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A Messi lo precisan todos

Por EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

A Messi lo precisan todos

A Messi lo precisan todos

22 de Noviembre de 2016 | 01:31

“¡El estrés de la selección Argentina, nos pasa factura!”, se queja un aficionado. “¿Es que no has tenido tú nunca un proceso de gastroenteritis?”, replica otro. Leo Messi podrá acordar el mejor contrato de toda su vida, pero la presión lo acompañará siempre. Venía de recuperar gloria con Argentina ante Colombia, pero los vómitos lo obligaron a faltar el sábado en el Camp Nou. Y, sin él, Barcelona empató sin goles un partido increíble ante Málaga y otra vez hubo polémica. “Sin Messi, el Barca olvida cómo ganar”, titula el diario catalán Sport, como si fuera un diario argentino. Toda la prensa catalana, cada vez más inquieta por los rumores de millonarias ofertas desde Inglaterra, se pregunta hoy qué será del Barca sin Messi. A Leo lo precisan todos. La selección argentina, Barcelona y el fútbol. Lo precisan inclusive los periodistas que le gritan por la TV y los que, con o sin razón, lamentan su decisión de llamarse a silencio con Argentina. Messi sabe que nadie seguirá hablando como él dentro de una cancha.

Barcelona quiere convertir a Messi en el futbolista mejor pago del mundo: renovarle por 54 millones de dólares brutos anuales (25 netos). Más dinero inclusive que lo que le paga Real Madrid a Cristiano Ronaldo, su gran rival otra vez en las próximas votaciones de la FIFA y de France Football para ver quién fue el mejor de la temporada. Cristiano fortaleció favoritismo después de sus tres goles del sábado al Atlético Madrid. Pero Messi, como dijo días atrás Luis Enrique, su DT en Barcelona, “es el mejor de la historia…hay una diferencia muy grande respecto a los demás”. Llevamos más de una década viendo a Messi haciendo goles de todos los colores (otra vez es finalista FIFA de “mejor gol de la temporada”). Asistiendo a todos sus compañeros. Evolucionar hasta convertirse en el mejor ejecutor de tiros libres. Jugando en toda la cancha. Lo imaginamos sus últimos años jugando en la posición que lo hacía Xavi algunas temporadas atrás. ¿Acaso alguien puede imaginarse a Cristiano Ronaldo jugando sus últimos años en Real Madrid en esa posición?

La colega Verónica Brunati, que conoce mucho el Mundo Messi y trabaja para Sport, me aseguraba días atrás que Leo “no es camarillero”, que jamás dice con quién quiere o no quiere jugar. Y que, dónde lo ponen, él juega. “En diez años, donde Barcelona más contrató fue en el ataque y si fuera verdad que él decide entonces estarían ahí (Gonzalo) Higuaín o (Kun) Agüero”. Messi sí habla en la cancha. Acaso por eso se lo ha visto cómodo como nunca estos años en Barcelona. Cediéndole gustoso el centro del ataque a Luis Suárez. Y permitiendo también que Neymar, a veces, se exceda con algunos lujos, porque el brasileño, a diferencia de otros, ha demostrado que puede ganar partidos. Messi, me contó Brunati en una conversación por radio, “visualizó toda su vida levantar la Copa del Mundo con la selección. No se concibe sin ganar títulos con Argentina”. Renunció dominado por la frustración, es cierto. Pero ni siquiera el DT Edgardo Bauza precisó convencerlo luego para la vuelta. Messi, contó Brunati, acaso “le está tomando ahora el tiempo a Bauza. Le está dejando que sea él. Pero me pregunto si habrá un momento que diga quiero jugar con este y con este. No es que imponga jugadores. Se verá en la cancha”. Lo vimos, por ejemplo, cuando Messi, sin Ever Banega, se sintió demasiado solo en el Mineirao en el 0-3 contra Brasil. Frustrado en los minutos finales. Sus piernas hablaban por él.

