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Conocí a “Otzi” cuando cumplía sus 5.353 años
Caminar entre las ruinas del complejo palaciego de Persépolis, sede del poderoso Imperio Persa que Darío El Grande fundara en el año 518 aC. y Alejandro Magno tomara y destruyera parcialmente en su incontenible y avasallador avance hacia Oriente; introducirse dentro de la Cámara Sepulcral de la pirámide de Keops, erigida en el tercer milenio antes de Cristo; transitar sobre la Gran Muralla China iniciada también antes de la era cristiana; ver y tocar los muros de Petra, la ciudad tallada en la roca por los Nabateos entre los siglos IV y I aC.; o contemplar la perfección arquitectónica del Partenón de Atenas (440 aC), testimonio perenne de la gloria de la antigua Grecia... constituyen hitos históricos inolvidables para cualquier viajero que haya tenido el privilegio de contemplarlos y transitarlos.
Sin embargo no son los únicos. Hay muchos más. Hoy quiero referirme a un hecho, también antiguo, que pertenece al campo de la antropología y que, al verlo, me impactó fuertemente, tal vez por tratarse de un hermano muy lejano que los arqueólogos bautizaron con el nombre de Otzi quien, hace unos 5.300 años vagaba ¿plácidamente? por las altas montañas de los Alpes italianos, pertrechado con ropa de abrigo y todo el equipamiento de un cazador, cuando la muerte lo sorprendió entre los hielos perpetuos de picos nevados dentro de un escenario glacial. Su cuerpo, naturalmente momificado, fue hallado por una pareja de alpinistas alemanes el 19 de septiembre de 1991 -¡En estos días se cumplen apenas 21 años!-, luego de un tórrido verano que fundió el hielo que durante milenios lo había cubierto a 3.210m de altura en un sitio denominado Similaum, al norte de la bella ciudad italiana de Merano y muy cerca de la frontera con Austria. Su cuerpo apareció de espaldas, apoyado sobre un enorme bloque de granito, habitualmente cubierto con una capa de hielo y nieve de 20m de espesor. Su nombre, Otzi, se inspira, precisamente, en el Valle de Otztal, región alpina donde fue hallado.
UN HALLAZGO SENSACIONAL
Poco después, la comunidad científica que estudió este cuerpo confirmó que se hallaba ante un descubrimiento sensacional y una valiosa fuente de información, toda vez que permitiría conocer cómo era la vida y cuáles eran los recursos utilizados por el hombre europeo 5.300 años atrás. Pero ¿Quién era Otzi? ¿Cómo vivió? ¿Cuándo y cómo murió? ¿Cuáles eran sus rasgos antropológicos? ¿Qué comía? ¿Cuál era su actividad? ¿Fue un pastor? ¿Formaba parte de una partida de caza? ¿Era un arquero solitario? Todas las respuestas están a nuestra disposición en el Museo de Arqueología de Tyrol Sud, en Bolsano, donde se guardan sus restos y pertenencias para que podamos contemplarlos.
Pude ver su cadáver, increíblemente conservado, en el año 2007. Estaba sobre una camilla, boca arriba, con un brazo recogido sobre el pecho -así se lo descubrió-, en una habitación que sólo se abre a los investigadores, con controles de humedad al 98% y temperatura a -6ºC, y ventanales de doble cristal irrompible a través de los cuales es posible observarlo, aunque no fotografiarlo. Como su cuerpo se cubrió con hielo inmediatamente después de su muerte, lo que ha evitado su depredación y descomposición, sólo se ha deteriorado parcialmente de modo que impresiona verlo con la piel casi intacta, párpados, uñas y gran parte de su dentadura.
COMO EN UN FREEZER
Es la momia humana, naturalmente congelada, más antigua de Europa, prototipo del hombre de esa región en la Edad de Cobre (IV y III milenios aC.). El hielo, como si hubiese estado dentro de un “freezer” gigantesco, lo había preservado junto a sus pertenencias y al enigma de su muerte. Apareció con su estructura ósea íntegra, estómago, pulmones, corazón y demás órganos vitales y gran parte de sus pesadas vestiduras, calzas, capa y chaleco cosidos con hilos de tripa de animal, gorro de piel de cabra y hasta un zapatón -aún colocado, en el momento del hallazgo, en su pie derecho- confeccionado para caminar en la nieve con fajas y tiras gruesas de cuero de oso y ciervo, en la planta, y una red hecha con correas y vegetales suaves a manera de calcetín, en la parte superior.
En su entorno se hallaron numerosas pertenencias: un cuchillo de pedernal con mango de fresno, un hacha de cobre con mango de madera, un carcaj lleno de flechas, puntas de flechas nuevas y usadas, un arco de madera más alto que él, una red para cazar y trozos de pirita, seguramente para hacer fuego.
“ES UN HOMICIDIO...”
Su descubrimiento dio lugar a un hecho risueño. Según cuentan los habitantes de Merano, inmediatamente después del hallazgo, un miembro de la policía expresó: “Es un homicidio. Nadie toque el cadáver. Debemos investigar y hallar al autor. Hagamos un ADN...” Le hicieron notar que le iba a resultar un tanto difícil encontrar al responsable.
