Luciana Aymar se despidió a lo grande

EL ADIÓS DE LA MÁS GRANDE JUGADORA DE HOCKEY. LUCIANA AYMAR SE RETIRÓ CON OTRO TÍTULO EN SUS BRAZOS

Apareció por el Cenard en las concentraciones del seleccionado junior que consiguió la medalla de bronce en el Mundial de Corea, allá por 1997. Era una chica menudita, de pelo algo enrulado, que enseguida comenzó a deslumbrar con su habilidad, con ese dribbling venenoso que le impedía a sus rivales quitarle la bocha.

La transformación no tardó en llegar. Sergio Vigil la convocó al seleccionado mayor y Luis Barrionuevo la convirtió en una atleta.

Aquél Mundial de 1998, en Utrecht, hoy parece tan lejano, pero fue ahí donde “Lucha” empezó a escribir una historia inigualable.

Ganó dos Mundiales, tres Juegos Panamericanos y cuatro medallas olímpicas, dos de plata y otras tantas de bronce.

De a poco, Vigil transformó a esa habilidosa jugadora, que gambeteaba hasta el arco, pero que le costaba levantar la cabeza, en una conductora de equipo, tan capaz para desnivelar con su talento como para habilitar a la compañera mejor ubicada. Por esos tiempos, “Cachito” insistía en hacerla mejorar en la definición y sin dudas que logró su objetivo como lo indican los más de 160 goles conseguidos por la “Maga” en partidos internacionales.

Con Gabriel Minadeo comenzó a convertirse en una jugadora más completa. No eran los mejores tiempos para el equipo y Luciana debió aprender que para tener la bocha también debía bajar a recuperarla.Pasó de enganche a un doble cinco que iba y venía, que recuperaba en su campo y desnivelaba en el ajeno.

Y Carlos Retegui la terminó de convertir en líder, guiándola a su mejor torneo, el Mundial de Rosario 2010, donde brilló como nunca pese a ya tener 33 años.

Talento, definición, entrega, quite, despliegue. Sólo le faltó jugar de arquera. Fue una jugadora sin igual, pero tal vez lo que la haga más grande aún es su humildad.

Nunca dejó un autógrafo sin firmar. Si hasta en el 2010, en Rosario, a horas de jugar la final con Holanda, salió a la puerta del hotel a sacarse fotos con fanáticas que habían ido a ver a Las Leonas de distintos lugares del país.

Fue un ejemplo dentro y fuera de la cancha. Marcó diferencias sobre el resto, se ganó el respeto del mundo del hockey.

Jugadoras como la australiana Alyson Annan, líder del seleccionado australiano imbatible en los ‘90, o nuestras Cecilia Rognoni y Soledad García, verdaderas cracks, quedaron lejos de igualarla en un imaginario ranking para las mejores jugadoras de la historia.

Ganó dos Mundiales, tres Juegos Panamericanos y cuatro medallas olímpicas, dos de plata y otras tantas de bronce.

Le faltó el oro, ese que arañó en las finales de 2000 y 2012, ese que el equipo argentino mereció ganar en Atenas 2004 y quedó en el olvido por aquella maldita definición por penales en la semifinal ante las holandesas. Ello no le quita brillo a una campaña espectacular de esta chica que nació al hockey en el club Fisherton, fue madurando en el Jockey Club de Rosario y alcanzó el estrellato en el seleccionado nacional.

Ayer le dijo adiós a Las Leonas. Se fue la última fundadora, la última actriz de aquella epopeya de Sydney 2000. Y es una pena... para los que no la pudieron ver jugar. Para los que la disfrutaron todos estos años, sólo queda decir... ¡Gracias!

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