La encrucijada brasileña

Por FERNANDO H. CARDOSO (*)

El vértigo de la política brasileña es de tal magnitud que no dan ganas de leer las páginas de los periódicos que se ocupan de ella. Lo peor es que acabo cayendo en la trampa de hablar de la política actual, respecto de la cual ya se ha dicho casi todo. Si escribiera, como tendría deseos, sobre la (horrorosa) crisis de Venezuela y del mutismo de Brasil ante ella, o sobre la tragedia de la migración de los fugitivos de la guerra o de la miseria que encuentran en las puertas cerradas de Europa, podría imaginarse que estoy esquivando enfrentar el desafiante panorama cotidiano brasileño.

Siendo así, vamos allá otra vez. Hace pocos días escribí una frase en mi página de Facebook que resumía la angustia a la que nos enfrentamos. Ante lo que ha venido sucediendo, dije: O la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, renuncia o asume un inesperado liderazgo nacional. En caso contrario, agregué, seguiremos en la rutina dejando que la operación Lava Jato (un esquema de lavado de dinero que utilizaba una red de lavanderías y gasolineras para mover los valores de origen ilícito) y la crisis económica sacudan al país al ritmo de cada nueva delación o de cada nueva estadística publicada.

Dejé de lado, a propósito, las solicitudes de anular las últimas elecciones presidenciales que corren en el Tribunal Superior Electoral y un eventual pedido de impugnación a causa del posible rechazo de las cuentas de la Unión por parte del Tribunal de Cuentas.

SOBRE LA RENUNCIA

Para mi sorpresa, la lectura casi unánime fue la de que yo “había cambiado de postura” y estaba pidiendo la renuncia de la presidenta. Sus admiradores (pocos), con algunos líderes del Partido de los Trabajadores (PT) al frente, no necesitaban de nada más para “desenmascararme”: A fin de cuentas, ¿quién es ese señor que se atreve a pedir la renuncia de la presidenta? ¡Cuánta insolencia!

Y también los que defienden el fin anticipado del actual mandato presidencial no vieron en lo que escribí más que un llamado a la renuncia, un acto exclusivo de quien ocupa el cargo.

¿Por qué me referí a la renuncia? Porque en el fondo, ése es el grito detenido en el aire. No fue la única alternativa que planteé pero fue la que, subconscientemente, a la mayoría de los que me leyeron le pareció ser la solución más simple y menos costosa para salir del estancamiento. No me parece la más probable, dada la personalidad de quien tendría que tener ese gesto de grandeza. Es cierto que la dinámica de las renuncias rara vez se mueve por impulsos íntimos. Son las condiciones políticas lo que la suscitan. ¿Habremos llegado a ese punto? Al presentar las alternativas respondí implícitamente que todavía no.

Entre tanto, como la vida sigue y no se ve a la presidenta asumir las riendas del gobierno ni mucho menos restablecer sus lazos con la sociedad, lo más probable es que los dos motores de la coyuntura actual, ninguno bajo el control de los políticos, sigan segando esperanzas. Los procesos judiciales, que al implicar a unos y a otros y cada vez más numerosos, van enterrando la aspiración de impunidad de tirios y troyanos; y la crisis económica que destruye empleos, arrasa ganancias, aumenta el sufrimiento del pueblo y no permite apuntar hacia un horizonte de recuperación del crecimiento.

Comparando mal con conocidos textos sobre este tipo de coyuntura se tiene la impresión de que el antiguo ya murió y el nuevo todavía no surge. Esto es el impasse. De que el gobierno trastabilla no hay dudas. Cada semana hay una nueva demostración, siendo la más reciente el desencuentro con la “nueva” Contribución Provisional sobre Movimientos Financieros (CPMF). Apenas comenzaban los defensores del gobierno a justificarla cuando, de repente, la presidenta dijo que siempre estuvo en contra de la CPMF.

Si no hay CPMF, o el nombre que se le quiera dar al tributo, ¿cómo cerrar las cuentas del presupuesto? Y ahí viene una nueva chapuza: se muestra el déficit, y que el Congreso se las arregle! El poder presidencial ya se había diluido en las manos de un ministro de Hacienda que no reza en la capilla de la presidenta y en las manos del vicepresidente, que pertenece a otro partido.

¿Acaso desapareció de nuestra constitución la separación entre las obligaciones del ejecutivo y las del legislativo? ¿Será eso el prólogo de un saludable debate sobre la implantación, en un futuro no muy alejado, de un sistema parlamentario? En el presidencialismo, no obstante, toca al ejecutivo señalar los caminos y al legislativo corregirlos, pero no trazarlos. En el presidencialismo no hay lugar para ese tipo de delegación de poderes.

El hecho es que ese zigzagueo político es el anuncio de que el fracaso actual no es sólo de un gobierno -que innegablemente tiene la mayor responsabilidad del fracaso- sino de un sistema político. Mal manejado -por falta de práctica, por ceguera ideológica o incompetencia administrativa (que viene de mandatos anteriores del PT, hay que decirlo)-, el gobierno acabó por agotarse y cargar consigo las finanzas públicas. De eso se trata ahora: El país quebró, la economía viene siendo arrastrada hacia el fondo del pozo y la desilusión de la sociedad no hace más que aumentar.

NUEVO BLOQUE DE PODER

Siendo así, la solución de la crisis no dependerá de la remoción del obstáculo más visible para el reordenamiento político, simbolizado por quien ejerce el ejecutivo y por el partido de apoyo al gobierno, sino de la formación de un nuevo bloque de poder que tenga la fuerza suficiente para reconstruir al estado brasileño, librándolo del endeudamiento creciente y ya contratado por las leyes aprobadas. Un bloque de poder no es un partido, ni siquiera un conjunto de partidos. Es algo que engloba, más allá de los partidos, a los productores y a los consumidores, a los empresarios y a los asalariados, y que se apoya también en importantes segmentos del estado, civiles y militares.

No es un golpe lo que se necesita; en eso no se piensa pues es inaceptable. Se precisa reconocer explícitamente que nos encontramos en una situación previa a la quiebra. Se precisan dispositivos constitucionales que limiten el endeudamiento del estado, asegurando el equilibrio de largo plazo de las cuentas públicas, en favor de la inversión, tanto pública como privada. Se precisa de una reforma profunda de las reglas electorales y partidistas que, sin grandes complicaciones, reduzca la proliferación de falsos partidos, moralice el financiamiento electoral y disminuya los gastos de campaña. Se precisa de un pacto federal que, reformando el sistema tributario, no sofoque a los contribuyentes ni deje en la miseria a los estados. Para eso es necesario revisar lo que la sociedad espera del estado y lo que éste puede y debe hacer efectivamente para mejorar las condiciones de vida del pueblo.

 

(*) Sociólogo y escritor, fue presidente de Brasil desde el 1º de enero de 1995 al 1º de enero de 2003

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