Lucas Menghini: la música sigue viva
| 3 de Enero de 2016 | 02:08

El 2015 se despidió con un acto de justicia. Las condenas a los responsables de la tragedia de Once podrán ser analizadas y revisadas, pero llegaron para reparar, hasta donde es posible hacerlo, las consecuencias de una de las tragedias más grandes que sufrió el país en lo que va del siglo.
A punto de cumplirse cuatro años de aquella mañana fatal (fue el 22 de febrero de 2012) se ha condenado a los responsables directos e indirectos de la tragedia. Detrás de ese juicio viven las historias de las 51 víctimas fatales. Nadie les devolverá la vida, pero quizá, como destacaron muchos de los familiares, ahora podrán descansar en paz.
Un nombre se ha convertido en símbolo de la tragedia. Es el de Lucas Menghini Rey. Tenía 20 años; era un pibe lleno de sueños y entusiasmos; amaba la música y empezaba a forjarse un destino en el rock. Tenía una beba y dos padres que lo adoraban y con los que compartía pasiones y confidencias.
Sus padres son otro símbolo de Once. Han dado la lucha por la justicia con una entereza, una dignidad y un equilibrio que ha conmovido al país en su momento y que debe ser reconocido.
Meses antes de morir en la tragedia de Once, Chimu -como lo llamaban sus amigos- ya era, según la definición de la revista Rolling Stones, “el nuevo hijo pródigo de la escena under del oeste bonaerense”. Su segundo grupo, Chimeneas (también tocaba en Sistemática, otra banda, más rockera), tenía apenas cinco temas colgados del sitio Bandcamp, pero el carisma explosivo y cierto magnetismo un poco mágico que irradiaba hacía que se hablara cada vez más de sus shows.
Paolo Menghini, el padre de Lucas, trabajaba como productor en Canal 7. Desde el día de la tragedia se entregó en cuerpo y alma a la búsqueda de justicia por su hijo
Era un chico bohemio, pero no un “volado”. Combinaba su pasión por la música con sus obligaciones como padre precoz (su novia quedó embarazada cuando él tenía 15 años). Esa responsabilidad lo llevó a treparse aquella mañana al tren Sarmiento para ir a trabajar.
Hablaba de música con entusiasmo y tecnicismo. En una entrevista para una sección que dedicaba Rolling Stones a las bandas nuevas contaba que le gustaban Beach House y Fleet Foxes, que Vetiver lo tenía “re flasheado” y que, en cuanto a la experimentación (el corazón de su música), estaba fuertemente influenciado por Arcade Fire, aunque estéticamente pareciera más un fanático del rock chabón que un moderno indie-rocker. Por fuera de ese estado de deslumbramiento musical permanente (el rasgo que más destacan sus amigos-músicos), en un encuentro con él quedaba claro que Chimu no le daba importancia a la ropa ni a las apariencias.
En aquella charla habló de su intención más profunda con la música: “Es un concepto que sigue estando muy revuelto en mi cabeza”, decía. “Yo la flashée con Atahualpa Yupanqui también, que decía que los ritmos del folclore eran latidos de la tierra. Ahora siento que tengo que hacer algo así, como si fuese la respiración de algo muy grande.”
Pero esta historia tiene otros nombres.Paz se llama la hija de Lucas, que ahora tiene casi 9 años. Paolo se llama su padre. María Luján Rey es su madre.
Sus padres no han dejado de recordarlo y honrarlo cada día. “A los dos años, se quedaba a dormir en la casa de los abuelos. A los tres, era un nene extrovertido, que no tenía problemas de adaptación ni con el barrio ni con el mundo. Ahora, cuando me cruzan por la calle me dicen ´vos sos la mamá de Lucas´, pero siempre fue así, antes de que pasara lo que pasó, desde que el nene era un nene: yo era ´la mamá de Lucas”, cuenta María Luján.
Chimu medía 1,70 metro, tenía el pelo rizado y oscuro y se le notaba la ausencia de un bigote ancho que lo había acompañado los últimos tres años.
El día de la sentencia. Los familiares mostraron alivio y tras un juicio que determinó responsabilidades directas e indirectas que condujeron al desastre ferroviario
“Era una máquina de estar todo el tiempo haciendo música, traía cosas nuevas, arreglos distintos, un demente hermoso” contó Germán Gullone, uno de sus amigos, y compañero en la banda Sistemática, en una entrevista que recobra en estos días renovada vigencia. “Nosotros somos un grupo de amigos que tocamos juntos, pero él era un poco más, tenía la cabeza más avanzada, estaba ansioso, como apurado. Cuando cortábamos los ensayos para salir un rato a joder, él se quedaba adentro de la sala probando otras cosas.. Una demencia hermosa”, insiste.
“ESTA PRESENTE”
“La única pérdida grande que tuvo en su vida fue la de su abuelo. Lo perdió a los tres años y medio. Sin embargo, estuvo y está muy presente. La trascendencia de la gente no sólo tiene que ver con una creencia religiosa, sino por lo que uno hace en la vida y por el amor que deja. No tiene que ver con una cuestión religiosa, tiene que ver con una cuestión de valores. La incomodidad, a veces, te impulsa a la creación y, a veces, te impulsa a juntar plata para comprarte un plasma”, explica Paolo.
“Lucas era música. Por donde lo miraras, era música. De todo sabía algo, de todo sacaba algo y te dabas cuenta. Era detallista. En todo lo que hacía quería que saliera perfecto. Tenía las cosas muy claras”, describió hace unos años su amigo Germán. Fue el último en hablar con Lucas. Se despidieron a la 01:30 am del 22 de febrero. Habían tocado hasta la una en el corso de Padua. Ese día, cerca de las 7:45, Lucas subió al tren para ir a su trabajo.
Por él, y por las historias de otros cincuenta pasajeros de ese tren de la muerte, se dictó hace 5 días una sentencia que hace justicia por aquella tragedia.
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