Veleros, caballos y obras de teatro para integrarse y superar una discapacidad

Actividades como la terapia ecuestre o la vela adaptada ganan espacio en la Ciudad y se ofrecen como alternativas inclusivas y terapéuticas para cada vez más gente

Juan “Pochi” Rojas levanta las velas, maniobra con oficio de timonel y el viento virgen que sube por el río parece hacer el resto. El Pochi, como lo conocen todos, conduce el velero hacia el horizonte abierto y descamado del río pero al rato, mientras la embarcación corcovea sobre el agua, le pasa el mando a uno de los chicos que lo acompañan y que, como varios allí, dejó en tierra firme su silla de ruedas. Luego quien hará de timonel será una mujer con síndrome de down, y luego otro pibe que es no vidente pero que, al recibir la responsabilidad de conducir, dibuja una sonrisa enorme y bien parecida a la felicidad. Es una postal que se repite todas las semanas en las aguas del Club Regatas, donde la vela adaptada -como se conoce a la actividad- es ejemplo claro y contundente de un fenómeno que tiene aún más ejemplos: el de las terapias no convencionales, aquellas que pueden hacerse navegando en el río, montando un caballo o sobre las tablas de un escenario. Terapias hechas para integrar, para incluir, y sobre todo para que aquellos que tienen una discapacidad puedan superarla de la manera más natural y lúdica posible.

“Se trata de un método que tiene al caballo y su ambiente como instrumentos para la rehabilitación de pacientes con diferentes patologías”

 

“Cada viaje que hacemos con el velero es una experiencia única -define Rojas-. Pensá que son pibes que por ahí no tienen la oportunidad de entrar en contacto con la naturaleza y que acá se encuentran en medio del río conduciendo una embarcación sin motor. Para ellos es una aventura inolvidable. Y para nosotros, que organizamos los viajes, también”.

La escuela de navegación de “Vela Adaptada” para niños y jóvenes con discapacidad, que comenzó a funcionar este año en Regatas y que suma unos diez chicos por viaje -distribuidos en tres veleros-, tiene como objetivo cultivar y promover la navegación a vela como forma de recreación, inclusión y educación para personas con disminuciones físicas, mentales o sensoriales.

María Gil, miembro de la Fundación Vela Adapatada, cuenta que la actividad “tiene como objetivo la inclusión social. La propuesta es abrir las puertas, es entender la necesidad y buscar las soluciones para que navegar sea algo posible. Los alumnos de la fundación aprenden desde el armado del barco hasta timonear. Pero el mensaje excede la náutica. Se pretende transmitir la filosofía de intentar, de no retroceder ante los obstáculos sino ver el modo de pasarlos. Y esto es tanto para la sociedad que excluye como para los excluidos”.

A CABALLO

Cuentan que eran los celtas quienes solían regalar un caballo a la persona de la comunidad que había sufrido la pérdida de un ser querido, y lo hacían porque sabían que la ayudaría a sanar la ausencia y porque creían que el caballo era un mensajero entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Mucho tiempo después, la terapia ecuestre -o equinoterapia, como se la conoce comunmente- gana cada vez más adeptos en la Ciudad y es referente principal en el universo de las terapias no convencionales destinadas a la rehabilitación de diferentes enfermedades.

La Argentina fue un país precursor en la implementación de este tipo de terapias. Hace casi cuarenta años, cuando María de los Ángeles Kalbermatter empezó a realizar la actividad, sólo se la conocía en Europa y Estados Unidos. Debido a la amputación de su pierna, a los 27 años, María de los Ángeles eligió hacer rehabilitación haciendo equitación y, con el tiempo, no sólo demostró que se podía hacer sino también que empezó a llevar a niños con diferentes patologías para que practicaran y sintieran ellos la mejoría que ella sentía. El tiempo pasó y la terapia nunca dejó de convocar gente.

