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MINICUENTOS DE TODOS COLORES

18 de Enero de 2012 | 00:00

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Los libros de murciélagos de Alfred me daban impresión. Ahora la impresión mejoró: las tapas de sus libros ya no son un par de alas del asqueroso bicho.

 

Quise ser un oleaje manso, pero perdí la brújula cuando, por una tormenta, le cayó encima un ventilador de techo. Ahora no sé cómo dejar de ser remolino.

 

Siempre opuesto a la violencia, no puede ver a alguien que golpea a otro. Por eso nunca sale y se encierra en el taller a construir repiques y redoblantes.

 

La dama del perrito usaba una pollera que le quedaba de película. El can, siempre a su lado, no tiraba jamás de la cuerda, porque se le terminaba el filme.

 

Quiso escribir un minicuento para concurso. Al final capituló cuando vio que sus pocos caracteres desaliñados se deberían enfrentar a un montón de autores.

 

En mi época no había en danza tanta palabra inglesa. Ejemplo: Si decíamos entrenador no teníamos necesidad de decir coach. Así la danza era más auténtica.

 

Venida de Rusia decía que, a escondidas, había sido novia del Zar y que tomaban el té todos los lunes. No se sabe por qué compró un samovar en Tristán Narvaja.

 

Un avión aterrizó en el interior del país, en la pista de alguien. Si el aterrizaje hubiera sido tras la pista podrías decir que el avión es de la policía.

 

Escribió un minicuento. Lo leyó centenares de veces y cada vez le parecía más y más malo. Al final lo envió al concurso. Y allí, ante el jurado, pegó.

 

Encontré una guía telefónica con apellidos omitidos y los números se esconden detrás de unas cuantas letras mayúsculas. Parece que es de la antigua Roma.

 

No imaginan cuánto lo quería y cuánto lo lloré cuando otra me lo robó. No sé qué habrán hecho con él, pero si hicieron un tango seguro lo escucharon quejarse.

 

 Era el recolector el que silbaba todas las mañanas. Y había una ventana que yo la escuchaba abrirse. Nadie más que ella le gritaba ¡Basura!.

 

La misma maestra que tuvo en primer año la tuvo en sexto. A esa altura eran los mismos, pero ahora se había invertido quién estaba en la falda de quién.

 

Somos alcohólicos anónimos. He bebido tanto desde el domingo pasado que ya no sé ni cómo me llamo y mi mujer no tiene nombre lo que chupa.

 

Había quedado totalmente ciego. Fue por culpa de la oscuridad que perdió la llave de la luz.

 

Él sabe que hacer pucheros es un gesto indeseado. Pero, ¿cómo evitar el llanto si ya no hierven juntos la carne, las papas, el zapallo, los porotos y demás?.

 

El protocolo no le imponía hacer reverencias a la joven princesa. Pero sin embargo Edgard, el mayordomo de Palacio, nunca ocultó sus inclinaciones por ella.

 

La pesca me gustaba de niño. Y, aunque me ayudaba a comer, yo sabía que no iba a ser mi sostén en el futuro. Siempre mis charlas se basaron en la verdad.

 

Jeremías, el minero, era un topo debajo de la roca o dentro de ella. Nunca se supo quién era más duro, si la piedra o él. Nadie pudo levantar su féretro.

 

Conocí una pareja compuesta por una guitarra y un bandoneón. Antes de irse a dormir juntos, se juntaban en un boliche y acababan en una milonga.

 

La luna no brilla y el sol está ausente, por un puñado de nubes instalado inmóvil allá arriba. Recuerdo a los políticos que dicen inspirarse mirando el cielo.

 

Le encanta estar actualizado. Y, visceralmente, hace lo imposible para ello. Ahora dice que se hará tatuar “F5” en el botón del ombligo.

 

La tentación que experimentaron Adán y Eva no se debió a la manzana o a la serpiente, sino a la caída de las hojas de parra. Así se sintieron en el Paraíso.

 

Quiso escribir un minicuento para un concurso. Pero se vio limitado por la cantidad de palabras. Entonces decidió aprender antes algunas más.

 

 

El libro de minicuentos estaba abierto. Mirándolo bien era como un montón de escalones. Al final no todos los minicuentos pudieron subirlos y llegar a la cima.

 

Un centenar de caracteres se escapó de mi PC intentando ser un minicuento para concurso. Debo agradecerle al jurado que me los haya devuelto al teclado.

 

Fueron dos ramitas de menta hasta que la fábrica los mandó al sector materia prima. Nunca se habían visto envueltos en celofán y que los ofrecieran para la tos.

 

En el porche abrió el almanaque. En el hall llegó al mes. En el cuarto halló su cumpleaños. En el living vio el año y usó esa página para encender el hogar.

 

Ella era una amazona y él perdía los estribos. Ella cabalgaba al sol y él no quería mostrar los dientes. Ella se montaba todo y él relinchaba a más no poder.

 

La ventana eran dos alas para abrirlas y volar. Nadie garantizaba que no llegara el dueño. Por eso había que volar, volar con el botín antes de ser descubierto.

 

Sentada y desnuda al borde de la cama se había quedado sin palabras. Le pidió un diccionario y él se lo acercó. Allí descubrió que su lengua era otra.

 

La noche entra por la ventana. Pero tropieza con las sombras que hay adentro. Y cae. Si quiero que se vaya deberé cambiar de ubicación la puerta.

 

El pánico se apoderó de él. Menos mal que hay tangos en los cuales el fuelle debe demostrar que le queda aire, todavía. Entonces el miedo cambia de dueño.

 

No era que la milonga que había compuesto fuese surrealista. Era el violín en las manos de ella que funcionaba a cuerda.

 

En verano no sale por los mosquitos. Espera que vengan las langostas y allí sí, sale por ellas, en una especie de cacería verde, que te quiero verde.

 

De palabrotas estaba surtido. Las góndolas se ofrecían llenas de malas palabras. Por eso juró que no pisaría Venecia nunca más.

 

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Abril 2016

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