preler y Mux (los llamados "Cinco poetas capitales"). Varias veces pasaron por allí Hugo Mujica, Teuco Castilla, María Rosa Lojo, Paulina Vinderman, Ivonne Bordelois, Joaquín Giannuzzi y muchos otros en visitas celebradas.

Ella contó entre sus amistades a Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Neruda, Gonzalo Rojas, Borges, Molinari y Orozco y una larga lista de celebridades.

Viajó por el mundo y por nuestras provincias con su valija llena de libros de autores nuestros, llevando la poesía como quien se viste con ella. "La poesía es un préstamo de infinitud/ una zona de riesgo de lo salvado".

Escribió sobre María de Villarino, reunió la obra de Roberto Themis Speroni y la publicó, y dio a conocer a través de los años a gran cantidad de poetas platenses.

Ella, la que escribió El padre muere, con una estremecedora mística, la que pintó en letras El Hijo con la ternura sabia de la verdad, trató los temas descarnados, apasionados e intensos que iluminaron su poesía.

Nos dejó un legado: "La poesía se vive, se goza o se padece, se gesta o se sublima, se humilla, se hiere o se consagra, tras la ardua batalla por el merecimiento esencial de la Palabra, que tanto se parece al silencio. Lo demás es literatura".

Mañana cumplirá 90 años, más de 30 libros editados, premiados casi todos ellos y traducidos a varios idiomas. La ciudad la tiene entre sus "Ciudadanos Ilustres".

Habita una isla en la soledad de su casa, perfumada por los tilos, la que perteneciera a sus abuelos y luego a sus padres.

En estos días diría "Comienzo a perder instantes/ A perderme/ ... / Aprendo a habitar el esplendor de la sombra/ Una décima de segundo/ Un milésimo de silencio/ Nada me despoja/ Todo me desnuda".

Olga Edith Romero

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