El Parque Provincial Teyú Cuaré, un atractivo único en Misiones
| 28 de Agosto de 2011 | 00:00

El peñón del Teyú Cuaré se eleva más de 150 metros junto al río Paraná, en Misiones, rodeado de una espesa selva que desde arriba semeja un embravecido mar verde, surcado por el rojo de los caminos de tierra, y constituye una opción turística por demás interesante ubicada a pocos kilómetros de las conocidas y muy visitadas ruinas jesuíticas de San Ignacio.
Se trata de una visita para completar una buena salida turística a la provincia de Misiones, especialmente cuando se viaja a las Cataratas del Iguazú complemetándose el itinerario con las ruinas de San Ignacio.
El camino semeja una herida fresca que serpentea entre el verde y permite alejarse de San Ignacio en pocos minutos, y pasar de esa isla urbana al tórrido ambiente natural de la selva misionera, aunque esta es la época del año ideal para visitar la zona ya que el calor no es tan intenso como entrada la primavera y hasta mediados del otoño.
Atrás quedan las calles empedradas y el incesante desfile de turistas con sombrillas y cámaras que visitan las ruinas jesuíticas y los vendedores de artesanías que los persiguen.
Parque provincial
A ocho kilómetros de la ciudad, por ese trazado ondulante se llega al Parque Provincial Peñón del Teyú Cuaré, una reserva natural cuyas 78 hectáreas son diferentes al resto de la provincia, tanto en su origen geológico como en flora y fauna.
Se trata de una zona de transición entre selvas mixtas y campos, con especies que migran de un ambiente a otro según la época, entre ellas una gran variedad de saurios, cuya presencia le dio el nombre, ya que Teyú Cuaré, en guaraní es "cueva del lagarto".
La tierra colorada es sólida y maciza y los vehículos se asientan en la huella soleada, pero donde la selva se cierra el suelo se vuelve blando a la sombra y deben pelear con los barriales que dejan las lluvias que se alternan a diario con el sol radiante.
Tal como dicen los lugareños, resulta "imposible perderse", ya que el peñón es inconfundible, con sus más de 150 metros de altura a pico sobre la costa, pero de todos modos y como todos esos caminos son similares, hay que tener atención, especialmente en las bifurcaciones, que son muchas.
En ciertos tramos, el camino está bordeado de arbustos de tallos blandos y hojas enormes, arcos naturales de troncos y ramas a baja altura, hilos de agua rojiza que cruzan la huella y, a la sombra, nubes de tábanos y mosquitos, entre otros insectos, por lo que se aconseja llevar repelente.
Cada tanto, desde algún rancho solitario de habitantes de la zona, puede salir al camino algún cebú, por lo que hay que tener cuidado de no tocar la bocina y no gritar porque se espantan con facilidad y pueden causar un accidente.
Las lomas, cada vez más frecuentes y pronunciadas, terminan su descenso hacia el Paraná en un abra verde donde se acaba el techo de ramas y aparece el peñón, tan grande que parece al alcance de la mano desde un centenar de metros, cubierto de vegetación salvo del lado del río.
Desde la costa paraguaya, el peñón semeja una especie de gran cara de indio tallada en ese frente, y algunos hasta le llaman "el rostro de Cristo", algo natural en una región con una gran influencia jesuítica.
Pájaros y mariposas
Sin ruido de motores, junto al peñón sólo se oye el trinar de los pájaros -hay más de 100 especies en la zona- y surgen lagartos, lagartijas e iguanas desde numerosas cuevas en las rocas.
Se trata pues de un sitio sumamente propicio para realizar un buen safari fotográfico, algo que en este Parque atrae a gran cantidad de visitantes.
Entre las atractivas fotos que pueden tomarse podría verse, por ejemplo a una inofensiva víbora verde y amarilla que contrasta con el rojo del suelo, o grandes hormigas voladoras de color rojo que abundan en la zona.
Entre las piedras abundan las delgadas lagartijas que huyen recién cuando las personas están muy cerca y por eso se pueden fotografias facilmente. Un capítulo aparte lo constituye la gran cantidad de mariposas de múltiples colores que revolotean en grupos y se posan en los brazos y ropas de las personas casi permanentemente.
Escalinata
La subida por la escalinata de bloques de piedra -250 altos peldaños- lleva su tiempo porque es agotadora y demanda varios descansos en los que se puede apreciar, abajo, el tupido verde de distintas tonalidades, como un mar embravecido que oculta los caminos de acceso.
El único espacio sin vegetación es el curso del Paraná, turbulento y majestuoso entre ambos países, y de un extraño color azulado por reflejo del cielo, y constituye otra de las tantas postales del lugar.
Desde la cima, coronada por una cruz hecha con troncos, se ve la costa de Santa Ana, a unos 20 kilómetros al sur; las praderas de Paraguay y, al pie del crestón, la isla "el barco hundido", que desde arriba, efectivamente parece una nave escorada.
Sendero de la selva
En la cumbre se puede recorrer el "Sendero de la Selva", de unos 500 metros, bordeado de paredes de vegetación baja y cerrada que en algunos tramos lo asemejan a un laberinto.
Cuando el crepúsculo desangra sobre Paraguay, el aire se torna más fresco y se oye infinidad de cantos de pájaros, todo lo cual confiere al atardecer una atmósfera verdaderamente especial.
Conforme anochece, todos los pájaros, monos aulladores y otros animales se hacen oír al unísono y parece ser la selva toda que anuncia la noche, mientras los insectos se tornan más insistentes, lo que marca que ya es momento de descender y regresar a una habitación con mosquitero en alguna posada de San Ignacio.
DATOS UTILES
Alojamiento
El costo de una habitación doble en una posada de San Ignacio, con el desayuno incluido, en esta época del año, arranca desde los 220 pesos diarios.
Cómo llegar
Desde Posadas a San Ignacio hay 56 kilómetros por la Ruta Nacional 12 y 239 por la misma ruta desde Puerto Iguazú.
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