Agustina llegó a los 100, una postal de vitalidad

La vecina de barrio Mondongo es una usina de buen humor y, sin anteojos, le encanta leer de todo

Con gran energía y un espíritu positivo, Agustina Jaen cumplió 100 años, festejando con su familia un siglo de recuerdos y afectos.

Nacida el 28 de febrero de 1915, Agustina es la primera hija de Cipriano Jaen y María Ortega, ambos españoles que vinieron al país huyendo de la Primera Guerra Mundial.

Habitantes del Barrio Mondongo, la familia Jaen se dedicaba a la agricultura, un trabajo que requirió la colaboración de todos los integrantes de la casa a medida que fueron creciendo.

La mayor de nueve hijos, Agustina tuvo que dejar sus estudios a poco de terminar la primaria, para ayudar a su madre, “teniendo a raya a sus hermanos, siempre apuntalándolos”.

“La rueda de auxilio” solía llamarla su padre afectuosamente, en reconocimiento a la buena predisposición y fuerza de carácter que su hija mayor mostró siempre, siempre voluntariosa para encargarse de las tareas de la casa y atendiendo a las necesidades de la crianza de sus hermanos.

Cuando su madre falleció, y a medida que sus hermanos fueron abandonando el hogar paterno para perseguir sus propias vidas, ella eligió permanecer fielmente al lado de su padre, brindándole amorosos cuidados hasta que finalmente abandonó este mundo, cuando Agustina tenía 56 años.

UN GIRO EN SU VIDA

Ese año marcó un giro en su vida, cuando se mudó con María, su hermana menor, y su familia, a quienes regaló todo su afecto y dedicación. “Siempre fue como una segunda mamá”, afirma su sobrina, que admira la energía y buen humor que hasta el día de hoy tiene su tía.

Con 100 años, Agustina se rehusa a bajar el ritmo. Dueña de una increíble memoria y una personalidad encantadora que rebosa amabilidad, su mayor goce está en disfrutar las reuniones familiares, rodeándose de personas e interesándose sobre sus vidas, recordando con lujo de detalle los relatos de cada uno.

Le encanta leer todo lo que cruza por sus manos: diarios, revistas y novelas, y pese a su edad, lo hace sin la ayuda de anteojos.

Su secreto, aseguran, es su espíritu alegre y su buen humor que siempre la llevan a ver el lado positivo de las cosas, sin preocupaciones y “sin rollos”.

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