El cuerpo fue retirado del lugar en helicóptero tres días después. En un principio se pensó que se trataba de un alpinista moderno muerto al tratar de ascender los altos picos de la zona. Se dio intervención al Museo de Innsbruck, Austria, pues inicialmente se creyó que se hallaba en tierra de este país y allí se hicieron los primeros estudios de datación. Esto generó una pequeña disputa diplomática que se aclaró al comprobarse que el cuerpo estaba localizado dentro de territorio italiano, a 93 metros de la frontera con Austria, lo cual permitió la intervención de expertos de la Universidad del Alto Adige (Italia), quienes, desde 1998, lideraron las investigaciones posteriores y las que todavía se están realizando.
FLACO, MOROCHO Y DE OJOS MARRONES
Los estudios efectuados utilizaron y utilizan toda clase de métodos y equipos, tales como: mediciones antropométricas, radiografías, tomografías computadas, microscopios electrónicos, espectroscopios, ADN, infrarrojos, imágenes 3D, carbono 14 y otros. A partir de ellos se dedujo que medía algo más de 1.60m, pesaba 50 Kg (al hallarlo su peso era de 36 Kg), su grupo sanguíneo era O y tenía 46 años (es decir que, aceptando que murió en el año 3.300 aC, cuando lo conocí cumplía sus 5.353 años). Poseía dentadura con su esmalte original y algunas caries, una punta de flecha clavada en su omóplato izquierdo, restos de sangre en su ropa, en un cuchillo y en puntas de flecha, lo cual indicaría que habían sido utilizadas y luego recuperadas. Un grupo de científicos ha logrado descifrar la secuencia completa de su código genético (genoma) gracias a lo cual ha sido posible conocer otras intimidades de Otzi quien, obviamente, nunca imaginó el importante aporte que estaba haciendo a la ciencia actual. Se concluyó en que tenía ojos marrones y hundidos, rostro enjuto, cabello oscuro y largo, una infección bacteriana en el corazón, que era intolerante a la lactosa, padecía enfermedades cardiovasculares y también que guardaba parentesco con los habitantes de Córcega y Cerdeña más que con los actuales residentes de los Alpes.
UNA DIETA VARIADA
Tal vez la investigación más interesante haya sido el estudio de los alimentos hallados en sus órganos digestivos, que permitió conocer los productos que ingería. En su estómago se encontraron restos de su última comida: ciervo o gamuza (una cabra montés típica de los Alpes), cereales, bayas, algunas raíces y semillas de pequeñas ciruelas propias de la zona; también restos de carbonilla lo que indicaría que probablemente utilizó la lumbre para asar parte de sus alimentos. De ingestas anteriores se hallaron restos de trigo y legumbres. Y todo en perfecto estado, lo que revelaría que eran productos frescos. En su ropa también se detectó polen de un árbol que florece en los Alpes, entre marzo y junio, lo cual hace suponer que su muerte ocurrió en la primavera del hemisferio Norte.
La comunidad científica no cesa en la búsqueda de más respuestas. Muy recientemente -en mayo 2012- se informó el descubrimiento de células sanguíneas intactas en su cuerpo, lo que convertiría a Otzi en el hallazgo más antiguo poseedor de tales células en estado original.
¿UNA CAIDA O UNA LUCHA?
Pero hay una pregunta que aún no tiene una respuesta categórica. ¿Cómo murió? Al respecto se ha elaborado una cadena de teorías. Una sostiene que fue una lid entre varios pues los ADN hallados en los objetos que lo rodeaban corresponden a cuatro personas distintas. Otra que murió de un flechazo por la espalda, como lo atestigua la punta de flecha allí clavada. Un trauma cerebral detectado indicaría que recibió un golpe en la cabeza aunque no puede develarse si fue por una caída o asestado por un contrincante. Un corte profundo y contusiones en la mano y muñeca derechas revelan que hubo una lucha. La presencia, entre sus pertenencias, de puntas de flechas recuperadas con sangre, demostraría que Otzi las utilizó antes de que lo mataran. Los investigadores discrepan sobre los 57 cortes superficiales observados en la piel de brazos, rodillas, piernas y espalda. ¿Son tatuajes decorativos? ¿Son heridas de peleas? ¿Corresponden a una especie de acupuntura para aliviar dolores?
En fin, lo cierto es que Otzi se ha convertido en otro extraordinario viajero del tiempo y en una fuente inagotable de documentales, conferencias, publicaciones científicas y especulaciones. La búsqueda de respuestas confiables aún se mantiene entre universidades e institutos de investigación europeos y norteamericanos, quienes pasean al pobre Otzi, o partes de su cuerpo, de laboratorio en laboratorio, en el incesante análisis de datos que ayuden a conocer nuestro pasado para preparar mejor nuestro futuro.
Vale la pena ir hasta Bolzano -hermosa región alpina, por otra parte- para ver a Otzi, “El Hombre del Hielo”, como lo llaman los lugareños, a quien se le ocurrió nacer hace 5.353 años y permitirme así escribir esta nota.
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