“Se trata de un método que tiene al caballo y su ambiente como instrumentos para la rehabilitación de pacientes con diferentes patologías”, define Alejandro Zengotita, director ejecutivo del Centro de Equitación para Personas con Discapacidad y Carenciadas, CEDICA, una ONG fundada hace ya casi veinte años en el Hipódromo local.

A la hora de explicar los resultados sorprendentes que se logran con la terapia ecuestre, sus responsables señalan que el animal ofrece una anatomía tridimensional y, con su movimiento, emula el caminar. En algún sentido, el caballo se convierte en la prolongación del cuerpo de quienes, por caso, no están acostumbrados a salir de una silla de ruedas o tienen dificultad al caminar.

En estas dos décadas en actividad, cuenta Zengotita, el plantel de caballos en actividad y potrillos en etapa de entrenamiento llegan a más de treinta. “Estamos creando un nuevo estilo de caballos -define-, pensados desde su gestación para las terapias y actividades asistidas con caballos como medio. Actualmente, atendemos a más de 140 alumnos, tenemos más de 60 en lista de espera y pasaron por nuestras sedes alrededor de 700 personas en casi 20 años”.

Los caballos con los que se trabaja son de raza criolla o mestizos, no tienen más de 1,60 m de altura y tienen entre 8 y 15 años. Deben ser domados en forma natural, sin sometimiento, lo cual da una total seguridad para trabajar y confiar en ellos. Siempre según la patología y contextura física de la persona que realiza la actividad, los responsables de CEDICA evalúan qué caballo es el adecuado. Las sesiones duran entre 30 y 45 minutos, y lo ideal, se apunta, es que sean semanales. Uno de los métodos más conocidos mundialmente es el de Eagala (Equine Assited Growth and Learning Association), que incluso está siendo aplicado en algunos países con veteranos de guerra, víctimas de violencia de género, maltrato infantil, desórdenes alimentarios y adictos a todo tipo de sustancias.

SOBRE LAS TABLAS

Así como los veleros o los caballos pueden ser medios para superar una discapacidad, de un tiempo a esta parte el teatro es para la Fundación Tiflos -que se dedica a la rehabilitación de no videntes- una manera poco usual de hacerle frente a la ceguera. Elías Pedernera, actor, profesor de teatro y protagonista de esta otra aventura englobada en las terapias no convencionales, cuenta que llegó a la sede de la calle 22 entre 32 y 33 con más dudas que certezas. Y era lógico: nunca había dirigido a un grupo de alumnos ciegos y no sabía con qué dificultades concretas se podía topar. Pero lo que eran dudas se convirtieron en certezas y lo que arrancó acaso como un desafío personal derivó en un grupo actoral del que ahora Pedernera se siente orgulloso.

El grupo está formado por Alicia Peralta, Pedro Bruno, Miryan Rodríguez, Carlos Dibis y Julia Troncoso, para quienes el desafío de ponerse en la piel de un personaje es, como reza el lema de Tiflos, “otra forma de ver”.

La experiencia les ha ayudado a los cinco, en principio, a perder cierta timidez que les era común a todos, y a ganar una creatividad que acaso muchos ni siquiera sospechaba que tenían. Sin antecedentes actorales, pero con una marcada habilidad histriónica, cualquiera del grupo ha conseguido manejar el espacio escénico y asumir su propio rol a partir de las consignas planteadas por el “profe” Elías.

En las clases se realiza una entrada en calor de la que participan todas las partes del cuerpo; se sigue con la “puesta” de situaciones imaginarias; y finalmente, con la configuración de un personaje, se improvisan breves escenas. El objetivo apunta hacia fin de año, época en la que se planea poner en escena la muestra de todo lo aprendido y, a la vez, como les ocurre a quienes montan un caballo o conducen un velero, dejar bien en claro que no hay peor desafío que el que no se quiere asumir y superar.

Alejandro Zengotita
Alicia Peralta
Club Regatas
Estados Unidos
Fundación Tiflos
Vela Adaptada

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