A Leo lo precisan todos. La selección argentina, Barcelona y el fútbol. Lo precisan inclusive los periodistas que le gritan por la TV y los que, con o sin razón, lamentan su decisión de llamarse a silencio con Argentina

Después del 3-0 ante Colombia el arquero Sergio Romero dijo que “ahora tenemos que recuperar” a Higuaín. Lejos de ser un reflejo camarillero, como dijeron algunos, fue la idea de recuperar al mejor socio de ataque que siempre tuvo Messi en la selección. Leo lo esperó a Higuaín en el tercer gol contra Colombia, que finalmente terminó marcando Di María. Higuaín, claro, tiene más recursos y trayectoria que Lucas Pratto. Pero el exVélez juega hoy en la selección con la cabeza más libre. Y ahí está siempre Paulo Dybala, a mi gusto, bandera de la renovación que, por momentos, parece pedir a gritos la selección. El equipo de la “autogestión”, como alguna vez lo llamó el colega Christian Grosso, de La Nación, quedó expuesto como pocas veces en estos últimos tiempos. Por eso son tiempos de ajustes. Y de que Messi se sienta a gusto para liderar con su fútbol. En Barcelona, la millonaria renovación de contrato, prevé ante todo que Leo sienta plena comodidad. Por eso renovaron Neymar y Suárez. En la selección argentina, en cambio, hay quienes llaman a eso “Club de Amigos”. Son, en su gran mayoría, los que todavía hoy gritan porque la selección decidió llamarse a silencio.

Muchas veces, la prensa se presenta como nexo entre el ídolo y la afición. “Es la gente la que pierde”, dicen entonces, porque Messi y compañía decidieron que, por ahora, no hablarán más con el periodismo. Creo que a la gente, ante todo, le interesa más ver a Messi liderando dentro de la cancha que hablando afuera. La prensa sí precisa que Leo hable. El mediático Donald Trump, flamante presidente electo de Estados Unidos, se jactaba hace unos días de haber sumado 28 millones de personas entre Facebook, Twitter e Instagram. “Los amo”, dijo Trump. Messi, sólo en Instagram, tiene 57 millones de seguidores. No precisa sentarse a las siete de la mañana junto al teléfono para esperar el llamado de algún programa de radio, como puede suceder con más de un político. Es cierto, la decisión de no hablar con la prensa, hace pagar a justos por pecadores. Pero también es cierto que la palabra de Messi y sus compañeros solía ser patrimonio de unos pocos. La selección recibió desde críticas justas por su pobre nivel a protestas destempladas por ser un supuesto “club de amigos”. Pero hubo otras “críticas”. Hablamos, se sabe, de periodistas de medios poderosos, espacios centrales y ganadores de premios supuestamente prestigiosos. Es decir, no son voces marginales. Forman parte del corazón de una industria cada vez más alejada de la información. Y cada vez más dominada por el golpe bajo.

Enviado al Mundial de Chile 62, el periodista Osvaldo Ardizzone recordó en una de sus crónicas una sátira del director de cine italiano Federico Fellini sobre las conferencias de prensa. El periodista de siempre que preguntaba a la estrella de siempre con las preguntas de siempre. “¿Qué es el amor?”, preguntaba el primero. “El único objeto de la vida”, respondía el segundo. “¿La cocina?”. “Italiana”. “Plato favorito?”. “Spaghetti”. “Todo eso –escribió Ardizzone- se vende. Todo eso se digiere. Todo eso se escribe. Y lo más grave es admitir que interesa”. Ardizzone lo traslada al DT alemán Sepp Haberger que dice cuestiones elementales de táctica como si vendiera la fórmula de la Coca Cola. Y también al entonces crack inglés Bobby Charlton. “Que quiere salir campeón, que los rivales son difíciles y que Chile mejoró y es un hermoso país”. Obviedades inevitables y mentiras piadosas, dice Ardizzone, porque Charlton no vio a los rivales ni conoce Chile, salvo su sitio de concentración. Ardizzone publicó su artículo en El Gráfico. La revista era dirigida entonces por Dante Panzeri, un periodista que, si viera hoy a algunos bufones de la TV, acaso elegiría dedicarse a vender limones por la calle.

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