Urge actuar con efectividad frente a la creciente incidencia de la violencia en el fútbol

Un fin de semana en el fútbol profesional con varios estadios observados por incidentes. Enfrentamientos entre barras de un mismo club que causaron un muerto y dos heridos, rencillas con heridos entre hinchadas adversarias fuera de los estadios, incidentes entre jugadores, árbitros lastimados por proyectiles arrojados desde las tribunas, peleas entre facciones que terminaron con tres policías heridos -uno de ellos grave- y un patrullero destrozado por revoltosos, corridas, pedradas y balas de goma. Cada fin de semana crece la violencia en el fútbol.

Está claro que los barrabravas deben ser erradicados. Importa poco identificar los escenarios, o detenerse en las características de cada episodio, ya que las mismas escenas pueden verse en cualquier momento y en cualquier estadio del país.

La experiencia indica que, lamentablemente, siempre habrá para cada uno de esos desórdenes una sanción liviana. Penas cuyo escaso monto invitan a la reiteración de agresiones, pues ya está claro para los responsables que quedarán impunes o que, en su defecto, serán defendidos por algún influyente “eficaz”.

Ya se dijo que la prohibición de presencia de hinchas visitantes no era el camino correcto. Ahora se comprobó que las disidencias entre los barras de un mismo club alcanzan y sobran para convertir los partidos en batallas campales. Se decidió, entonces, prohibir también la presencia de hinchas locales, llegándose al absurdo de que los partidos se disputen sin gente. Lo que tampoco pacifica las cosas. Los barras siguen ingresando en los estadios o esperan en las afueras, dispuestos a cometer cualquier delito.

El número de policías asignados a la custodia de los partidos tampoco resuelve las cosas. En un partido disputado este domingo hubo 380 efectivos para un estadio semivacío, ocupado sólo por unos 1200 hinchas. Sin embargo, los incidentes que se desataron fueron gravísimos. Las pantallas de televisión mostraron a padres aterrados, que habían ido a la cancha con sus pequeños hijos y salvaron sus vidas por milagro.

Se han suspendido estadios por varias fechas. Pero los incidentes continuaron. Se tomaron distintos tipos de medidas preventivas, sin que, en cambio, predominara la acción que todos reclaman, que es la de detener a los delincuentes violentos que, en buena medida, se han hecho cargo de las tribunas y de los muchos negocios colaterales al fútbol, como el estacionamiento, los puestos de comidas y muchos otros. Se ha permitido la instalación de una mafia y el resultado está a la vista.

Se ha dicho en esta columna que nuestro país no puede resignarse a esta espiral de violencia instalada en el fútbol. La sola mención de que ella, a lo largo de 2014, se cobró 18 muertos -la mayoría como producto de homicidios originados en riñas internas entre barrabravas de un mismo club- constituiría de por sí una prueba más que suficiente de que se han seguido aplicando políticas equivocadas, que no sólo no han servido para erradicar el fenómeno, sino que lo han acentuado.

Al margen de los datos estadísticos, entre los que deben computarse los heridos y lesionados, lo que más debiera preocupar es el progresivo poder que cobraron las barrabravas. Parece llegada la hora para que los expertos encuentren fórmulas -aplicadas con éxito en muchos países- para evitar la presencia en los estadios de delincuentes que, bajo el falso rótulo de hinchas, asesinan, roban, cometen toda serie de daños y de a poco matan al fútbol.

barrabravas
barras
Club
cualquier
estadios
heridos
hinchas
incidentes
mismo
partidos

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE