Un barrio de la periferia de La Plata vive aterrado por los tiroteos entre bandas

SEIS DE LA TARDE DEL MARTES PASADO: LOS CHICOS YA SALIERON DE LA ESCUELA PERO NINGUNO SE ENCUENTRA EN LA PLACITA DEL BARRIO

Tiene miedo de dar el nombre pero no de hablar. “Por mis hijos”, aclara ella, como si pidiera disculpas. Falta poco para que baje el sol pero los nenes ya están todos adentro. Van y vienen por la casa y se amontonan alrededor de su madre como si escucharan un cuento de terror. Pero ya lo conocen, y no es cuento. “Todas las noches hay tiros -dice ella, con voz gastada-. Arrancan de madrugada y no paran. Y a veces de día, a plena luz. La otra vez se enfrentaron a las cinco y media de la tarde, en la placita. Estaba lleno de nenes pero se tirotearon igual. Como si nada. No les importa nada”.

En Villa La Lata, uno de los cordones pobres que serpentean entre la periferia platense, ya del lado de Los Hornos, a casi nadie le asombra la muerte de Simón Lima, el albañil que el lunes pasado cayó desplomado en la zona de 73 y 152 tras recibir un balazo en el pecho. No asombra porque se lo veían venir. “Lo raro es que todavía no haya muerto más gente”, dice la madre, rodeada de nenes, y le pide por favor a este cronista que no de nombres ni se tomen fotos. “Por mis hijos -repite, compungida-. Acá son capaces de hacer cualquier cosa”.

TIERRA DE NADIE

Villa La Lata es un barrio como tantos de la periferia platense más pobre. Un barrio de calles de tierra, con poca luz y casillas de chapa y madera que se asentaron hace tiempo y forman lotes a pasos de basurales y baldíos raleados. Un barrio castigado que va de la 150 a la 155, y de la calle 72 a la 78. Por las noches, cuentan los vecinos, el sonido de los disparos resuena como una música cercana y conocida. Diez, doce, hasta más de quince tiros llegaron a contar en la madrugada del último martes.

“Esta semana fueron tres noches seguidas de tiroteos”, precisa N., otra vecina que pide resguardar la identidad y que da su versión sobre lo que pasa: “Hay dos bandas enfrentadas hace rato -revela-. Una es de acá y la otra es del barrio Las Palmeritas, a unas cuadras. Son todos guachos pero andan calzados. No sé qué pasó pero se la tienen jurada entre ellos por tema de drogas. Acá todo es por la droga. Decime si ahora vas a ver nenes en la placita. Yo ni loca dejo ir a los míos. La placita es de ellos, y de la droga”.

La versión de la vecina -que vive a pocos metros de la plazoleta del barrio- llega a oídos de una fuente policial que investiga la muerte del albañil y no se descarta. “Nada se puede descartar”, apunta, y agrega que el conflicto en esa zona de Los Hornos comenzó hace ya unas semanas, cuando dos sujetos -de los que no trascendió la identidad- fueron liberados de la cárcel. “Aparentemente los que salieron se están cobrando un vuelto de algo”, precisa la fuente policial, quien detalla que por estas horas serían dos las hipótesis del enfrentamiento. “O es para ver quién maneja algún negocio -sostiene-, o es por venganza, para cobrarse que alguno los mandó al frente. Lo que está claro es que esto arranca cuando un grupo salió de la cárcel. Pasa que es complicado porque nadie habla. Los vecinos no quieren decir nada”.

La zona de donde supuestamente sería la otra de las facciones enfrentadas, a pocas cuadras donde mataron al albañil, es una postal que no se diferencia mucho al paisaje pobre que ofrece Villa La Lata: el barrio Las Palmeritas se levanta de 143 a los límites de la cárcel de mujeres y de 70 a 76.

Para Gustavo Herman, sub delegado comunal de Los Hornos, la zona que ahora se encuentra bajo la lupa de la policía “no es particularmente peligrosa. Es conflictiva como cualquier otra zona que no está ajena a la inseguridad. Tampoco es un barrio con grandes problemas de infraestructura. Puede haber alguna calle que está en mal estado, pero los propios vecinos hicieron un esfuerzo para tener su espacio verde y que los nenes tengan su plaza”.

Esa plaza, un campito con juegos y bancos prolijos, luce desde hace días semi vacía. Como dijo una madre: “la placita es de ellos, y de la droga”.

A metros de la placita, sobre la 152, los negocios están cerrados y el único kiosco que funciona lo hace con dos juegos de rejas que apenas dejan espacio para asomar una mano. Es como una jaula enjaulada. “A mí todavía no me balearon ni me hicieron nada -comenta su dueño, detrás del alambrado del mostrador-, pero en la placita a veces se dan. Son pibes. Se juntan de noche y a veces a la tarde. Ahora se les dio por balearse, pero hasta hace unos días parecía que estaban tranquilos”.

Decir que en Villa La Lata se vive un clima de inseguridad es eufemismo puro. Es un barrio aterrado. “Cuando oigo el primer disparo -cuenta la madre, rodeada de sus hijos-, los agarro a todos y nos tiramos abajo de la cama. A veces son explosiones de motos pero una ya no sabe cuándo son tiros y cuándo no. Los nenes lloran y yo les digo que se calmen, que ya va a pasar. A veces rezo para que no entre ninguna bala. Qué se yo. Rezar parece la única que nos queda”. Un barrio castigado. Un barrio donde los días son de miedo y las noches de terror. Acá nomás, a quince o veinte minutos del centro.

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